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Los fachas

Santiago Abascal en Vistalegre

Montero Glez

Hace un par de años coincidí con Santiago Abascal en la Feria del Libro de Madrid. Nos tocó firmar en la misma caseta. Hay veces que el destino gasta bromas de muy mal gusto y aquella vez fue una de esas veces.

A decir verdad, no me sorprendió la multitud de gente que se amontonaba en aquella fila que parecía no tener fin  y que se enredaba con otra, provocada por la presencia del humorista Pablo Carbonell, dos casetas más allá. No me sorprendió, ya digo, por ser costumbre en la Feria del Libro de Madrid, donde los que más libros firman no son precisamente literatos.

En todo caso, lo que me pareció sorprendente fue comprobar que la mayoría del personal que se acercaba a estrechar la mano de Santiago Abascal, y a llevarse su libro firmado, fuesen gentes de origen humilde, clase trabajadora sin conciencia de clase, dispuesta para servir con gusto al patrón, al capital y a toda la cuerda de verdugos financieros. Hablé con algunos de ellos y su  expresión discursiva era tan simplona como propia del pensamiento limitado que podemos encontrar en la página esa de Forocoches.

Aquel día de Feria, llegado el momento más álgido de mi cabreo, solté la cuestión en voz alta: “¿Hay algo más tonto que un obrero de derechas?” A lo que mi querido amigo, el editor Eduard Gonzalo respondió: “Sí, claro, un obrero que vota al PSOE pensando que está votando a la izquierda”. El asunto no tiene gracia, es para reflexionar, pues, hace unos días, Santiago Abascal, lider de VOX, lo petó en Vistalegre. Los Carabancheles se llenaron de hombres y mujeres con cañas de pescar de donde pendían banderas rojigualdas  made in China. No es que los fachas vuelvan, es que nunca se fueron.

Son gentes de a pie, en su mayoría; hombres y mujeres sin conciencia crítica que no ven más allá de un trapo rojigualda y que señalan al inmigrante como el culpable de la tasa de desempleo de los españoles. Porque todo imbécil que se precie y que no tiene algo por lo que pueda mostrar orgullo, se refugia en el último recurso que le queda, es decir, el de vanagloriarse de la nación en la que, por azar, ha nacido. Algo así vino a decir Schopenhauer y, después de ver lo que está sucediendo, yo lo suscribo. No es para menos.

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