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ENTREVISTA

Raúl Magallón: “Las redes sociales ya no son solo empresas tecnológicas sino actores políticos”

Raul Magallón, profesor de periodismo en la Universidad Carlos III y autor de 'Desinformación y pandemia. La nueva realidad' (Pirámide).

Carlos del Castillo

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El coronavirus ha alterado muchos roles y forzado a muchos y diferentes actores a posicionarse. Uno de ellos han sido las redes sociales, antes cómodas en su papel de árbitro que quiere parecer invisible, pero a las que “el tsunami de desinformación de los primeros meses de la pandemia hizo que por primera vez se decidieran a intervenir en el discurso público”, como explica en entrevista con elDiario.es Raúl Magallón, profesor de Periodismo en la Universidad Carlos III y autor de Desinformación y pandemia. La nueva realidad (Pirámide).

Este jueves Facebook y Twitter han ido un poco más allá. Las dos empresas han intervenido para impedir la viralización en sus plataformas de una noticia elaborada por un tabloide que podía afectar a la campaña electoral estadounidense y de dudosa veracidad debido al origen de la información. Lo han hecho antes de que los medios especializados en verificación de información elevaran una alerta sobre el contenido, tomando una decisión inédita hasta ahora para estas redes. Un rol intervencionista que Magallón, uno de los principales expertos españoles en desinformación, cree que seguiremos viendo en el futuro, pero para el que pide “más transparencia”.

¿Qué le parece la decisión que han tomado Facebook y Twitter al limitar el alcance de una noticia del New York Post de forma unilateral? ¿Han dado el paso definitivo para convertirse en árbitros de la información?

Es la tendencia. Está claro que las redes sociales tienen un papel cada vez más importante desde un punto de vista político. También demuestra que hemos superado el debate que teníamos hasta ahora, sobre si estas compañías debían ser consideradas empresas tecnológicas o empresas mediáticas. Ya está claro que son algo más que empresas tecnológicas, son actores políticos con un papel editorial en cuanto a la distribución de los contenidos.

La clave es que desde el punto de vista de la configuración de la esfera pública y de la distribución de los contenidos, se han convertido en espacios de debate más importantes que los propios medios de comunicación, llegando incluso a decidir, dentro de su propio sistema de reglas, qué artículos de los medios de comunicación se difunden y cuáles no. Son un actor político que ejerce de editor de la información que se transmite, como tradicionalmente eran los editores de los medios de comunicación.

En el libro, señala la pandemia como punto de inflexión entre esos dos roles de las redes sociales. En su primera etapa explica que tuvieron un papel “más narcótico”, para entretener al usuario, mientras que en esta segunda han pasado a la acción como actores sociales y políticos.

Son actores sociales y políticos, pero que sabemos que tienen una mirada global y que no actúan a nivel local, salvo que tengan una serie de presiones por parte de medios de comunicación, de la opinión pública o de representantes públicos. Es importante señalar esa independencia por encima de los propios estados.

El tsunami de desinformación de los primeros meses de la pandemia hizo que por primera vez se decidieran a intervenir en el discurso público. Al principio la motivación era una cuestión científica, pero ahora hablamos de decisiones políticas. Las empresas tecnológicas, que tradicionalmente habían sido mucho más reacias a intervenir en el discurso público, decidieron limitar los contenidos engañosos que tenían que ver con la COVID-19. Ahora también han pasado al terreno político.

Tras limitar el artículo del New York Post, Jack Dorsey, fundador y director de Twitter, ha tenido que pedir perdón a los usuarios por no explicar bien la decisión en un primer momento, lo que ha calificado de “inaceptable”. Usted señala que el principal problema del nuevo rol intervencionista de las redes sociales es la falta de transparencia.

La transparencia es un elemento fundamental en los cambios que estamos viendo. Vale, aceptamos que las redes tienen unas reglas y que quien quiera entrar y participar, tiene que seguir sus reglas. Pero ahora esas reglas han cambiando y tienen una implicación directa en la libertad de expresión y de información, por lo que es fundamental que sean transparentes en cuanto a la toma de decisiones y ahí tienen que trabajar mucho más.

En el caso de Twitter, además, no cuenta con un equipo independiente de fact-checkers como Facebook. No hay un proceso de verificación externo y tampoco se sabe cómo se toman determinadas decisiones. Sabemos que hay un equipo que evidentemente se basa en una serie de casuísticas, pero sería importante que junto a cada decisión se acompañara de un informe para explicar por qué la toman.

Más transparencia ayudaría a que no se generara tanto ruido alrededor de las decisiones de las redes sociales y a entender mejor sus movimientos

Más transparencia ayudaría también a que no se generara tanto ruido alrededor de las decisiones de las redes sociales y a entender mejor sus movimientos. Sería especialmente útil además en estas semanas de campaña electoral en Estados Unidos. Porque lo que está claro es que hagan lo que hagan las empresas tecnológicas, van a ser observadas y criticadas por todos los actores políticos.

¿Deberían los estados entrar en esta cuestión y dirimir cómo deben las redes sociales ejercer ese papel de árbitro?

Bueno, aquí hay varios de debates. Dependiendo de las relaciones tradicionales prensa-Estado y la forma que hemos tenido de tratar la libertad de expresión, cada país va a actuar de una manera bien distinta. Está el contexto anglosajón, donde el Estado tradicionalmente no ha intervenido, y el contexto europeo y sobre todo la tradición francesa, en la que el Estado puede intervenir para garantizar el pluralismo informativo.

En mi opinión deberíamos buscar una vía intermedia. Crear un organismo independiente que estableciera un código de buenas conductas. Un organismo independiente en el que estén representadas empresas tecnológicas, medios de comunicación, la sociedad civil, fact-checkers, académicos, que pueda deliberar y tomar una decisión en caso de que se produzcan determinadas situaciones de relevancia para la opinión pública. Me parecería una mejor solución que el intento de que los estados lo regulen, porque ya sabemos cómo acaba la historia cuando un Estado intenta regular estas cuestiones: la realidad es que la mayoría de las ocasiones, y lo hemos visto durante la pandemia, cuando se habla de regular desinformación, al final lo que ocurre es que se acaba limitando la libertad de expresión e información.

Cuando los estados intentan regular la desinformación, al final lo que ocurre es que se acaba limitando la libertad de expresión e información

¿Y respecto a la publicidad electoral?

Para mí ése es un punto fundamental que no se ha tratado mucho. Así como creo que tenemos que ser muy cuidadosos con todo lo que tiene que ver con la libertad de expresión y de información, creo que sí que es más fácil y que deberíamos trabajar en cómo regular la publicidad digital segmentada. Por ejemplo, en nuestro país, lo que vimos en las elecciones de abril y en las elecciones de noviembre es que habían candidatos políticos a partidos políticos que seguían enviando publicidad, que aparecían anuncios políticos en la jornada de reflexión cuando eso no está permitido.

Sería importante que dejásemos claro cuáles son las reglas del juego en torno a ese tipo de campañas, una transparencia en cuanto a los gastos de campaña electoral. Creo que debemos, en cierta manera, adaptar la legislación al escenario actual. Precisamente para eso, para que esa transparencia en los procesos electorales quede bastante más clara.

¿Cómo han pasado las redes sociales de ser vistas como elementos democratizadores de la información a ser aprovechadas por fuerzas de extrema derecha para extender sus mensajes?

Influyen varios elementos. Tenemos que remontarnos a la crisis de 2008, que es de cambio de modelo: dejamos de consumir información en papel y empezamos a consumirla de manera digital. Eso hizo que, como bien sabemos, en nuestro país hubiera muchos despidos, muchos cierres de medios de medios de comunicación, y que los recursos humanos periodísticos fueran cada vez más limitados. Sobre todo los de la prensa local, que tiene un papel de servicio público, de anclaje dentro de una comunidad. 

¿Qué ocurrió? Que paralelamente se estaban desarrollando las redes sociales y esa idea inicial que teníamos de ellas, como elemento democratizador, tuvo consecuencias. Cuando esa prensa local pierde influencia acudimos a las redes sociales, que evidentemente no tienen porque ser fuentes fiables. Que nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros conocidos, sean una fuente de confianza, no tiene por qué significar que sean fuentes fiables de información. Ese es un mensaje que todavía no tenemos del todo claro.

Que nuestros amigos, nuestros familiares, nuestros conocidos, sean una fuente de confianza, no tiene por qué significar que sean fuentes fiables de información. Ese es un mensaje que todavía no tenemos del todo claro

A partir del 2010 ó 2011, el mensaje fue comparte, comparte, comparte. Y ahora nos estamos dando cuenta de que compartir sin haber reflexionado sobre ello, sin preguntar, sin verificar, tiene una serie de consecuencias y muchas de ellas tienen que ver, sobre todo en un escenario completamente inesperado, como es este de pandemia, con que antes de pensar en informarnos bien, ni siquiera sepamos o tengamos las herramientas para no sentirnos desinformados.

Además, determinados actores políticos encontraron en las redes sociales una forma de hacer llegar sus mensajes a su público directamente, sin que pase por los intermediarios tradicionales, por los periodistas. Y la realidad es que, en este clima de polarización, esos mensajes están funcionando.

En el libro también apunta que las multinacionales tecnológicas han demostrado que no son tan capaces de solucionar sus propios problemas como pensábamos. ¿Es una incapacidad real o no hacen tanto como pueden por motivos económicos?

Sí, evidentemente en su proceso de toma de decisiones es importante el factor económico y el coste que tienen desde el punto de vista de los recursos humanos que se necesitan. Los contenidos falsos son una parte mínima de lo que circula por las redes sociales. Pero al mismo tiempo, para detectar el discurso del odio o distinguir determinados matices no te vale con sistemas automatizados, sino que necesitas una moderación humana. Lo que sabemos es que esa moderación humana está muy limitada por las geográficas y factores geopolíticos. En determinados países que para las empresas tecnológicas no son importantes desde un punto de vista estratégico y empresarial, pues la moderación prácticamente no existe.

Pero personalmente, creo que tiene que ver con que ellos consideran que son agentes supranacionales y que están por encima de los estados. Al final solo actúan cuando el poder político, la opinión pública, los medios de comunicación, les presionan. Y solo cuando les presionan de una manera determinada. 

Otra de las tendencias desinformativas de la pandemia han sido las teorías de la conspiración. ¿Cómo hemos pasado de los bulos a la crear nuevas realidades alternativas?

Una de las cuestiones principales es cómo separar el discurso de los hechos y dentro de eso, yo creo que ha sido muy importante el lenguaje. Tiene dos funciones. La primera es describir la realidad, como cuando Ludwig Wittgenstein dice que los límites de nuestro mundo son los límites de nuestro lenguaje. Si no tenemos las herramientas de las palabras adecuadas para describir el mundo en el que vivimos, no vamos a poder comprenderlo.

La otra es el lenguaje como constructor de la realidad. Estos días el lenguaje que se ha utilizado en España me recordaba un poco al libro Cómo mueren las democracias [de Steven Levitsky y Daniel Ziblatt]. En el libro, veíamos cómo el Tea Party acusaba a Obama de ser un dictador, un mal americano. Ahora estamos viendo algo similar en España. Es decir, el lenguaje es importante como una herramienta de construcción social de una realidad paralela. En ese sentido sí que hay una relación directa, sobre todo en términos políticos, que tiene que ver con la idea de generar una campaña política permanente, de decir “aceptamos las elecciones, pero vamos a estar en campaña permanente porque creemos que gracias a ello podemos darle forma a la realidad de forma constante.”

Luego, desde el punto de vista de los conspiranoicos también hay varias características interesantes. Una es que el conspiranoico es héroe y víctima al mismo tiempo. Víctima en cuanto ser la persona que se enfrenta a esos grupos de intereses o grandes personalidades que controlan el mundo desde las sombras. Pero al mismo tiempo es el héroe y el que controla el discurso. En un escenario de incertidumbre como el que teníamos en la pandemia, ha habido determinados actores que gracias a la conspiración se han alzado en gestores del discurso que iban por encima a los demás, puesto que en un escenario de incertidumbre no sabemos lo que va a pasar, pero en una conspiración, sí.  

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