El vino y la cerveza no eran solo ocio: funcionaron como pegamento social en los inicios de la organización política
El consumo moderado de alcohol provoca una relajación física que se traduce en una mayor disposición a interactuar con otras personas, incluso entre quienes suelen mostrarse reservados o prudentes al expresarse. Esta sustancia actúa de forma directa sobre el sistema nervioso central, inhibiendo ciertas funciones que, en condiciones normales, controlan la autocensura, la ansiedad o el miedo al juicio ajeno.
Esa disminución del control interno genera un efecto de soltura que favorece los intercambios verbales, reduce la tensión emocional y amplía la tolerancia social. Aunque su impacto varía según factores como el entorno, la dosis o la personalidad de cada individuo, existe un patrón común ampliamente documentado por la neurociencia y la etología humana: en contextos grupales, la presencia de bebidas alcohólicas facilita el contacto inicial, suaviza las diferencias y permite una mayor apertura comunicativa. Esa capacidad de desinhibición podría haber desempeñado un papel importante en dinámicas colectivas del pasado, como reflejan las conclusiones de un reciente estudio internacional.
Un estudio internacional analiza la relación entre bebidas fermentadas y organización política
El análisis, desarrollado por el Instituto Max Planck de Antropología Evolutiva en Leipzig, exploró de forma comparada el vínculo entre bebidas fermentadas tradicionales y la evolución de estructuras políticas complejas en distintas culturas no industriales.
El equipo responsable del trabajo utilizó herramientas de etnografía sistemática e inferencia causal para evitar sesgos derivados de fuentes fragmentarias o narrativas centradas solo en civilizaciones ya organizadas. La base del estudio fueron 186 sociedades tradicionales con distintos grados de jerarquía política, todas ellas documentadas de forma independiente en registros antropológicos fiables.
La coautora del artículo, Angela Chira, explicó en la nota oficial publicada por el instituto que su equipo empleó un modelo estadístico capaz de discriminar entre múltiples causas superpuestas. Según detalló, “usamos modelos estadísticos que permiten discernir si el alcohol tuvo un efecto independiente o si su influencia se confunde con otros factores, como la disponibilidad de excedentes agrícolas”. Para complementar esos datos, recurrieron también a indicadores ambientales y económicos procedentes de la base global D-PLACE, especializada en diversidad cultural.
El alcohol sirvió como recurso social, pero no como motor del poder estatal
Los resultados apuntan a una relación directa, aunque limitada, entre la presencia habitual de bebidas fermentadas y el grado de organización política en sociedades tradicionales. La correlación detectada fue más visible en entornos donde la producción alcohólica formaba parte del entramado ceremonial o servía como medio de cohesión social. Sin embargo, al ajustar los datos por variables como la intensidad agrícola, el efecto atribuido al alcohol se redujo de forma considerable, lo que matiza la hipótesis de partida.
El investigador principal del proyecto, Václav Hrnčíř, matizó en el comunicado del Max Planck que este tipo de fermentados, normalmente de baja graduación, pudieron actuar como herramientas para reforzar la cooperación comunitaria en determinados contextos. En sus palabras, “aunque las élites pudieron usar el alcohol como herramienta de control social —para reclutar mano de obra, sellar alianzas o consolidar su autoridad—, no fue un motor principal en la formación de Estados complejos”.
Aun sin ofrecer una respuesta única, el trabajo contribuye a reformular el papel del consumo de alcohol en la historia social de la humanidad. Ya no se trata solo de rastrear su presencia como sustancia ritual o producto de intercambio, sino de analizar en qué medida su uso favoreció comportamientos que resultaron funcionales para la convivencia a gran escala.
El caso del salvaje Enkidu en la epopeya de Gilgamesh, que se transforma en humano tras beber cerveza, es un buen ejemplo de cómo esa idea de transformación ligada a la embriaguez ya estaba presente en los primeros relatos colectivos del mundo antiguo.
Las conclusiones no deben aplicarse a contextos actuales
Con todo, el estudio también introduce una advertencia importante. Las conclusiones no se pueden trasladar de forma automática al mundo actual, donde las condiciones de producción, disponibilidad y consumo son radicalmente distintas.
Las bebidas modernas, más concentradas y fáciles de obtener, presentan riesgos mucho mayores que los fermentados suaves de uso festivo en sociedades preindustriales. Y aunque la cerveza que se tomaba en un banquete pudiera servir para sellar acuerdos o suavizar conflictos en tiempos remotos, hoy los efectos del alcohol exigen un enfoque completamente distinto.
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