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No me toques las helvéticas

Begoña Huertas

Atisbar el mundo del diseño puede ser una fuente ilimitada de recursos para un escritor. Lo que quizá resulten obviedades para alguien involucrado profesionalmente en él, para los que lo vemos desde fuera puede provocar auténticos interrogantes… no diré filosóficos, pero casi: ¿sabe igual un vino en una jarra con el logo de una cerveza?, ¿qué puede tener un mueble para costar más que un apartamento?, ¿por qué un billete se ve como algo valioso y no como un simple trozo de papel?

Uno de los blogs que ojeo con frecuencia en busca de inspiración o sencillamente de cosas curiosas es No me toques las helvéticas. En él, Laura Pérez Osorio comparte algunos de los contenidos más interesantes que circulan por la red relacionados con el diseño.

El post que me condujo y me enganchó a este blog fue precisamente el que se hacía eco del proyecto Try Helvetica, nacido en Brasil al grito de “Brazil needs more helvetica! And so the World!” El proyecto consistía en comprobar cómo modificaba esta tipografía las fachadas de los bares, peluquerías, o en fin, los pequeños comercios de lugares, digamos, “de no diseño”.

El resultado me llamó la atención porque era gracioso e inquietante a partes iguales. Aquí van tres ejemplos. La fotografía de la izquierda, obviamente, muestra el letrero antes de “la intervención helvética”. El “después” lo vemos a la derecha:

Si los dos locales de arriba fueran sitios diferentes, ¿dónde te tomarías una hamburguesa?

Aquí Contrusilva, para mi gusto, ha perdido todo el encanto.

(Para ver más fotografías, aquí).

Es impresionante (para los profanos en diseño como yo) descubrir cómo la helvética transmite de inmediato el pulcro funcionamiento suizo. El choque entre la sobriedad y elegancia de esta tipografía y, en el caso de este proyecto, los lugares sobre los que actúa, semeja un chiste: “Así, sí”, parece decirnos una severa voz interior que habla alemán. También, es cierto, el experimento tiene su parte inquietante al permitirnos reflexionar sobre la descontextualización o sobre la homogeneización universal.

Pero más allá –o más acá- de estas consideraciones, este proyecto llama la atención sobre algo que de tanto mirarlo no se ve, y no es otra cosa que la tipografía que nos rodea y la manera en que esta nos condiciona. A menos que uno sea diseñador no es consciente de hasta qué punto una tipo u otra pueden modificar el sentido de un texto. Decir “Voy a buscarte” con una Times New Roman no es lo mismo que decirlo con una tipo de aires góticos y terroríficos (ojo con qué letra escribís vuestros correos). De esta forma, cada tipografía tendría su carácter, imprimiría su talante al contenido que transmite como lo haría el gesto en una persona. Por algo será que en inglés las fuentes tipográficas se denominan typeface (face, cara en inglés). Comentando esto con la responsable de No me toques las helvéticas, ella acepta enseguida el juego y en un momento identifica los cinco tipos de fuentes con actores famosos:

Las romanas son clásicas por definición, dice, (en esta categoría se encuentra Times New Roman, Garamond, Bodoni...) y encajarían para alguien serio, muy elegante, tradicional, un Clint Eastwood.

PaloSeco son las tipos sin serif (serif –aclaro yo- es el palito añadido al extremo de la línea donde termina cada letra -Rapa Carballo disparaba sobre él en su nota del lunes –aquí-), por ejemplo Helvética, Arial... Estas tipos encajan con alguien más moderno pero igual de elegante, un agente 007 pero de los últimos, Daniel Craig, o un actor como Tom Hanks. (Ay, yo aquí a Tom Hanks no le veo en absoluto, pero está hablando Laura).

Egipcias. Estas tienen los remates muy gruesos, son imponentes y se han utilizado mucho para películas del Oeste, así que podría encajar un John Wayne o un Gary Cooper.

Cursivas o manuscritas. Aquí entraría un poco de todo. Según Laura ahora están muy de moda por el DIY (vale, confieso que tuve que buscar las siglas, ¿qué demonios significa DIY? Pues “Do It Yourself”. Ok). Pero atención, aquí viene la bestia negra de los diseñadores de tipos, y Laura me pone en alerta con un buen par de exclamaciones: ¡¡en este espacio también está la Comic Sans!!

Me hace mucha gracia esa cruzada contra un inofensivo estilo de letra. La defensora de las helvéticas me aclara que realmente lo que ha hecho que los diseñadores odien esta tipo ha sido su uso descontrolado. Se trata de un diseño que Vincent Connare creó como una tipo infantil y sencillamente se ha ido de madre. ¿Con quién identificaría Laura a esta tipo condicionada ya por ese uso “cansino, payaso, estridente”? En efecto, lo siento, Jim Carrey.

Fantasía. Estas pueden ser cualquier cosa, símbolos, tipografías elaboradas..., lo que sea, y el personaje que más encajaría es… el director Tim Burton.

Como espero que pueda atisbarse en esta nota, el mundo de la tipografía es ancho y, gracias a blogs como No me toques las helvéticas, no del todo ajeno. Por otro lado es propicio a dar juego. ¿Qué criterio siguen los partidos políticos para elegir una tipo u otra en los carteles electorales? ¿Los papeles de Bárcenas con qué clase de letra estaban escritos? ¿Qué fuentes utilizan los grafiteros? ¿Cada país tiene una tipografía según su idiosincrasia? No me toques las helvéticas, ¡necesitamos posts sobre estos asuntos ya!

Comencé confesando las preguntas seudofilosóficas que a veces me provoca la observación del mundo en términos de diseño. No puedo terminar sin hacer referencia al debate entre el libro electrónico o el de papel, debate que ha roto ya tantas parejas. Realmente, ¿a quién le interesa a estas alturas esa fútil elección? Que otro conteste esa pregunta. La polémica del momento gira en torno a los book clutch, los libros-bolso de la diseñadora francesa Olympia Le-Tan. ¿A favor o en contra? ¿Te parecen libros vacíos para cabezas huecas o un acierto fetichista en la era del e-book? ¿Por qué en el siglo XXI sigue resultando interesante leer Le roug et le noir?, de eso hablamos otro día. De momento a lo que hay que atender es a lo bien que queda, estéticamente, un libro bajo el brazo, y el dato es que cada libro-cartera viene a costar unos 1200 euros. Todo eso también es diseño, ¿no?

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