Entre 1.600 millones de cubatas anuales ¿cuántos son de garrafón?
España es ese país que bebe 1.600 millones de cubatas al año. Es decir, 130 millones de litros de alcohol corriendo por nuestras venas, contando con que el barman llene, como debe ser, el vaso de tubo hasta el segundo hielo, sin escatimar.
El 11,2% de los españoles se meten un pelotazo, como poco, a la semana. Y no es raro escuchar que, a veces, con uno solo la resaca es infernal. El informe que aporta esas estadísticas está elaborado por la Cátedra de Comunicación y Salud de la Universidad Complutense de Madrid, sobre una muestra de 1.200 entrevistas personales a individuos de entre 14 y 75 años de edad.
¿Por que este estudio? Los investigadores habían detectado una preocupación entre los jóvenes universitarios por los efectos perniciosos de ciertas resacas en su salud. No es lo mismo “una resaca de un cubata normal y una de garrafón”, es una opinión que recogieron en otros trabajos. El objetivo para esta ocasión era investigar los hábitos de consumo y compra de copas y chupitos para diseñar futuros programas públicos de educación para la salud.
Un 35,4% de los bebedores de copas no compran las bebidas en supermercados o tiendas. ¿Lo adivinan? Al 64,4% donde le gusta beber es en bares y restaurantes. El 29,7 lo hace en entornos privados y el 9,9, en la calle –lo que llamamos botellón, que este estudio demuestra que se le dice adiós a partir de los 35 años. Un 40% de los preguntados sobre la hipótesis de “comprar alcohol procedente de canales no habituales o que podrían ser de dudosa legalidad” no consideran que esta opción implique un “riesgo excesivo para la salud”.
Según este informe, el alcohol de garrafa suele obtenerse de dos maneras: rebajando el producto con agua o bien utilizando alcohol metílico o industrial, que es más barato que el etílico. La ingestión de metanol puede producir cefaleas, vértigo, náuseas, dolor abdominal, visión borrosa o una disminución del nivel de conciencia, e incluso puede poner en riesgo la vida.
Cómo nos la pueden pegar
“Normalmente, jamás encontrarás alcohol adulterado en un bar, el problema surge en las discotecas”, explica el expropietario de un bar en la zona centro de Madrid, cuyo nombre prefiere no revelar. “A los bares, como tienen competencia en su horario de apertura, no les interesa poner alcohol de segunda, ya que la diferencia en el coste es mínima y el cliente se puede ir a otro bar”.
Este profesional de la hostelería señala que en los clubes nocturnos de la zona centro de Madrid, donde “tres o cuatro organizaciones se reparten todas las salas”, sí que “compran en gran cantidad y pueden permitirse el 'lujo' de vender basura, ya que la gente no va a irse a otro sitio donde les envenenan igual”.
Al contrario de lo que se plantea en el informe mencionado, este empresario explica que ya “no se rellenan las botellas en la trastienda ni se envenena a la gente con metanol como llegó a pasar hace un montón de años”.
La adulteración se mantiene dentro de cierta legalidad. Esta persona entrevistada nos revela que no todos los distribuidores funcionan así, pero al menos uno sí le ofreció el siguiente trato. “El comprador le pide a su distribuidor, por ejemplo, una marca X de ron, y el distribuidor le ofrece tres calidades. Así, puedes, por ejemplo, comprar una botella de marca X por 12 euros de calidad A (que es la que comprarías en un supermercado), o por 10 euros de calidad B, o por 8 euros de calidad C”.
¿En todas hay ron? Sí. “Pero sólo la primera botella tiene marca X. Hay casos en que la segunda también tiene marca X, pero a lo mejor viene de una fábrica de Tailandia, por ejemplo, con otros procesos de calidad y costes. Y la C es directamente un ron barato metido en una botella de marca X, comprada así y con todos los sellos de Hacienda”.
¿Y las inspecciones de Sanidad? Según la experiencia de este hostelero, los inspectores comprueban que el alcohol no es tóxico o metílico, que la bebida que parece ser, es realmente la que es –no la marca, sólo el tipo de bebida– y que la graduación se corresponde con la indicada en la etiqueta. En su opinión, optar por una calidad inferior constituye un ahorro por botella de 4 o 5 euros.
Y para quienes siguen creyendo que el garrafón es sólo un mito y que el efecto de las copas tiene que ver con la cantidad y no con la calidad, basta con citar la Operación Resaca de la Policía Local de Málaga, que en febrero de 2012 se incautó de 15.000 botellas irregulares en sólo tres días de inspecciones.
Detectaron ron, ginebra, whisky y toda clase de licores de dudosa proveniencia, con irregularidades en el etiquetado, en el número de lote o en el precinto fiscal. Y no sólo en los 'chinos'. Cerca de 3.000 botellas fueron localizadas en las naves de dos empresas distribuidoras malagueñas.
En abril de 2013, la Guardia Civil de Zaragoza detectó en una tienda decenas de botellas búlgaras de vodka y aguardiente con aparentes signos de haber sido falsificadas o manipuladas. También fueron halladas 17 botellas de plástico reutilizadas para la venta de bebidas alcohólicas de origen casero, sin ningún control sanitario (o fiscal). En una de las estanterías del comercio encontraron incluso etiquetas y precintos falsos.
Cuando se informa a la ligera
El citado estudio de la Universidad Complutense de Madrid (UCM) se ha difundido por los medios de comunicación bajo el titular “Un 5% de los jóvenes toma alcohol adulterado, práctica que crece con la crisis”.
Pero esta aseveración no está entre las conclusiones de la investigación, que revela que “el consumo o compra de alcohol adquirido a través de canales 'irregulares' (incluyendo circuitos no legales) es difícil de identificar, en torno a un 3% de los consumidores reconocen haber comprado alcohol en puntos distintos a supermercados, tiendas de alimentación o gasolineras, realizándose estas compras sobre todo directamente en bares o restaurantes”.
Un 2% de la población afirma haber comprado o consumido en el último año alcohol procedente de canales no habituales (tiendas de chinos, en la calle, otras tiendas, mayoristas, amigos, furanchos). Este porcentaje supera el 5% en el caso de los jóvenes menores de 34 años. Nada prueba que ese 5% que compra en lugares diferentes a los habituales esté consumiendo alcohol adulterado.
Además, se ha difundido que “la crisis” es el motivo de compra en lugares no habituales. En cambio, el estudio señala que el precio más elevado en “tiendas de alimentación, chinos o ultramarinos” hace que los consumidores no compren en estos establecimientos.
Los consumidores habituales de copas en los bares siguen realizando, con la ayuda de las APP (programas o aplicaciones informáticas que pueden descargarse e instalarse en teléfonos inteligentes), la misma labor de siempre de advertencia a los amigos sobre los efectos de lo que se sirve en ciertas barras. No es un método científico, pero influye más que la amenaza de una denuncia a Sanidad.
Actualmente existen tres aplicaciones para móviles –GuíaGarrafón (también en web), GarrafON y Garrafómetro– donde los usuarios pueden dejar constancia de dónde sirven alcohol “del bueno” o “del malo”. En Garrafómetro hay más de 400 votos, la mayor parte correspondientes a locales de Madrid. El 54,6% de quienes votaron señalaron que les sirvieron garrafón.
Un ejemplo. Tanto en GarrafON como en Garrafómetro, una discoteca de Santiago de Compostela es la que arrebata con la peor puntuación. Es decir, que encabeza el número 1 del ranking de “envenenamientos”. En sentido figurado, por supuesto.