El tranquilo pueblo pesquero de Galicia que cuenta con un jardín único en el mundo

Camelle.

Edu Molina

18 de junio de 2025 10:58 h

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En la recóndita Costa da Morte, en pleno municipio de Camariñas, se alza Camelle, un pequeño pueblo pesquero de gran belleza natural e historia marinera. Allí se manifiesta una fusión única entre la fuerza indómita del mar y la sensibilidad artística humana. Cada amanecer en su costa confiere un halo de misterio, como si cada piedra y cada ola narraran un relato ancestral. Es ese vínculo entre paisaje agreste y creación solitaria lo que convierte a Camelle en un escenario atípico, capaz de interpelar al viajero en busca de experiencias singulares y verdaderas.

Bajo esa atmósfera de belleza salvaje, camuflada en medio de casas de granito y vida pesquera, emerge un fenómeno singular: el Museo Man de Camelle. No es un museo al uso, sino un jardín al aire libre, configurado por las manos de Manfred Gnädinger, conocido como “Man, el alemán de Camelle”, y profundamente integrado en el entorno rocoso y oceánico. No se trata solo de esculturas, sino de una intervención radical de Land Art en la que el propio artista consumó una obra de vida, de marginalidad, retazo y resistencia ante la belleza primordial de su entorno.

El viaje hasta Camelle exige una mirada atenta y pausada. No basta con asomar la vista desde la carretera o el sendero: es necesario adentrarse en el puerto, caminar entre las esculturas erigidas por la marea. Así, Camelle se revela como una experiencia multisensorial, patrimonio de quienes oídos, ojos y piel se entregan al mar. Este relato se dirige a quienes indagan en destinos singulares; Camelle no compite por grandes estampas, sino por instantes plenos, pequeños y profundos.

Man de Camelle y su Jardín‑Museo de Man

Man de Camelle hacía esculturas con los objetos que el mar dejaba en la costa.

Manfred Gnädinger (Radolfzell, Alemania, 1936 — Camelle, 2002) llegó al Camelle en mayo de 1962, procedente de un periplo por Italia, Francia y España. Con rapidez se ganó el apodo de “el alemán” y se integró en la comunidad local hasta alcanzar cierto renombre por su discreción y porte respetuoso. Hacia 1972 trasladó su vivienda a un promontorio rocoso al lado del mar, construyendo allí una diminuta cabaña de apenas 14 m², de ladrillo, con ventanucos estratégicos, decorada con formas circulares.

Allí vivió como ermitaño hasta su muerte: sin electricidad, sin agua corriente, sobreviviendo con la pesca, lo que cultivaba, y lo que el océano le brindaba. Empezó a modelar esculturas sobre el espigón, empleando rocas, caparazones, plásticos, huesos y restos de naufragios: en suma, los materiales que el mar depositaba en la costa. Creó así un jardín escultórico, sin planos previos, que se fue expandiendo casi en secreto y se convirtió en su obra de vida: una forma extrema de Land Art, de una belleza primitiva, enraizada en lo natural y más visceral.

Su intervención artística ganó visibilidad cuando visitantes, curiosos y lugareños empezaron a acercarse al puerto. Muchos aportaban provisiones, y él, generoso, aceptaba. No buscaba notoriedad, sino compañía y reconocimiento. En 2002, el hundimiento del petrolero Prestige arrasó su jardín: el chapapote cubrió gran parte de su obra, provocándole una profunda tristeza, que se considera causante de su muerte apenas unas semanas después.

La Xunta de Galicia se hizo con ella y, tras diversas vicisitudes, en 2007 se inauguró “A Casa do Alemán”, hoy Museo Man de Camelle. Allí se exponen objetos recuperados de la cabaña original, reconstrucciones virtuales de elementos del jardín desaparecidos y materiales que ilustran su proceso creativo: herramientas, objetos marinos, libretas con más de 2000 dibujos realizados por quienes lo visitaron.

A Casa do Alemán.

Camelle representa un destino de viaje atípico. Su Jardín-Museo no es un monumento, sino un recodo creado por una persona que convivía con lo primigenio. Es una experiencia para los sentidos sensibles: el rumor del mar, la textura de las rocas, el eco de esculturas que emergen del oleaje y una arqueología emocional. Todo ello conforma una propuesta auténtica y fuera de lo corriente, adecuada para quienes buscan que el viaje les susurre historias sin intermediarios.

En un mundo repleto de lugares altamente curados y comerciales, Camelle y el legado de Man retan a quien llega a buscar no solo un destino, sino un momento de comunión con la creación sin artificios: una experiencia de frontera, entre lo natural y lo humano.

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