Esta joya del románico está en el norte de España y es famosa por sus paredes inclinadas

Iglesia-colegiata de Santa María del Sar

Elena Segura

17 de septiembre de 2025 16:09 h

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Es difícil visitar Santiago de Compostela sin plantarse frente a su imponente catedral o sin trepar hasta lo alto de sus miradores, que ofrecen una vista privilegiada de la ciudad jacobea. Sin embargo, debes saber que, más allá de la antigua muralla medieval que fortificaba la ciudad, se encuentra un auténtico tesoro del patrimonio gallego, una edificación milenaria de profunda tradición compostelana. Se trata de la iglesia-colegiata de Santa María del Sar, un pequeño pero monumental emplazamiento. Su antiquísima historia y su valor arquitectónico hicieron que en 1895 se convirtiera en unos de los primeros edificios declarados como Monumento Nacional en Galicia.

Fundada en 1136 por un antiguo miembro del cabildo de la Catedral de Santiago, Diego Xelmírez, esta iglesia surgió como un priorato, un lugar de retiro para sacerdotes miembros de la Orden de San Agustín. Este templo religioso debe su denominación al río que atraviesa el barrio en el que está afincada. La iglesia se encuentra de camino para aquellos peregrinos procedentes del sur, en concreto de quienes recorren los itinerarios conocidos como Vía de la Plata y Caminos del Sudeste.

Se especula que el edificio, junto al claustro y las dependencias monásticas, no fuera terminado hasta los primeros años del siglo XIII. Es un excelente ejemplo de arquitectura románica compostelana. Presenta una tradicional planta basílica —que consiste en una nave principal alargada con otras laterales de menor altura, con filas laterales entre ellas— de tres naves, que destaca por la inclinación de sus muros. El tiempo y el terreno inestable han inclinado las paredes y las columnas de esta colegiata. Lejos de restarle atractivo, esta singularidad han hecho que el edificio sea todo un emblema del románico compostelano. En el interior, la inclinación de los muros es especialmente patente, con una desviación en forma de 'v', que crea la ilusión de que el edificio trata de abrirse al cielo.

Iglesia-colegiata de Santa María del Sar

Los añadidos que se incorporaron siglos después de esta iglesia, lejos de restarles atractivo, le han añadido carácter. Es el caso de los gruesos arbotantes —un medio arco que descarga el peso de la nave principal a un contrafuerte— construidos entre los siglos XVII y XVIII para evitar el derrumbe de los muros septentrionales, castigados por la inclinación que ya presentaban en esta época.

El claustro y el museo

El claustro de Santa María del Sar es, sin duda, uno de los rincones más evocadores del conjunto. Construido en la segunda mitad del siglo XII, se pensó como espacio de recogimiento para los canónigos agustinos que habitaban la colegiata. Aunque no se conserva completo, las dos galerías que han llegado hasta nosotros permiten imaginar su antigua grandeza. Los capiteles que sostienen los arcos son auténticas joyas de la escultura románica gallega: en ellos se alternan motivos vegetales estilizados con escenas bíblicas como Daniel en el foso de los leones, luchas entre caballeros o animales fantásticos que parecen salidos de un bestiario medieval.

Anexo al claustro se encuentra el museo de la colegiata, pequeño en dimensiones pero muy valioso para entender la historia del lugar. En sus salas se exhiben esculturas románicas que en su día formaron parte de portadas y capiteles, piezas góticas y renacentistas, fruto de reformas posteriores, y objetos litúrgicos como cálices, custodias y ornamentos que acompañaron la vida religiosa de los canónigos. También se conservan documentos y testimonios escritos que narran los avatares de la colegiata a lo largo de los siglos.

Pila bautismal de la colegiata de Sar

La visita al claustro y al museo completa de manera natural el recorrido por Santa María del Sar. Si el interior de la iglesia impresiona por la monumentalidad de sus naves inclinadas y por la fuerza de sus arbotantes, el claustro y el museo son espacios que permiten comprender no solo la arquitectura, sino también la vida cotidiana y espiritual de la comunidad que habitó estas piedras.

La colegiata de Santa María del Sar es el lugar perfecto para quienes buscan un Santiago más íntimo y menos transitado. Después de la intensidad de la plaza del Obradoiro y el flujo constante de peregrinos, este rincón a orillas del Sar ofrece silencio, frescor y un contacto directo con la historia medieval. Visitarla es toda una experiencia para los amantes del románico y para cualquiera que quiera llevarse un recuerdo diferente de la capital gallega.

Un viaje en el tiempo

Recreación del interior de la Iglesia de Santa María de Sar en el siglo XIII

Gracias al proyecto MuSar Digital, hoy podemos imaginar cómo era la colegiata de Santa María del Sar en sus primeros años, allá por el siglo XIII. El templo no se parecía del todo al que vemos en la actualidad: entonces lucía una cubierta de madera sostenida por arcos de diafragma, mucho más ligera que las bóvedas de piedra posteriores. Su fachada principal estaba coronada por tres rosetones —uno central y dos laterales— que bañaban de luz el interior, y sobre las naves laterales se alzaba un falso triforio inspirado en la mismísima catedral de Santiago, lo que demuestra la ambición arquitectónica de esta comunidad de canónigos.

Con el paso del tiempo, sin embargo, la colegiata comenzó a transformarse. En el siglo XV, la sustitución de la techumbre de madera por pesadas bóvedas de piedra cambió por completo el interior y, al mismo tiempo, generó un problema inesperado: el peso añadido hizo que los muros empezaran a ceder y a inclinarse de forma peligrosa. Esta fragilidad, visible aún hoy, se convirtió en parte de la identidad del edificio y en una de las razones por las que resulta tan singular.

Para evitar el derrumbe, en el siglo XVIII se levantaron los espectaculares arbotantes exteriores que rodean la iglesia como un abrazo de piedra, al tiempo que se reconstruyó la parte superior de la fachada, que perdió su aspecto románico original. Así, la colegiata que contemplamos en la actualidad es un palimpsesto arquitectónico: un templo románico con añadidos góticos y barrocos que, lejos de restarle encanto, narran su historia de resistencia.

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