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Derrota a los presos de ETA

José María Calleja

Con el lenguaje abstruso y alambicado al que nos tienen acostumbrados desde hace tantos años, el colectivo de presos de ETA (EPKK) reconoce su última derrota: la de los propios presos.

Después de años zahiriendo, estigmatizando, condenando a los presos que planteaban acogerse a una vía individual. Ahora reconocen que no saldrán a la calle, que no se reagruparán, que no se acercará a cárceles vascas, por lo menos una pequeña aproximación, aunque sea a Burgos y no a Euskadi, un permiso, aunque sea de fin de semana; una leve agrupación, aunque sea de media docena… lo que sea. Esto se ha acabado y ahora toca el sálvese quien pueda de las salidas individuales, vienen a decir sin poner la palabra.

No hace tanto que en la banda se reconocía el derecho innegociable de los presos a “cumplir íntegras” sus condenas en la cárcel. Lo decía, en febrero de 1993, el abogado de la banda Txema Matanzas.

Bajo ese planteamiento infame, etarras que podrían haber salido antes de cumplir la condena integra y acogerse a beneficios penitenciarios individuales se quedaron dentro.

Reivindicando ese supuesto derecho, que era un puro delirio, algo siniestro, que no era más que una forma de miedo. Miedo a sentirse apestado en su pueblo por la propaganda etarra si salía antes de tiempo; esa propaganda que tan eficazmente funcionó para definir y clasificar a amigos y traidores.

Tú podías entrar en ETA de forma individual, pero tenías que salir en manada. Recientemente el preso Iñaki Rekarte fue expulsado de la banda por optar por una vía individual.

Todo eso lo decía el colectivo que utilizaba a los presos, muchas veces desde la calle, como moneda de trueque para presionar al Gobierno y como elemento para mantener la cohesión emocional no solo de los presos, también de los de fuera.

A Yoyes, ex dirigente de ETA, la asesinaron un 11 de setiembre de 1985, después de embadurnarle las paredes de su pueblo con pintadas en las que la insultaban sin ninguna base, precisamente por tener la lucidez de bajarse de una maquinaria de muerte, convertida en fin en sí mismo, que no tenía otro objetivo que perpetuarse.

Ahora, casi 30 años después, los que dieron la orden de asesinarla delante de su hijo, reconocen que hay que hacer lo que sea con tal de salir de la cárcel, aunque sea un día para luego volver; de acercarse aunque sean unos pocos kilómetros y sin estar en las cárceles vascas.

Cuántos asesinatos, cuánto dolor, cuánto sufrimiento -incluso de los propios presos- nos hubiéramos ahorrado de haber resplandecido lo evidente a tiempo: “Sí, puedo acogerme a beneficios penitenciarios, me amparo en ellos y salgo a la calle”.

Los históricos comisarios políticos del tinglado, Rufi Etxebarria y Pernando Barrena, no tuvieron el menor problema en acogerse a esas vías individuales de reinserción en su día. Pactaron nada menos que con el fiscal de la Audiencia Nacional y después de perpetrar lo que ellos mismos hace unos años hubieran dicho que era una traición, se libraron de entrar en la cárcel , en la que estaban desde hacía años aquellos a los que jaleaban para que resistieran, mientras ellos estaban en la calle.

Tienen ahora en las cárceles españolas unos 350 presos etarras y este comunicado de hoy se difunde después de sonoros fracasos para supuestas entregas de armas, la última en Francia, implicando a gente que se ha sentido en algún caso utilizada.

Hemos pasado de 'la amnistía no se negocia', al 'último gilipollas'. Ya lo decía Joseba Aulestia, cuando se reinsertaron los polimilis, en los primeros ochenta: el primero traidor, el último idiota.

En esa fase estamos.

Cuántos asesinatos, cuánto sufrimiento nos hubiéramos ahorrado; cuántos años se hubieran ahorrado los propios presos de haberse bajado de la violencia en época de Yoyes, que el que quisiera dejar la banda por vía individual lo hubiera hecho. Los que se frenaron, paralizados por el pánico a su propia organización, se harán esta pregunta ahora. Está claro. Como siempre, con años de retraso, ETA llega a la misma conclusión que los que pagaron con su vida su lucidez.

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