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El vértigo y la caída

Podemos no garantiza apoyar una moción de censura del PSOE-M a Cifuentes

Miguel Roig

                  Si toda la política se reduce a una escenificación de la transparencia,                                                 el final de los secretos sería el final de la política.»                                                                                                                     Byung-Chul Han

 

 

Rita Barberá fue una de las dirigentes del Partido Popular que operó su relación con los medios siendo funcional a un formato. Comparecencias inesperadas ante una alta ansiedad de la mirada mediática y silencios prolongados que terminaban convocando cámaras insomnes ante su domicilio. Las peripecias creativas para sortear las sospechas de corrupción que asomaban por todas las ventanas de su gestión en el ayuntamiento de Valencia consolidaron su figura, siempre ataviada de rojo cardenalicio, en un relato perpetuo, tal como plantean las reglas del género, con un final que la telerrealidad prefiere siempre en potencia y no en acto para sostener picos perennes de audiencia: se trata de narrar el vértigo y no la caída que pone fin a la narración.

Esperanza Aguirre cerró, aparentemente, su ciclo con un mutis a foro. Su figura cruzó incansable la escena pública desde los lejanos tiempos de ministra de Educación en los que se sometía a los presentadores de Caiga quien caiga, pasando por el «tamayazo», las comparecencias en calcetines y el sorteo diario de obstáculos que proveyeron tanto todas las tramas que la abrazaron, de la Gürtel a la Púnica, como sus colaboradores procesados, de Ignacio González a Francisco Granados.

Cristina Cifuentes no es un personaje secundario en esta saga. Llega a la presidencia de la Comunidad de Madrid, apoyada por Ciudadanos abogando por la transparencia total y por un combate sin tregua a la corrupción. Estas premisas se sostienen sobre un perfil que se autodefine como republicano, feminista, abierto a las distintas orientaciones sexuales y contrario a cualquier penalización contra el aborto. No está mal viniendo del PP. Pero tal como demostró en su día Alberto Ruíz Gallardón los relatos populares son líquidos. Menos la transparencia que es gaseosa, imperceptible y que, como explica el filósofo Daniel Innerarity (Política para perplejos, Galaxia Gutemberg), es propia de una cultura que gira en torno a lo visual, una transparencia «cuya absolutización nos lleva a suponer que la discreción equivale a una opacidad injustificada».  La indiscreción de los calcetines de Aguirre o la exhibición de su ignorancia en CQC son la trasparencia del prime time al igual que la última cena de Barberá narrada con ferocidad por la telerrealidad.

¿Dónde está la transparencia de Cifuentes? En Instagram, en Twitter.

El 21 de marzo eldiario.es reveló que Cifuentes obtuvo el título de un master en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid, supuestamente, con notas falsificadas. Desde esa fecha la presidenta de la Comunidad de Madrid no ha aportado ninguna prueba que certifique lo contrario. Tampoco ha comparecido ante los medios, al contrario, ha reeditado el uso del plasma en la sede del PP y ha colgado un video en su cuenta de Twitter el 22 de marzo en la que avisa –¿a quiénes?–: «a los que queréis que me vaya, no me voy». El vértigo de su relato, el guion improvisado, en el aire, de telerrealidad pura está en su punto álgido.

La UNRJ tampoco parece ajena a una buena dosis de transparencia ya que el error de transcripción asumido en un primer momento ha dado paso a una investigación interna a los servicios de la propia universidad y finalmente se ha solicitado un observador imparcial a la Conferencia de Rectores. También aquí aumenta el vértigo a pesar que desde el principio se ha declarado que toda la actuación ha sido correcta.

El 26 de marzo Cristina Cifuentes, a través del plasma de la sede del PP, anunció una querella contra los periodistas Ignacio Escolar, director de este diario, y Raquel Ejerique, responsable de la investigación de este caso. En esto también es coherente con la hoja de ruta de su partido que ha suplido siempre el ejercicio de la política desde los tribunales.

Cifuentes avanza, «sin dar un paso atrás», como ella manifiesta generando solo vértigo a sí misma. En la mayoría de sus intervenciones en las redes sociales su imagen apenas aparece estos días. Está alcanzando transparencia total: el sujeto es invisible. Solo falta saber si se aún encuentra en el fuera de cuadro.

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