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No somos blancos

Antonio Banderas,  junto a Óscar Jaenada.

José Saturnino Martínez García

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Durante unos meses viví en EEUU en una cooperativa de vivienda vegetariana, muy concienciada con el medio ambiente y diversas luchas políticas progresistas. Éramos ocho personas, y cada vez que alguien se iba, se hacía un “casting” para seleccionar al nuevo residente. En una ocasión quedaron dos finalistas, una chica estadounidense y un indio (de la India). El debate que hubo en la casa se centró en qué era más importante, si aumentar la diversidad étnica o mantener la cuota de género proporcional. El debate se acaloró y el compañero más veterano dijo en un momento que sí, que la cuota de sexos estaba bien, pero que él llevaba muchos años en la casa y hasta hacía pocos meses en la casa siempre habían sido blancos. Yo miré alrededor un poco sorprendido, pensando que todos éramos blancos. Mis compañeros sabían que España está en Europa, varios habían estado aquí, incluso sabían hacer gazpacho. Al acabar la reunión, por confirmar, por si mi nivel de inglés me había traicionado, me acerqué a uno y le pregunté, yo soy el que no es blanco, ¿verdad? Y me lo confirmó.

Antes de entrar en esa casa estuve buscando donde vivir. Al llegar a un complejo de apartamentos, le pregunté información al jardinero. Era obvio que era un inmigrante hispano, así que enseguida empezamos a hablar en castellano. Cuando le comenté que buscaba piso, me dijo que cuando hablase con el gerente de los apartamentos le dijese que éramos conocidos, que habíamos trabajado los dos de freganchines en el mismo bar y que respondía por mí. Este inmigrante mexicano también sabía dónde estaba España, y también sabía que yo no era blanco. Él y yo somos lo mismo en EEUU, “colored people”, y sabía que todos los latinos tenemos que hacer piña en una sociedad dominada por los blancos.

Estas anécdotas me podrían no haber pasado, y podría haberme ido de EEUU pensando que allí, o en los países del centro y norte de Europa somos blancos. En Dinamarca, por ejemplo, tampoco somos blancos, somos “spaguettis” o “turcos”. En España ya tendríamos que habernos dado cuenta hace tiempo de cómo nos clasifican; por ejemplo, esta semana Rosalía ha triunfado en los Grammy Latinos, L A T I N O S. Están los Grammy y los Grammy latinos. Lo que no lleva etiqueta es blanco. El centro del poder es blanco. Los que deciden qué etiqueta llevan el resto son blancos.

A muchos españoles les ha indignado saber que no son blancos. Es decir, saber que en la jerarquía mental y social que discrimina a las personas por una mezcla arbitraria de características fenotípicas y culturales, estamos del lado de los dominados. Si a alguien de España le molesta que le coloquen con mexicanos, argentinos o bolivianos… pues debe pensar que tan diferente es un argentino de un mexicano como de un español. Y debería pensar que si no es racista, por qué le molesta tanto no ser blanco en tantos países.

La anécdota con Antonio Banderas, que fue clasificado como no blanco por la prensa de EEUU, fue recibida en España entre indignación porque nos sacaran del grupo privilegiado y mofas ante una supuesta incultura, como si no supiesen donde está España, cuando lo que pasa es que en España no sabemos dónde estamos en EEUU. La prueba del despiste es que si no me equivoco, todos los papeles que le toca hacer a Banderas son de “no blanco”, es decir, como algo diferente al WASP (blanco, anglosajón y protestante).

Todas estas anécdotas ilustran la complejidad del debate racial. Por un lado, las investigaciones científicas muestran que no hay tal cosa como razas humanas, y se propone el concepto de linaje, para referirse a grupos con ancestros comunes. Por otro lado, las clasificaciones tradicionales de raza no tienen que ver con proximidades genéticas entre los grupos racializados por el grupo dominante, sino que cada sociedad considera pertinentes unas razas que en otras sociedades se agrupan de distinta forma. Por ejemplo, las “razas” en las que el censo de EEUU clasifica a su población nada tienen que ver con las “razas” en las que el imperio español agrupaba a la población americana. Bueno, perdón, algo sí tienen que ver. En ambos casos son formas de agrupar a la población para dividirla y poder dominarla con más facilidad. Porque en eso consisten las razas, en instituir en los cuerpos la dominación social.

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