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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Tacones y muñecas

Ángela Labordeta / Ángela Labordeta

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Fue dos días después de la muerte de Félix Romeo Pescador, un nueve de octubre del año 2011, cuando comencé a escribir esta novela, que en un principio se titulaba “Entre tacones y muñecas”. Aquel nueve de octubre no estaba en Zaragoza, paseaba por la orilla de una playa en Altafulla, mientras mis pies se desdibujaban entre las olas, la sal y las lágrimas y recordaba tantas noches huyendo junto a Félix por una ciudad que se extendía desde las Fuentes hasta Residencial Paraíso; entonces teníamos 21 años. Félix me había regalado multitud de palabras y de libros, me había contado que el arte de escribir residía en mí, yo sabía que no era cierto, pero él hacía lo mismo con todas las personas a las que amaba: hacerlas grandes, exclusivas.

Aquel nueve de octubre fui desgranando pequeñas historias para componer este relato vital que es “Tacones y muñecas”, un dibujo realista y oscuro de la clase media de los años ochenta en España, cuando todo parecía comenzar y sin embargo seguíamos encadenados a un pasado que nos corrompía y nos corrompió en un futuro casi inmediato. “Tacones, Félix, habla de la vida, del dolor, de la política, de los sueños, del amor, del sexo, de lo prohibido y sobre todo de lo encontrado. De lo que tú y yo sabemos que se encuentra cuando uno es libre y dice con las palabras lo que jamás dirá con sus manos o con sus ojos. La cobardía del escritor, ya sabes. Y su libertad en un ejercicio de valentía osada e inconsciente”.

En un momento de la novela escribí esto y al hacerlo solo podía pensar en ti: “Isabela desapareció y Angelines enfermó. Angelines recuerda esos días como una nebulosa febril y dolorosa. La habitación en la que pasó más de dos semanas guardaba todos sus secretos, pero al mismo tiempo no revelaba nada porque las mujeres de los otros militares se habían encargado de que todo estuviera absolutamente decoroso y limpio, como si Isabela nunca hubiera existido. Las sábanas de la cama, en las que Angelines sudaba la nostalgia, estaban siempre estiradas y limpias. La cómoda, sin ninguna fotografía; las mesillas, vacías…” Tú y yo, Félix, sabemos que la vida está hecha de recuerdos borrosos, de risas al amanecer, de huidas hacia lo que todavía nadie ha escrito. De recuerdos.

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