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De homosexuales exagerados a enfermos mentales: cómo ha cambiado la visión sobre las personas trans

Concentración en Madrid el pasado 25/03/2017 en el que las familias pedían una Ley estatal

Marta Borraz

“Su presencia y actitud causaba repulsa, guasa e indignación entre los transeúntes de Las Ramblas”. La revista Diez Minutos se refería así al desprecio que generó en 1977 la presencia de personas trans en la primera manifestación del entonces llamado Orgullo Gay, celebrada en Barcelona. La noticia ocupó un pequeño espacio en el periódico La Vanguardia de 28 de junio, que detallaba cómo la marcha había sido disuelta con balas de goma por parte de “las fuerzas del orden público”. “Cuatro mil homosexuales se manifestaron por las Ramblas”, titulaba la pequeña nota. 

Desde entonces, la forma de concebir socialmente la transexualidad ha experimentado variaciones. Después de que en 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) sacara la homosexualidad de su manual de enfermedades, el organismo publicó este lunes su nueva edición (CIE-11), que entrará en vigor en 2022 y que elimina la transexualidad del capitulo referido a los trastornos mentales para pasar a formar parte del de “condiciones relativas a la salud sexual” pasando a denominarla “incongruencia de género”.

Al margen de los matices, se trata de un hito histórico para el colectivo trans que da un paso más en el camino de la despatologización. El recorrido parte de la época oscura de la dictadura, en la que todas las formas de diversidad sexual o de género eran perseguidas duramente. La muerte de Franco no acabó con la homofobia y la transfobia y a partir de 1970 comenzó a regir la Ley de Peligrosidad Social, que sustituía a Ley de Vagos y Maleantes y pasó a ser usada sistemáticamente para reprimir a las personas homosexuales y transexuales. Ello aunque para éstas últimas no hubiera un artículo específico.

Los transexuales ni siquiera figuraban en la ley porque en aquella época la realidad trans era, en el caso de los hombres invisible, y en el caso de las mujeres rechazada y confundida. De hecho, se nombraba públicamente con el término travesti y para el imaginario colectivo las mujeres trans eran homosexuales exagerados. “Definía a los travestis como formas extremas de homosexualidad en la que ciertos varones afeminados intentan aproximarse a las formas estereotipadas de ser mujer”, explican los investigadores Óscar Guasch y Jordi Mas en el estudio La construcción médico-social de la transexualidad en España.

La mirada médica 

De la persecución activa y la marginación a los ámbitos de la prostitución y del mundo del espectáculo y el cabaret, la realidad trans pasó de los años 80 en adelante a ser a ser considerada algo grotesco y estigmatizada –el insulto más frecuente era travelo–. No ayudó entonces la agenda impuesta por los colectivos fundamentalmente gays que habían comenzado a aflorar y que consideraban un 'flaco favor' a la causa la presencia trans en sus demandas porque “distorsionaba” la imagen correcta que el colectivo gay quería trasladar a la sociedad.

Ello sin perjuicio del activismo de base y las redes de apoyo entre gays, lesbianas y trans que siempre estuvieron ahí pero eran mucho menos visibles. Las mujeres trans se movían entre la precariedad y la clandestinidad, el rechazo social y la propia autogestión de su identidad. No es hasta principios de los 80 cuando se despenaliza la cirugía de reasignación genital, aunque según explican Guasch y Mas algunos médicos desafiaban la prohibición y algunas mujeres trans se autohormonaban sin control sanitario. 

Esta época da lugar a una etapa en la que se potencia y refuerza la mirada médica sobre la transexualidad, lo que da lugar a que la atención sanitaria empiece a fijarse y a atender a estas personas. Comienzan a inaugurarse las Unidades de Identidad de Género (UIG) –antes llamadas Unidades de Trastornos de Identidad de Género– de los hospitales, pero lejos de enfocar el tema desde la expresión de la diversidad, el relato médico lo hace por el camino de la patologización, es decir, la concepción de que son personas enfermas. 

Los datos de las encuestas de opinión pública en España disponibles, sin embargo, se alejan de esta realidad. Según el estudio publicado a principios de año por IPSOS sobre las “Actitudes hacia las personas transgénero” en 16 países, en España solo un 9% de la población considera a las personas trans enfermos mentales. Acabar con esta idea, que ha dado a luz a las principales legislaciones y tratamientos sanitarios de todo el mundo, sigue siendo una de las reivindicaciones fundamentales del colectivo trans, que encuentra en la decisión de la OMS uno de los hitos en este camino.

Otro fue la salida de la transexualidad en 2012 del manual de enfermedades mentales de la Asociación Americana de Psiquiatría (DSM), considerada la biblia de los psiquiatras. La demanda de la despatologización de la transexualidad se deja oír especialmente cada mes de octubre, en el que países de todo el mundo celebran manifestaciones para exigir lo que varias leyes españolas ya reconocen. Y es que en algunas comunidades autónomas se han aprobado normas LGTBI que, al menos sobre el papel, inciden en la despatologización de la transexualidad.

Leyes en marcha

En los últimos años, esta idea ha tomado fuerza y se ha visto reflejada en declaraciones de organismos internacionales como el Consejo de Europa, que en abril de 2015 adoptó una resolución en la que insta a los Estados a “garantizar que las personas transexuales, incluidas los menores, no sean considerados enfermos mentales”. Por su parte, Amnistía Internacional también ha solicitado que “el reconocimiento de la identidad de género no debe hacerse depender de diagnósticos psiquiátricos”.

Esto es lo que actualmente se pide en España para poder acceder a la modificación legal del sexo y nombre en los documentos oficiales. Que una persona cambie estos datos en el Registro Civil es posible gracias a la Ley de Identidad de Género de 2007, una norma considerada un avance a medias porque impide este reconocimiento a los menores de edad y migrantes en situación irregular y condiciona la posibilidad a pasar por un diagnóstico psiquiátrico. Un requisito que ya estudia el Congreso eliminar a través de una proposición de ley en periodo de tramitación aprobada a finales del año pasado con la abstención del PP.

A la cámara también ha entrado en los últimos meses una Ley Trans, elaborada por la Plataforma por los Derechos Trans, y una ley LGTBI, redactada por la Federación Estatal de Lesbianas, Gais, Trans y Bisexuales (FELGTB), que ha calificado la actualización realizada por la OMS como una forma de “saldar una deuda histórica con las personas trans”. Eso sí, lamenta que pase a emplear el término “disforia de género” para definir esta realidad. Un concepto que “sigue incidiendo en que existe algo erróneo en las personas trans”.

El enfoque de la despatologización en el contexto español y europeo toma cada vez más fuerza en medio de los elevados niveles de transfobia que todavía viven las personas trans en todos los ámbitos. Un escenario que se entrelaza con el relato cada vez más plural sobre la realidad trans, que escapa del binarismo y las nociones tradicionales de hombre-mujer para englobar un abanico amplio y diverso. En él, la autodeterminación del género pretende ser un derecho fundamental.   

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