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En el estrecho del derecho

Imagen de la Guardia Civil con equipamiento antidisturbios recibiendo a los inmigrantes en la playa de Ceuta

Neus Arnal Dimas / Neus Arnal Dimas

Investigadora freelance en migraciones —

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Seis años han pasado y tres veces se ha abierto el caso en el que al menos catorce personas murieron en el intento de cruzar de África a Europa. Fue la tragedia de Tarajal. El 6 de febrero de 2014, entre 200 y 300 personas quisieron traspasar las vallas de Ceuta en grupo. Viendo sus intentos frustrados, varias docenas intentaron alcanzar España a nado, bordeando el espigón que separa ambos territorios. Para impedir su llegada, la Guardia Civil utilizó gases lacrimógenos y pelotas de goma. Durante el suceso, no se llamó ni a Salvamento Marítimo ni a Cruz Roja. Las 23 personas que consiguieron llegar a tierra y pisar arena ceutí fueron trasladadas a Marruecos. El porqué: según Fernandez Díaz, ministro del Interior de entonces: “la frontera se localiza donde se sitúa la línea de guardias civiles” y esa línea, ellos no la traspasaron.

Ese año 2014 dos cosas cambiaron: a través de una enmienda a la Ley de Seguridad Ciudadana -la llamada Ley Mordaza-, se legalizó lo ilegal. Las devoluciones en caliente pasaron a ser rechazos en frontera. Desde entonces, los procedimientos que determinan una devolución regulada, que es una acción administrativa, son innecesarios. Estos procedimientos incluían: el traslado de estas personas a comisaria, su identificación, el derecho a pedir un abogado, la provisión de un intérprete y en caso necesario, la devolución por parte del subdelegado o delegado del gobierno materializada por el cuerpo nacional de policía. Ahora los rechazos son legítimamente exprés. La tragedia de Tarajal y la nomenclatura de “frontera retráctil” por parte del ministro del Interior de entonces contribuyó a que varios académicos delimitaran el concepto de “frontera operativa”. Una frontera asimilable a la barrera de agentes: un límite dotado de movimiento articulado para que el Otro nunca llegue.

Durante la tragedia de Tarajal y en otras tantas devoluciones o muertes en las vallas de Ceuta y Melilla, poco importó la delimitación cartográfica del territorio -es decir el espacio-, o el tiempo transcurrido en éste. Tampoco la identidad de las personas que fallecieron. En una de las ocasiones en que se reabrió la causa de Tarajal se supo que el Ministerio de Exteriores había negado el visado de entrada a España a los familiares de las víctimas que querían identificarlas.

Tampoco importaron las personas que pisaron tierra ni aquellas que siguen llegando sin documentación identificativa por miedo a que se extravíe durante el viaje, por riesgo a ser deportadas, por no ser ya de entrada, sujetos jurídicos en el país de origen o por falta de reconocimiento de la documentación en el país que recibe. Son sujetos a quienes se les instrumentaliza la identidad, el espacio habitado y el tiempo transcurrido. En un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) se conoce el tiempo máximo de reclusión, — 90 días—, pero no se puede salir y entrar del espacio. En un Centro de Estancia Temporal de Inmigrantes (CETI) se puede salir y entrar dentro de unos horarios establecidos, pero no es posible saber el tiempo total del internamiento.

Para el antropólogo Marc Augé, un campo de refugiados, una construcción provisional de barracones, una autopista, un centro comercial, una cadena de hoteles o un aeropuerto forman parte de los no lugares que pueblan la Modernidad. Estos muestran cómo el mundo se hace pequeño y los destinos se unifican. Al entrar en ellos el anonimato es relativo y uno se inscribe en un espacio “de contradictoria soledad y semejanza a los otros”. Todo está indicado, todo sigue las mismas pautas y directrices. En los no lugares parece que el espacio está atrapado por el tiempo, se viven en presente y el instante se amplifica.

El campo de refugiados o el CETI, el aeropuerto o la cadena de hoteles, aunque con diferencias abismales, mantienen algo en común: tienden a la homogeneización del sujeto y de los destinos. Pero en un aeropuerto, un centro comercial o una autopista, uno transita. Dentro de un campo de refugiados, un CIE, un CETI o un espacio intervallado, a uno lo detienen. Las características de los primeros son la permeabilidad, el dinamismo, lo trasladable. En los segundos, lo impenetrable, lo estático, lo estanco.

En ambos casos, no obstante, la identidad es singular, sin relación y evocada, tal y como indica Augé, a la soledad y la similitud. Por ello, la proliferación de los no lugares y las relaciones que se generan en ellos muestran la esquizofrenia entre la lógica liberal para el ciudadano y la lógica colonial para el no ciudadano dentro del Estado-nación. El Duty Free del aeropuerto será entonces, el Duty Free, el “libre de impuesto, libre de deber” de los cuerpos de Seguridad del Estado dentro de estos espacios excepcionales y vacíos de observador, es decir, de representante jurídico. El Otro. entonces, “no está ahí”. Es un no-sujeto, en un no-tiempo, en un no-lugar.

Tres veces se ha cerrado el caso de la tragedia de Tarajal sin condena. En la primera, se determinó que no había pruebas suficientes de que la actuación de la Guardia Civil hubiera contribuido a la muerte de estas personas. En la segunda, según la misma Guardia Civil, no había pruebas de que dos personas que declaraban haber sido víctimas de la tragedia, estuvieran o hubieron pasado por España en esas fechas. La última ha sido desestimada por falta de acusación particular.

La falta de vías de entrada seguras y la militarización en metástasis de los bordes en nombre de la soberanía, muestran también el colapso en el encuentro con el Otro. Al rechazar el cuerpo se rechaza la palabra y en ello Europa, cumbre de los Derechos Humanos, demuestra que no sabe escuchar. Para el antropólogo francés, la alteridad no es la que pone en crisis la identidad. La identidad está en crisis cuando “un grupo o una nación rechaza el juego social del encuentro con el otro”. Su tercer cierre sin llegar a juicio, después de seis años de denuncia y lucha por parte de observadores, muestra que este embudo natural, nuestro estrecho, también lo es para el derecho.

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