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El mundo contra el ciudadano Trump

El presidente de EEUU, Donald Trump.

Domingo Jiménez Beltrán

Presidente de la Fundación Renovables —

Aunque algunos reivindiquemos que en ciertos aspectos 'contra Trump podemos vivir mejor', hay que reconocer que al mundo no solo le iría mucho mejor sin Trump sino que el mundo no se lo puede permitir. El presidente Trump se merece un juicio sumarísimo de los habitantes del planeta. Se lo merece por toda su irresponsable política internacional y por su decisión de retirar a Estados Unidos del Acuerdo de París y de los compromisos que implica en cuanto a reducción de las Emisiones de Gases de Efecto Invernadero de EEUU, como segundo país más contribuyente, iniciativa que afecta al futuro de todos nosotros y no sólo de los estadounidenses.

Se merece un juicio que debería escenificarse al más puro estilo de los que podemos ver en las películas americanas y que se inician con el solemne “el Estado X contra el ciudadano” y que en este caso sería “el mundo contra el ciudadano Trump”; un juicio por su conducta y sus gravísimas consecuencias, al menos en grado de tentativa.  

Ahora bien, sabiendo lo dilatado de un proceso de estas características y que su resolución podría llevarnos a cuando el incremento de la temperatura media global supere ya los 1,5ºC, y hasta los 2ºC, deberíamos abrir en paralelo otras vías alternativas para conseguir, lo antes posible, que EEUU no se retire del Acuerdo de París o, mejor aún, que se retire Trump y con ello que EEUU honre su compromiso.  

Otro proceso más inmediato, puesto que en este caso el delito empieza a ser ya evidente, es denunciar a EEUU por “dumping ambiental” ante la Organización Mundial del Comercio (OMC) tan querida por Trump. La base es simple ya que, según ha argumentado el presidente norteamericano, la reducción de las emisiones, la descarbonización de su energía tiene altos costes para la economía americana y eso significa que el no hacerlo, siempre según Trump, supone una reducción de costes para la industria y los bienes que exporta EEUU, recurriendo al ventajismo del incumplimiento de sus exigibles responsabilidades en el cambio climático.

En cualquier caso, este proceso tampoco tendría un efecto suficientemente rápido –aunque no por ello debemos descartarlo– como para conjurar desde ya los efectos negativos de tan nefasta decisión y su posible contagio, es decir, para parar la “epidemia Trump”, epidemia que, por el momento, no es previsible que se convierta en pandemia.

Quizás lo mismo que Trump apela al mercado y a la posible fijación de gravámenes a la importación de bienes y servicios que, según Trump, se hace en situación ventajista y de competencia desleal con los de EEUU, podríamos imponer, al menos en la Unión Europea, gravámenes sobre los productos y servicios de EEUU por la parte que les corresponda de las toneladas equivalente de CO2 en demasía que EEUU se permitirá en el caso de no respetar ni siquiera su compromiso de reducción de emisiones  del Acuerdo de París.

No estaría mal empezar a calcular lo que esto significaría en gravámenes para que EEUU y el presidente Trump lo tuvieran en cuenta al evaluar los impactos de su salida de este Acuerdo.

Para blindar una medida de este tipo solo tendría que cumplir dos criterios que según la jurisprudencia se exigen a las barreras al comercio por razones de protección ambiental: que sea proporcional con la protección buscada, en este caso proporcional  a la reducción de emisiones que no se producirán y que, además, se consideran insuficientes para el efecto buscado de minorar el incremento de temperaturas, y que no sea discriminatorio, para lo que bastaría con exigir lo mismo a las importaciones de Siria y Nicaragua que no firmaron el Acuerdo de París si es que es aplicable debido a su menor contribución al cambio climático.

Finalmente quedaría por explorar la posibilidad de apelar a algo en lo que los ciudadanos somos omnipotentes y con efecto inmediato si nos unimos en nuestro papel como consumidores y más en el mercado global y frente a productos o servicios de carácter global, pero, sobre todo, si se trata de brands, marcas reconocibles o señeras para su economía, y, en este caso, necesariamente de origen norteamericano.

Este camino que finalmente se traduce en el boicot a ciertos productos y servicios con el ánimo de torcer decisiones que se consideran, como en este caso, que tienen un impacto ambiental y social alto, y en el que los ciudadanos no encuentran otro camino que actuar como consumidores, es un tema delicado por lo que solo me permito identificar algunos precedentes que podrían crear las bases de acciones concretas para intentar torcer la decisión de Trump de dejar el Acuerdo de París.

Me viene a la memoria el caso de la Plataforma “Brent Spar” cuyos restos (14.500 Tn) Shell quiso hundir en el Mar del Norte con el permiso del Reino Unido. Greenpeace pasó a la acción y su pancarta desplegada encima de la plataforma enfrentándose a cañones de agua despertaron protestas en toda Europa que se tradujeron en pérdidas en las ventas de las gasolineras de Shell, algunas de las cuales mermaron en hasta un 50%, lo que creó tal presión que la petrolera finalmente desguazó la plataforma en tierra. Además, como consecuencia de esta acción, la Convención OSPAR para la protección del medio marino del Atlántico Noreste votó una moratoria sobre la eliminación en el mar de instalaciones de petróleo y gas que sigue en vigor.

Me viene también a la memoria la implicación del Gobierno de EEUU con sus marcas y en particular con las bebidas de cola. Hace cuatro años, ante la inminente aplicación por parte de la Generalitat de un impuesto sobre las bebidas azucaradas, bastó una reunión del entones embajador norteamericano, Solomont, con el entonces president Mas, para mostrarle el malestar de los fabricantes de bebidas refrescantes de su país incluyendo marcas, brands, tan valoradas mercantilmente como las “colas” y de su efecto sobre posibles inversiones de empresas de EEUU en Cataluña para que dicha propuesta fuera retirada, aunque la Generalitat siempre negó que esa fuera la causa.

Parece posible que acciones bien orquestadas y proporcionadas de los consumidores podrían tener un efecto disuasorio más inmediato. Acciones de cara a los productos energéticos, en particular combustibles y carburantes fósiles procedentes de empresas de EEUU, que en principio estarían favorecidas por la decisión de Trump de no descarbonizar como estaba previsto la economía de su país (aunque bastantes de ellas se han posicionado en contra de dicha decisión), o sobre brands o marcas muy reconocidas como son las “colas” y que en EEUU parece considerarse cuestión de Estado.

Este es un asunto delicado y que dejo en la fase propositiva a personas u organizaciones más experimentadas en el activismo desde el consumo y cuyas asociaciones, por cierto, según la legislación española, no pueden participar en tales iniciativas.

Lo que sí está claro es que todos debemos contribuir a hacer lo posible para que no sea posible que Trump se salga con la suya, por lo que bien merece explorar todas las alternativas. No hacerlo sería una irresponsabilidad. Tenemos que evitar, glosando a Joaquín Estefanía, que nuestros nietos o sobrinos nietos… nos digan “abuelo ¿cómo pudiste permitir esto?”.

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