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¿Qué es la dualidad y por qué debería preocuparnos?

Pablo Simón

Desde el final de la II Guerra Mundial los partidos socialdemócratas se basaron en una alianza con los sindicatos y las clases trabajadoras para el desarrollo del Estado de Bienestar y la promoción del empleo. Sin embargo, desde la década de los setenta esta alianza ha tendido a resquebrajarse. En un contexto de globalización e internacionalización de la economía, de deslocalización industrial, de terciarización de la sociedad, de cambio tecnológico y de envejecimiento de la población se ha producido una erosión de la tradicional homogeneidad de los trabajadores. Hace 40 años el trabajador clásico en toda Europa Occidental era el del empleo seguro y para toda la vida en una empresa relativamente grande e industrial. Hoy, por el contrario, nos encontramos con cada vez más trabajadores con empleos temporales, regímenes laborables inestables o de autónomos en empresas medianas y subcontratas.

Esta transformación es la que ha puesto en primer plano la dualidad en el mercado de trabajo, un fenómeno que se da de manera creciente en toda Europa y tiene importantes implicaciones sociales y políticas. ¿En qué consiste este fenómeno? Básicamente se trata de la división de la fuerza de trabajo en dos segmentos diferentes. Por un lado, están los denominados insiders, un colectivo de trabajadores formado básicamente por la generación del baby boom y que ocupan puestos de trabajo protegidos y notablemente regulados. Por el otro lado, en los márgenes de este modelo clásico, están los denominados outsiders. Este es el grupo de trabajadores que están desempleados o que están empleados de manera precaria, apenas están cubiertos por las regulaciones del Estado y de media tienden a cobran menos salario y recibir menos prestaciones. ¿Y quienes están dentro de este grupo? Principalmente cuatro colectivos que conforman alrededor de un cuarto o un tercio de la fuerza de trabajo: Las mujeres, los inmigrantes, los parados por encima de la cincuentena y, muy particularmente, los jóvenes.

La existencia de estos dos grupos tiene importantes implicaciones en términos de eficiencia y de justicia social. En primer lugar, en términos de eficiencia, la dualidad incide negativamente sobre la productividad de la economía. Al existir un segmento de trabajadores completamente desprotegidos se generan más incentivos a que las empresas manejen dos contingentes separados de trabajadores. Ello hace que las empresas se ajusten al ciclo económico en tiempos de recesión prescindiendo de los trabajadores temporales. El resultado es que se favorecen empresas poco intensivas en capital humano, generando un mercado de trabajo con más flexibilidad externa basada en el despido que interna a través de la recualificación dentro de la empresa. Por lo tanto, la dualidad hace que el ajuste recaiga solo sobre unos colectivos, mucho más proclives al desempleo y a la temporalidad, los cuales no son necesariamente los menos productivo pero sí los más desprotegidos.

Pero por otra parte la dualidad también tiene importantes implicaciones en el funcionamiento del Estado de Bienestar. Cuando se inauguran estos sistemas se concibe que el trabajador, que comienza su vida laboral muy joven, tendrá un puesto de trabajo permanente y podrá cotizar para sostener las prestaciones sociales presentes y futuras. Sin embargo, la dualidad ha roto con este equilibrio. Dado que es necesario cotizar durante un periodo relativamente largo de tu vida para ser beneficiario, los insiders, que generalmente cobran salarios más altos y tienen trabajos indefinidos, están tendiendo a ser más protegidos que los outsiders. Por el contrario, aquellos trabajadores que tienen una trayectoria laboral con más discontinuidades, los que encadenan contratos temporales, los que tienen ingresos más bajos… Apenas están cubiertos. Esto da pie a problemas de redistribución al excluir del sistema al tercio más vulnerable, al cual no le llegan las prestaciones sociales y que le hace depender de la unidad familiar para la supervivencia.

Una parte de las disfuncionalidades de nuestro mercado de trabajo y Estado del Bienestar solo pueden entenderse a través de la dualidad. Pero además, este fenómeno también ha afectado a los actores políticos y sociales, los cuales han tendido a fomentarla o, al menos, a no atajarla. Por parte de los partidos, ha habido pocos incentivos para reorientar el gasto social a los colectivos outsiders (con políticas activas de empleo o gasto social para jóvenes) ya que los colectivos más organizados, con más recursos, los que más participan en elecciones… son insiders. Pero por el otro lado, para los sindicatos hay pocas razones para la movilización o la negociación en favor de los precarios ya que el votante mediano de las elecciones sindicales es un trabajador protegido y los outsiders, en gran parte, se encuentran en la periferia de los grandes centros de trabajo, donde la fuerza sindical es menor.

Para dar una respuesta a los retos que afronta nuestro país es fundamental que empecemos a hablar de los outsiders. Si se busca conseguir el crecimiento económico de España, un cambio en el modelo productivo que ayude a salir de la crisis y conseguir la sostenibilidad el Estado de Bienestar, es imperativo que pongamos el foco en aquellos segmentos de la población que son los perdedores netos de esta crisis. Solo si afrontamos a fondo esta cuestión lograremos salir de la crisis sin dejar a nadie en el camino.

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