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El juego de los espejos

Mariano Rajoy

Antón Losada

Mariano Rajoy se equivoca en una cosa y tiene razón en otra. Yerra al creer que la sentencia de la Gúrtel no afecta “en nada” a su gobierno. De entrada desmonta la última línea de defensa del Partido Popular ante su corrupción institucionalizada: la Justicia ya ha hablado. De salida se ha llevado por delante la estabilidad y la garantía de completar la legislatura, lograda apenas un día antes con la aprobación de los presupuestos; aunque supere este moción, el riesgo de adelanto electoral ha vuelto para quedarse una temporada.

Rajoy acierta, en cambio, al sostener que la sentencia no ha cambiado de manera relevante la variable que le permitió hacerse con el gobierno en 2016: sigue sin haber una mayoría alternativa capaz de promover un cambio de gobierno, ni siquiera está claro que concurra una mayoría suficiente para una moción instrumental y anticipar elecciones. El juego de espejos que refleja y distorsiona el laberinto de contradicciones, tacticismos, medias verdades y cortedad que ha bloqueado cualquier alternativa sigue intacto; si acaso con casi todos sus protagonistas aún más obsesionados por su imagen en los espejos y menos atentos a la realidad que reflejan.

Pedro Sánchez quiere ser presidente y gobernar antes de convocar unas elecciones que usan como argumento para tratar de forzar a los demás a votarle sin condiciones. La cabeza de Rajoy es el único premio que está dispuesto a compartir, todos los demás los quiere para sí. Reclama los votos de Ciudadanos, de Podemos y los nacionalistas sin que ninguno pueda exigirle cuentas y que, además, le queden a deber el favor. No puede decir abiertamente que pretende gobernar en solitario con sus paupérrimos 84 diputados, porque no se sostiene ni se puede defender, así que recurre al comodín de un adelanto electoral que quedaría exclusivamente en su mano.

Ciudadanos suspira por una aceleración electoral que pueda imputar a Rajoy y no a su propia ansiedad. Pero ni tiene los diputados para forzarla, ni quiere hacer presidente a Sánchez antes de esas elecciones que todos les aseguran que van a ganar. No puede apoyar al PP pero tampoco dejar que Sánchez llegue a la Moncloa, precisamente lo único que le vale al líder socialista. No va a cambiar a un Rajoy que se desgasta dolorosamente para regalarle a Sánchez unos meses de campaña y telediarios como presidente pero tampoco puede decirlo abiertamente porque, entonces, a Albert Rivera se le derrumba el discurso de que no le importan los sillones y los cargos. Su única salida pasa por lo que están haciendo: poner cada día otra condición imposible.

A Podemos no le queda más remedio que apoyar a Pedro Sánchez. No le conviene ahora mismo ir a elecciones y es el precio a pagar por su enorme error de votar en contra en 2016. Pablo Iglesias sabe que el líder socialista quiere gobernar de manera efectiva y quiere entrar en el gobierno, pero no puede exigirlo ni poner condiciones, solo ofrecerse a cambio de nada; un precio muy alto que siempre duele pagar.

El PNV quiere que sigan Rajoy y, sobre todo, sus presupuestos, pero no puede decirlo, así que se limitará a esperar ayudando discretamente para que la moción socialistas naufrague victima de sus propias contradicciones, no por sus votos. A ERC y el PDeCAT solo les vale cambiar a Rajoy por Sánchez si es gracias a sus votos. No pueden votar con Ciudadanos y sus propios electores entenderían mal que dieran su apoyo a un candidato que ha sostenido sin reservas la aplicación del 155 y, de momento, sólo ofrece más constitución.

Mientras unos y otros dicen una cosa y hacen otra, Mariano Rajoy es el único que hace lo que dice. Él no se mueve, hará lo que tenga que hacer y se peleará con quién sea y cómo sea para seguir en la Moncloa, porque nadie puede sumar una mayoría alternativa para obligarle a salir de ella o convocar elecciones. Ésa continúa siendo su mayor ventaja.

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