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Análisis

Ciencia en la cueva ¿o solo espectáculo?

Beatriz Flamini dentro de la cueva.

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A principios de semana, un colega periodista me avisó de una información que ahora todos conocen, pero en ese momento todavía no se podía contar: en pocas horas se haría pública la historia de Beatriz Flamini, una mujer de 50 años, deportista extrema, que 500 días antes decidió meterse en una cueva de 70 metros de profundidad en la provincia de Granada. Flamini ha salido de allí el 14 de abril de 2023 un poco después de las 9 de la mañana rodeada de cámaras y aplausos. En ese agujero bajo tierra, en la oscuridad, ha vivido desde el 21 de noviembre de 2021, sin contacto con el exterior ni referencias que la ayudaran a distinguir el día de la noche. Su reto personal, llamado Timecave, ha contado con la asistencia de un equipo de espeleología al que ella sí podía enviar mensajes, que la alimentaba, recogía su basura, estaba pendiente de su estado y vigilaba su seguridad. El proyecto ha sido financiado por empresas patrocinadoras y una productora ha filmado su aventura para realizar un documental.

En la información previa a la salida, nos han contado que a su aislamiento voluntario se le va a sacar jugo científico: los datos sobre su estado y evolución, con las adaptaciones físicas y emocionales que conlleva un aislamiento tan largo y duro, serán utilizados por equipos de investigación en psicología y cronobiología –la ciencia que estudia los ritmos biológicos del cuerpo–.

Reconozco que en un primer momento pensé “vaya frikada”, los deportes extremos me provocan miedo e incomprensión a partes iguales. No le encuentro el sentido a eso de llevar el cuerpo y la mente al límite por gusto, mi idea del disfrute tiene que ver con situaciones placenteras en las que nadie arriesga su vida. Mi segunda reacción fue de protesta, “¿y esto qué tiene que ver con la ciencia?”. Es deporte, es espectáculo, estaba claro que tendría un inmenso tirón mediático, pero el enfoque científico me parecía traído por los pelos para darle a la historia una justificación innecesaria, más allá del valor que tiene en sí misma la hazaña mental y física de esta mujer.

¿Qué conocimiento útil sobre las reacciones del cuerpo aislado de la luz y el contacto humano pueden aportarnos los datos sobre una sola persona en un experimento que no está diseñado por científicos?

¿Qué conocimiento útil sobre las reacciones del cuerpo aislado de la luz y el contacto humano pueden aportarnos los datos sobre una sola persona en un experimento que no está diseñado por científicos? ¿De qué valen cuando, además, Beatriz Flamini no se parece nada a la mayoría de los mortales, porque es una deportista de élite superentrenada en misiones difíciles? Puro marketing adornado por la ciencia como quien le pone un lacito cuqui a su producto, esa fue mi primera sentencia. Sin embargo, es posible que mi intuición estuviera equivocada o merezca matices.

Till Roenneberg es cronobiólogo e investigador del sueño en la Ludwig-Maximilians-University (LMU) en Múnich (Alemania). “Lo más importante es que el estudio incluya un número limitado de preguntas claras; de lo contrario, el protocolo se complicará y no obtendremos respuestas. ¿Qué medimos? ¿Cómo lo medimos? Esto es lo que lo convierte en un experimento útil o no”, explica al SMC España.

Son tres los equipos científicos que han aprovechado la aventura de Flamini para tomar datos: el de Psicología experimental y Fisiología del comportamiento de la Universidad de Granada, el de Neuropsicología clínica de la Universidad de Almería y el de Kronohealth, una spin-off del laboratorio de Cronobiología de la Universidad de Murcia.

Julio Santiago, del Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada, lidera el estudio sobre la percepción del tiempo en condiciones de aislamiento. Hablo con él por teléfono poco después de la salida de la cueva para entender cómo lo han diseñado: “Nos ofrecieron esta oportunidad y decidimos cogerla al vuelo para sacarle todo el partido científico posible, pero no era un estudio científico como cosa prioritaria, ni yo ni nadie podíamos intervenir. Su plan era su plan”, me cuenta. “Lo que hemos hecho ha sido adaptarnos a lo que estaba planeado para poder tomar ciertas medidas”.

Adaptamos un ordenador en la cueva, quitándole el reloj para que no tuviera señal sobre el tiempo exterior, con unos botones que le permitían realizar test para evaluar su estado de ánimo y sus pensamientos hacia el pasado, el presente y el futuro

Julio Santiago Centro de Investigación Mente, Cerebro y Comportamiento de la Universidad de Granada

Antes, durante y después de su estancia bajo tierra, han sometido a Flamini a evaluaciones psicológicas. “Adaptamos un ordenador que estaba en la cueva, quitándole el reloj para que no tuviera señal sobre el tiempo exterior, con unos botones que le permitían realizar test para evaluar su estado de ánimo y sus pensamientos hacia el pasado, el presente y el futuro”.

Además, le hacían pruebas de reacción para “conocer la percepción temporal de intervalos relativamente breves, de hasta unos 15 minutos”, porque “a partir de intervalos de minutos no somos tan capaces de saber el tiempo que ha pasado sin utilizar estrategias como contar segundos”, y si pensamos en días o meses, “no sabemos orientarnos sin buscar el Sol o mirar el calendario”, explica Santiago.

“Se sabía por experiencias similares que los ciclos circadianos cambian mucho, las persona se desorientan por completo, y queríamos saber si eso sucede también en intervalos cortos”. Aunque todavía no tienen resultados, y no saben cuándo los publicarán, creen que llegó a hacer días propios de dos o tres días reales de duración.

Gente normal, gente que no

Otra cuestión clave es si el estudio de una sola persona, que además se ha entrenado a conciencia, puede arrojar datos que sean científicamente relevantes, si pueden extrapolarse para entender los límites del cuerpo y la mente.

“Muchos experimentos a largo plazo, como los llevados a cabo por investigadores de Harvard, ponen individuos en condiciones muy definidas y constantes. Podemos obtener cierta información a partir de un experimento bien diseñado con una sola persona, aunque un diseño aún más valioso sería seguir a veinte personas a lo largo del tiempo para poder hacer un análisis estadístico”, explica Roenneberg. Sobre esta cuestión, Julio Santiago aclara que tienen previsto ampliar el análisis: “Nos va a hacer falta recoger más datos. Por un lado, queremos comparar los obtenidos en la cueva con nuevos datos de Bea en el exterior, ya recuperada con sus ritmos habituales; y también con datos de gente normal en situación normal”.

Normalmente no nos planteamos cómo sería nuestra vida sin claves temporales. Una noticia como esta hace que la gente se interese, y la clave para la divulgación es generar curiosidad

Julio Santiago

¿Y para qué sirve todo esto? “Entender cómo funciona la cronobiología tiene aplicaciones en salud, los ritmos circadianos se relacionan con alteraciones del sueño debidas a hábitos de trabajo o ritmos de vida alterados”, asegura Santiago. “Por otro lado, este tipo de circunstancias en las que ha estado Bea se dan en situaciones reales, por ejemplo, con militares en submarinos atómicos que no salen en meses, personas en aislamiento social, astronautas… No es igual porque llevan relojes, no están en desorientación, pero sí les faltan sus indicadores normales de luz que marcan el paso del tiempo”.

Otra utilidad de los experimentos mediáticos es su poder de divulgación. “Por ejemplo, la BBC llevó a cabo uno sobre el reloj biológico siguiendo a una persona durante diez días en un búnker para un documental. No era muy científico, pero proporcionó a los espectadores unos elementos para entender el ritmo circadiano y el papel del ciclo luz/oscuridad”, recuerda Roenneberg. Santiago coincide: “Normalmente no nos planteamos cómo sería nuestra vida sin claves temporales. Una noticia como esta hace que la gente se interese, y la clave para la divulgación es generar curiosidad”.

No cabe duda de que eso lo han conseguido: el proyecto de Flamini, con un despliegue mediático bien calculado, ha generado curiosidad y minutos de televisión. Hemos asistido en directo a su primer contacto físico en año y medio, abrazada a los miembros del equipo de asistencia, que la esperaban cubiertos con mascarillas. Un par de horas después, durante la rueda de prensa, ha bromeado eludiendo alguna de las preguntas de los periodistas para no destripar el libro y el documental que se van a producir sobre su aventura.

En la gesta de Flamini y su equipo existe la clara intención de alcanzar la mayor repercusión mediática posible, lo cual no tiene nada de malo. Es cierto que el objetivo de esta hazaña no es la ciencia, pero también que puede dar lugar a conocimiento si se hacen las preguntas adecuadas de la manera adecuada. Ojalá sea así. Lo contrario, disfrazar un espectáculo de ciencia para darle más caché, no tendría sentido.

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