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Una nueva generación de narcos pelea por el control de un México sin El Chapo

El Chapo Guzmán, líder del Cártel de Sinaloa, escoltado por militares.

David Agren

Culiacán y Villa Juárez —

Los motores rugen, los neumáticos chillan y las luces traseras se desvanecen. Un Audi y un Mini Cooper echan una carrera calle abajo, pasando por edificios de apartamentos y terrenos vacíos. El público, chicos con gorras de baseball y chicas en minifalda, se apoyan sobre sus propios vehículos de lujo mientras beben cerveza.

La noche cae sobre la ciudad de Culiacán y el ruido de las carreras se mantiene durante más de una hora. Los vecinos nunca se han quejado y la policía nunca se ha presentado para poner fin a la diversión.

Con razón: lo más probable es que los conductores sean los hijos de algunos de los capos criminales más poderosos de México. Conocidos como los 'narcos junior', esta generación de narcotraficantes se ha desecho de la discreción de sus mayores y la ha sustituido por exhibiciones ostentosas de su riqueza, violencia e impunidad.

Esta es la generación que ahora está en el frente de una violenta batalla por el control del cártel de Sinaloa. El cártel está inmerso en una guerra de sucesión desde la captura y extradición a Estados Unidos de Joaquín El Chapo Guzmán.

“El cambio generacional ha empezado; y parece que el proceso no va tan bien”, explica Adrián López, editor del periódico de Sinaloa Noroeste. Y con el Chapo en una prisión de EEUU, “ya no hay nadie que medie en las disputas entre ellos”, añade.

Las disputas han convertido Sinaloa —una larga franja de montañas cubiertas de pinos y playas de la costa pacífica— en uno de los estados mexicanos más violentos en 2017. Pero el terremoto se ha sentido en todo el país.

Esta semana, un exagente de policía que ha sido descrito como mano derecha de Guzmán, Dámaso López Núñez, ha sido arrestado en Ciudad de México tras supuestamente enfrentarse a los hijos de El Chapo. Agentes federales afirman que el detenido había buscado asociarse con el advenedizo Cártel de Jalisco Nueva Generación (CJNG), que ha disputado al Cártel de Sinaloa los territorios costeros del Pacífico.

Se cree que la guerra de López con los hijos de Guzmán, Iván Archivaldo Guzmán Salazar y Jesús Alfredo Guzmán Salazar, conocidos como Los Chapitos, es la causa de la ola de violencia en Sinaloa y en Baja California Sur.

Violencia en el feudo de El Chapo

El Chapo nació en las escabrosas montañas de Sierra Madre, donde creció en la absoluta pobreza antes de convertirse en uno de los personajes más poderosos del Cártel de Sinaloa. Esas montañas fueron su feudo incuestionable pero, con El Chapo encerrado en una unidad de alta seguridad en Nueva York, los grupos criminales rivales están haciendo descaradas incursiones en la zona.

El año pasado, un sicario del cártel Beltrán Leyva, más pequeño que el de Sinaloa, robó en la casa de la madre anciana de El Chapo, en la aldea de La Tuna. Más recientemente, la violencia se ha centrado en los valles agrícolas quemados por el sol en los alrededores de Culiacán y en la ciudad de Villa Juárez, donde las facciones rivales están luchando por el control de la venta de drogas a nivel local.

En otro incidente este febrero, un convoy de camiones —incluido uno con una torreta montada con una ametralladora del calibre 50 entró en Villa Juárez y disparó contra una gasolinera de Pemex. Cuatro personas murieron, incluida una mujer embarazada. Tres meses después, los agujeros de bala en la fachada de la gasolinera siguen siendo visibles bajo una capa de pintura fresca, pero la gente local sigue sin querer hablar. “No quiero involucrarme”, afirma una empleada mientras suena un alegre narcocorrido, una canción que idolatra a los señores de la droga. Mientras habla, mantiene un ojo en las motos que no dejan de pasar, el medio de transporte favorito de los vigilantes de los cárteles.

En la ajetreada plaza del pueblo, un vendedor callejero rechaza hacer contacto visual mientras pone lentamente los relucientes pintalabios sobre la mesa. “Sí, hay violencia”, suelta. Pero acto seguido se calla.

La ola de violencia sugiere que si El Chapo tenía un plan para su sucesión, este ha caído en el caos. En la entrevista que hizo Sean Penn a Guzmán en 2016 para la revista Rolling Stone, el entrevistador describió a Iván como el aparente heredero. “Es atento y tiene una madurez tranquila”, declaró Penn sobre Iván, que fue acusado por el asesinato en 2004 de una estudiante de intercambio canadiense y de su compañero cuando abandonaban un bar de la zona de Guadalajara.

Un perfil psicológico elaborado en 2005 a partir de una estancia en prisión afirma que el joven Guzmán ha mostrado “una posible violencia psicológica hacia las personas que considera que no están en su nivel socioeconómico”.

Iván Guzmán, “el dueño del pueblo”

Algunos estudiosos del cártel afirman que Iván y Jesús Alfredo, que han crecido en una vida de lujos, no están preparados para tomar el control del imperio de su padre. “Lo único en lo que son buenos es en gastarse el dinero de El Chapo”, explica Mike Vigil, antiguo director de operaciones internacionales de la DEA.

Los residentes locales, sin embargo, afirman que Iván tiene una importante ventaja sobre el CJNG y los restos de la facción de López: el cariño que siguen teniendo muchos de los ciudadanos del estado por su padre. Entre los pobres y la población rural del estado, muchos consideran a El Chapo como un Robin Hood.

“[Iván] es el dueño de este pueblo”, afirma un periodista que cubre el crimen organizado en Culiacán. El periodista afirma que el hijo de El Chapo tiene un “ejército” de sicarios y espías por todas partes en Culiacán: desde pandilleros en motos a personas que limpian las lunas de los coches en los semáforos, pasando por empleados de hotel. Y el joven narco presume de ello.

Los residentes cuentan que a Iván le gusta mucho echar carreras con su Ferrari rojo por las calles de Culiacán. Y pocos tienen dudas de que, en la ciudad, la palabra de los Guzmán es ley. Un residente cuenta que vio a guardaespaldas del cártel parar el tráfico para que uno de los hijos de El Chapo pudiera hacer trompos en un cruce de tráfico con su Nissan GT-R blanco.

Al contrario que la primera generación de jefes del narco, la nueva ola del cártel suele tener carreras universitarias y prefiere las zapatillas italianas sin cordones y los coches Jaguar a las votas de cowboy de piel de avestruz y los todoterrenos Hummer de sus padres.

Pero los cambios generacionales van más allá de gustos materiales. Un antiguo sicario del cártel expresa su consternación por las lagunas éticas de los jefes más jóvenes y, sobre un plato de tacos con carne, recuerda los tiempos en que los narcos tenían “honor”.

“Hace 15 o 20 años, si queríamos matarte y aparecías con tu mujer y tus hijos, no podíamos hacer nada. No te podíamos tocar”, explica el sicario, que en su momento trabajó para Ismael El Mayo Zambada, un contemporáneo de El Chapo. “Ahora no les importa una mierda... si te ven en un puesto de tacos llegan y te disparan”, añade.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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