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Ideología y/o derrota

El presidente de Vox, Santiago Abascal, junto a la líder del Frente Nacional francés, Marine Le Pen

Carlos Hernández

Pedro Sánchez endurece su discurso sobre Catalunya. Los barones socialistas, nada socialistas, desempolvan los rancios mensajes que permitieron a personajes como Bono, Rodríguez Ibarra o Francisco Vázquez cautivar al votante derechista… haciendo políticas derechistas. Sectores de Podemos y de Izquierda Unida culpan a la confluencia de los malos resultados electorales. Ideólogos, sociólogos, políticos y analistas progresistas nos piden que no llamemos fascistas a los fascistas y que comprendamos las razones que llevan a obreros, parados y jubilados a convertirse en fieles legionarios de Santiago Abascal.

Estos son algunos de los síntomas de que la izquierda española ha vuelto a su estado habitual: el modo pánico combinado con el modo duda. El detonante de esta nueva crisis no ha sido únicamente la irrupción de Vox, sino la constatación de que la mayoría de los andaluces, al menos de quienes votaron, han apostado a opciones políticas conservadoras que competían entre ellas para demostrar quién era más ultra. Una región humilde y tradicionalmente de izquierdas ha pasado, de la noche a la mañana, a visualizarse como el nuevo bastión del facherío nacional. La encuesta publicada este jueves por eldiario.es echa un poco más de sal en la llaga. Con la segura entrada de Vox en el Congreso de los Diputados, las derechas más derechosas están muy cerca de gobernar España. La izquierda sigue preguntándose cómo ha sido posible el sorpasso andaluz y el tsunami posterior, sin percatarse de que la respuesta, como casi siempre, es la más simple: es la ideología, estúpidos.

Ciudadanos, PP y Vox tienen claro su relato. Los tres han presumido de tenerla más grande que los otros (la bandera rojigualda), de odiar infinitamente a los independentistas catalanes y de darles asquito esos moros y negros que cruzan el estrecho. Sus lemas de campaña no han podido ser más simples y lo seguirán siendo: “yo soy español, español, español” y “¡a por ellos, oé; a por ellos, oá!”.

Y frente a la claridad, el caos. ¿A qué PSOE debía apoyar el votante andaluz? ¿Al de Susana Díaz que permitió gobernar a M. Rajoy para no pactar con los independentistas? ¿Al de Pedro Sánchez que llegó a la Moncloa gracias a los votos de ERC y PDeCAT? ¿Al Gobierno que recibió triunfalmente al Aquarius o al que dejó abandonados a su suerte a los inmigrantes del Nuestra Señora del Loreto? ¿A quién tenía que respaldar el votante de Unidos Podemos? ¿A los anticapitalistas que según la dirección nacional se habían apropiado del proyecto? ¿A los pablistas que según Teresa Rodríguez intentaban tutelar Andalucía desde Madrid? ¿A la Izquierda Unida que, para algunos, es demasiado comunista o al Podemos que, para otros, no tiene una ideología clara? ¿A quienes apostaban por dejar de vender armas a Arabia Saudí o a quienes justificaban ese comercio para garantizar los puestos de trabajo en Cádiz?

La derecha tiene diseñada su hoja de ruta. Pablo Casado lo ha vuelto a demostrar fichando como jefe de gabinete a uno de los peores halcones de Aznar. Ciudadanos redobla su papel de azotador de los independentistas en el Parlamento catalán. Vox sigue a lo suyo sabiendo, como en su día sabía Trump, que no perderá ni un voto, aunque Abascal utilice su pistola en medio de la Gran Vía. La derecha apuesta a derecha, mientras la izquierda… ¿a qué apuesta la izquierda?

Durante décadas los partidos progresistas, no solo españoles, han sido incapaces de plantar cara al discurso conservador. Los arcaicos partidos comunistas sucumbieron ante él. Los socialistas terminaron por hacerlo suyo, asumiendo que en política económica no había alternativa al neoliberalismo. Mantuvieron una cierta sensibilidad social, pero compraron el grueso del paquete: autorregulación de los mercados, bajadas de impuestos, privatizaciones, desigualdad, precariedad laboral… La socialdemocracia ha acabado pareciéndose tanto a la derecha que ha dejado de ser relevante en la mayor parte de Europa.

Ahora, en nuestro país, los conservadores vuelven a imponer su relato, esta vez en lo que respecta a Catalunya. Ayer lo explicaba magistralmente Carlos Elordi en esta misma tribuna. Sánchez recuperó el poder en el PSOE y ganó después la moción de censura por su determinación a acabar con los gobiernos corruptos del PP y también por su apuesta de diálogo para Catalunya. Empezó bien, pero pronto se arrugó. Acoso permanente de la caverna, presiones internas de sus barones más populares y provocaciones constantes desde el entorno de los iluminados y muy egoístas líderes del 'procés'. Un contexto difícil, pero más que previsible. El presidente del Gobierno tomó un camino recto, pero pronto le entraron las dudas y comenzaron los vaivenes. Y los vaivenes en política siempre conducen al abismo.

Al discurso sencillo, POPULISTA y sin fisuras de las derechas extremas españolas solo se le puede hacer frente desde las convicciones, la coherencia política y la IDEOLOGÍA. Si se defiende una salida dialogada para la crisis catalana, peleen por ella hasta el final, cueste lo que cueste. Si repugna el discurso antiinmigración, verbalicen la repulsa, pero también actúen en el Mediterráneo y denuncien los campos de la vergüenza en Turquía y Libia. Si hay que subir los impuestos para garantizar las pensiones y mejorar nuestra sanidad y nuestra educación… explíquenlo y háganlo. Si sacar a Franco del Valle es una obligación democrática, cambien las leyes que hagan falta para poder reinhumarle en el lugar más inmundo posible.

Creo que se equivocan quienes, desde una óptica progresista, apelan a superar el eje izquierda-derecha. Ese fue el discurso de un Movimiento Cinco Estrellas que ha acabado convertido en la muleta del fascismo italiano. Y digo fascismo, sí, porque suavizar la terminología es el primer paso para blanquear la maldad. Entiendo las buenas intenciones de quienes apelan a comprender a los votantes de Vox y a no calificarles de fascistas. Les entiendo, pero no comparto su criterio. Es obvio que debemos analizar el fenómeno y poner todos los medios para evitar que cada vez más españoles se suban al atractivo carro que ha construido la extrema derecha. Sin embargo, resulta igual de imprescindible que les pongamos, día tras día, frente al espejo; que les digamos que son insolidarios, racistas, machistas, homófobos, intolerantes y filofranquistas. No se trata de insultarles, sino de describirles. Describirles objetivamente, después de haber leído el programa electoral del partido al que han apoyado o de haber escuchado a sus líderes en mítines y entrevistas. Vox es un partido fascista, como lo es el Frente Nacional de Le Pen, Alternativa por Alemania o la Liga de Salvini. Quienes hoy aplauden a oradores que apelan desde la tribuna a la segregación de personas por el color de su piel, por su sexo o por su orientación sexual no son muy diferentes de aquellos alemanes que jaleaban al Führer mientras prometía expulsar a los judíos o reducir el gasto público eliminando a los discapacitados. Si ni siquiera esto lo tenemos claro, mal podremos defendernos de lo que está por venir.

Sí hay ideologías. La extrema derecha tiene muy clara la suya. ¿Y el resto?

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