La ruta del bronce pasaba por las islas británicas: el estaño de allí abasteció a Europa y al Mediterráneo
Piteas no buscaba oro, ni ciudades monumentales, ni batallas épicas. Su interés era otro: documentar lo desconocido, trazar los bordes de un mapa aún por dibujar. Viajó desde Massalia —una colonia griega que más tarde se convertiría en Marsella— hasta el extremo norte de Europa, cuando la mayoría solo miraba hacia Grecia, Egipto o Persia. Su relato, escrito hacia el 320 a.C., hablaba de tierras donde el sol apenas se ponía y de un mineral oscuro que viajaba por mar y río hasta los grandes centros del Mediterráneo. Aquel material era el estaño, y su origen más probable estaba en el suroeste de Gran Bretaña.
El estaño británico navegó mucho más lejos de lo que se creía posible
El viaje de Piteas se convirtió en una referencia para entender el comercio del estaño en la Antigüedad, pero durante siglos faltaban pruebas concretas que conectaran esa ruta con el mundo real. Ahora, un estudio dirigido por investigadores de la Universidad de Durham ha logrado identificar el origen exacto de algunos lingotes hallados en naufragios del Mediterráneo.
La clave estuvo en combinar análisis isotópicos y químicos en artefactos procedentes de yacimientos arqueológicos y restos submarinos. La comparación permitió confirmar que buena parte del estaño procedía de las minas de Cornualles y Devon.
Ese hallazgo encaja con descripciones clásicas como las de Diodoro de Sicilia, que mencionaba una isla de marea llamada Ictis, desde la cual se transportaba el estaño hacia el resto del continente. El monte Saint-Michel, situado en la costa normanda de Francia, ha sido una de las candidatas a ser esa isla.
Algunos investigadores lo han vinculado con Ictis por su geografía particular —es una isla accesible a pie durante la bajamar—, pero eso no significa que esté confirmado. La conexión se basa en que Saint-Michel podría haber funcionado como punto de tránsito, mientras que el estaño, según los análisis geoquímicos, venía claramente del suroeste británico, donde estaban las minas activas en aquella época.
El doctor Benjamin Roberts, uno de los autores del estudio, explica que este comercio demuestra una red de distribución mucho más compleja y extensa de lo que se había imaginado: “Esto significa que el estaño extraído por pequeñas comunidades agrícolas en Cornualles y Devon hace unos 3.300 años se comercializaba con antiguos reinos y estados del Mediterráneo Oriental, a más de 4.000 kilómetros de distancia”.
El volumen de circulación es también considerable. Se estima que, combinando el estaño británico con cobre procedente de otras regiones europeas y de Asia occidental, se podrían haber producido cientos de toneladas de bronce cada año.
El estudio, publicado en la revista Antiquity, se basa en más de un centenar de muestras, tanto de minerales como de objetos fabricados, que fueron analizadas y comparadas con datos geoquímicos conocidos. Uno de los naufragios más relevantes en la investigación es el de Uluburun, cerca de la actual Turquía, datado alrededor del 1300 a.C., que contenía lingotes cuya firma isotópica coincide con el estaño del suroeste británico.
Gran Bretaña tuvo un papel crucial en la expansión del bronce antiguo
Alan Williams, investigador principal del proyecto, apunta que la escala del comercio identificado cambia la percepción sobre el papel de las islas británicas en el mundo antiguo: “La identificación de esta red comercial, que probablemente implicaba el transporte anual de toneladas de estaño a través del continente, transforma radicalmente nuestra comprensión de las relaciones sociales y económicas de Gran Bretaña con las sociedades mucho más grandes y complejas del pasado lejano”.
Aunque el cobre es más común en Eurasia y hay yacimientos en regiones como Irán, Serbia o Polonia, el estaño es mucho más escaso. Por eso, las minas de Cornualles y Devon fueron cruciales para abastecer a todo el Mediterráneo. La aleación de cobre con aproximadamente un 10 % de estaño dio lugar al bronce, un metal más duro, duradero y maleable, utilizado en armas, herramientas y objetos rituales por culturas como la egipcia, la asiria, la hitita o la minoica.
La conexión entre el suroeste británico y las civilizaciones mediterráneas hace visible una realidad que hasta hace poco solo podía intuirse: la Edad del Bronce fue también una edad de comercio internacional, donde incluso las comunidades rurales más remotas podían formar parte de un engranaje económico mucho mayor de lo que se pensaba.
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