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Sobre este blog

El caballo de Nietzsche es el espacio en eldiario.es para los derechos animales, permanentemente vulnerados por razón de su especie. Somos la voz de quienes no la tienen y nos comprometemos con su defensa. Porque los animales no humanos no son objetos sino individuos que sienten, como el caballo al que Nietzsche se abrazó llorando.

Editamos Ruth Toledano, Concha López y Lucía Arana (RRSS).

La Iglesia católica ante el trato a los animales: dilema e incoherencia

'San Jerónimo y el león en su estudio'. Niccolò Antonio Colantonio. Museo Nacional de Capodimonte, Nápoles

Rita Romero Martín-Estévez

“El paraíso está abierto a todas las criaturas de Dios”. Son palabras del Papa Francisco. “Está claro que está en armonía espiritual con toda la creación”, afirmó acerca de Francisco el padre Benedettini, subdirector de la Oficina de Prensa del Vaticano.

El 14 de enero de 1990, en su alocución dominical, publicada en L'Osservatore Romano, el Papa Juan Pablo II, dijo que “los animales poseen un soplo vital recibido de Dios”, citando los Salmos 103 y 104, y reconociéndoles, por tanto, el 'alma sensitiva' (del griego 'pneuma', soplo, aire, sin olvidar que el vocablo 'animal' proviene del latín 'anima', alma). “Los animales poseen un alma y los seres humanos deben amar y sentirse solidarios con nuestros hermanos menores”.

Monseñor Mario Canciani (1928-2007), prelado, teólogo, exégeta, filósofo y biblista, autor, entre otros, del libro En el Arca de Noé: religiones y animales, afirma no solo que los animales tienen alma sino que en el paraíso hay un lugar para ellos. Canciani fue durante años párroco de la iglesia de San Giovanni dei Fiorentini, muy cerca del Vaticano, y permitía y animaba a los fieles a que fueran a misa acompañados por sus perros, gatos y demás animales que convivían con ellos.

Monseñor Canciani profundiza en otra de sus obras, Última cena de los esenios, sobre la tesis histórica que sostiene que Jesucristo, al celebrar la pascua con el calendario esenio, y él mismo habiendo sido formado en esa comunidad, que era vegetariana y no aceptaba los sacrificios animales, no pudo haberse alimentado en aquella ceremonia con carne de cordero, sino que se inmoló él mismo como tal, salvando a un inocente.

Son innumerables los miembros importantes de la Iglesia que a lo largo de la Historia han declarado firme y contundentemente que los animales son nuestros prójimos, y que como tal hay que tratarlos. ¿Cómo es posible entonces que, según la Iglesia, los animales sean merecedores del paraíso en el otro mundo, pero en la tierra los creyentes los obliguemos a vivir en un infierno?

¿Qué piensan esos curas que van a bendecir a los toreros antes de las corridas de toros, esas monjas que aceptan el dinero procedente de la tortura y muerte a estoque de 6 animales inocentes, 6 de sus prójimos, con un alma como ellas? Y en esos, mal llamados, “festejos” que tienen lugar por toda la geografía española donde, en honor a un santo patrón o a una virgen, se maltrata salvajemente toros, vaquillas, becerritos de corta edad, por esos mismos mozos del pueblo que, después de sacar a esa virgen en procesión, con la bendición del párroco de la Iglesia, se van a una plaza de toros a ensañarse con animales indefensos, torturándolos terriblemente para después darles una muerte agónica de 15 o 20 estocadas. ¿Creen los párrocos y curas de esos pueblos que esa turba de borrachos indeseables realmente honra a su santo o su virgen con estas acciones execrables?

¿Piensan estos representantes de la Iglesia y, por alusión, todos los católicos, que Juan Pablo II estaba equivocado cuando afirmaba que los animales tienen alma? ¿Cómo es posible que estén equivocados tantos grandes doctores, santos, ilustrísimos miembros de la Iglesia que consideraban a los animales nuestros hermanos?:

San Francisco de Asís afirmaba: “Todas las cosas de la creación son hijos del Padre y hermanos del hombre. Dios quiere que ayudemos a los animales si necesitan ayuda. Cada criatura en desgracia tiene el mismo derecho a ser protegida”.

“He visto hombres agrediendo a sus hermanos solo por ser de otro color y matando y devorando sin compasión a otras criaturas de Dios solo por verlas diferentes y creerlas inferiores. He visto hombres encadenando y privando de su libertad a seres vivos solo para su goce y diversión, y los domingos van a la Iglesia agradecidos, prometiendo amor eterno a Dios y suplicándole para que se acaben las peleas, matanzas e injusticias para los más desprotegidos, cuando ellos mismos las desatan. Y yo me pregunto: ¿estarán ellos conscientes del pecado que cometen en prometer en vano fidelidad a Cristo cuando destruyen su naturaleza, de la cual ellos mismos forman parte?”.

“Si existen hombres que excluyen a cualquiera de las criaturas de Dios del amparo de la compasión y la misericordia, existirán hombres que tratarán a sus hermanos de la misma manera”.

San Antonio Abad, vegetariano y fundador del movimiento eremítico, defensor y sanador de animales. En su festividad, el mismo Vaticano se llena de personas con sus animales para recibir en la plaza la bendición papal o cardenalicia. Este santo, representado con un cerdo a sus pies, curaba a los animales heridos. Un día se le acercó una jabalina con sus crías, que estaban ciegas, y San Antonio Abad (o San Antón, como también se le conoce popularmente), les curó la ceguera. A partir de ese momento, se convirtieron en sus fieles acompañantes.

San Roque, patrón de los perros en América Latina, nació en la ciudad francesa de Montpellier. Después de vender la herencia familiar y entregársela a los pobres, inició un peregrinaje a Roma. En aquella época, una epidemia de peste asolaba La Toscana y Roque se dedicaba a cuidar a los enfermos allí por donde pasaba. Al llegar a Piacenza, Roque contrajo la peste y, para evitar infectar a otros vecinos de la localidad, se retiró a una cueva en el bosque. Hasta allí iba cada día un perro a llevarle pan y lamerle las heridas. El perro, llamado Melampo, pertenecía a un rico hombre del pueblo, llamado Gottardo Pallastrelli, quien, al ver cómo el animal tomaba cada día un panecillo de la mesa, decidió seguirlo. El perro lo llevó hasta el lugar donde estaba Roque moribundo. Pallastrelli se conmovió al ver cómo Melampo le lamía las llagas y alimentaba a Roque, y decidió acogerlo en su casa, donde lo cuidó. El mismo Gottardo, enternecido por la bondad del santo y sus relatos sobre el evangelio, decidió también peregrinar a tierra santa como él. San Roque siempre se representa acompañado de Melampo, su perro salvador.

San Anselmo, arzobispo de Canterbury y Padre del Escolasticismo. En 1720, Clemente XI lo proclamó Doctor de la Iglesia, con el título de Doctor Magnífico. Al volver Anselmo de visitar al rey Guillermo el Rojo, vio a unos jóvenes que perseguían con sus perros a una liebre que se refugió tras él. A los jóvenes les hizo gracia y Anselmo, conmovido, les dijo: “Sí, reís, pero este pobre animal no tiene nada de qué reírse”, y a continuación, prohibió a los perros que persiguiesen a la liebre y la dejaron marchar.

San Petroc de Cornualles, nacido en Gales, Gran Bretaña, fue el hijo menor del rey de Glyvwys (la actual Glamoran) y uno de los santos patronos de Cornwall. Thomas Fuller lo llamaba “el capitán de los santos de Cornualles”. Petroc protegió a un venado que buscaba refugio de su cazador, el rey Constantino de Dumnonia. Gracias al gesto y las palabras de Petroc, Constantino terminó convirtiéndose al cristianismo.

San Jerónimo, a quien se debe La Vulgata, uno de los 4 Padres de la Iglesia latina, junto a san Agustín, san Ambrosio y san Gregorio Magno. Siempre se le representa acompañado de un león porque cuenta la historia que le sacó una espina de una pata a un león herido y, desde ese momento, el animal lo siguió mansamente, sin separarse nunca de él.

San Juan Crisóstomo, que consideraba que comer carne era para los cristianos una práctica demoníaca, cruel y antinatural.

Clemente de Alejandría, Padre de la Iglesia: “Los sacrificios de los animales a los dioses fueron inventados por los hombres como un macabro pretexto para comer su carne”.

Los Padres del Desierto, san Agustín y san Jerónimo, eran defensores de los animales y se abstenían de su consumo, ya que los consideraban iguales a los humanos.

Los Benedictinos, los Cartujos, los Franciscanos y muchas más órdenes religiosas estaban contra el sacrificio de animales y no los comían.

La Biblia, por su parte, está plagada de referencias a los animales y los humanos como hijos iguales creados por Dios, sin hacer distinciones entre unos y otros:

“Yo pensé acerca de los hombres: si Dios los prueba, es para que vean que no se distinguen de los animales. Porque los hombres y los animales tienen todos la misma suerte: como mueren unos, mueren también los otros. Todos tienen el mismo aliento vital y el hombre no es superior a las bestias, porque todo es vanidad. Todos van hacia el mismo lugar; todo viene del polvo y todo retorna al polvo. ¿Quién sabe si el aliento del hombre sube hacia lo alto, y si el aliento del animal baja a lo profundo de la tierra?” (Eclesiastés, 3:18-21)

“Pero los que sacrifican toros son como los que matan hombres; los que ofrecen corderos son como los que desnucan perros; los que presentan ofrendas de grano son como los que ofrecen sangre de cerdo, y los que queman ofrendas de incienso son como los que adoran ídolos. Ellos han escogido sus propios caminos, y se deleitan en sus abominaciones” (Isaías, 66:3)

“No matarás” (Éxodo, 20:13). Estas palabras normalmente se malinterpretan, como si se refirieran sólo al asesinato de una persona, pero el hebreo original es “lo tirtzach” (לֹא תִרְצָח), lo que se traduce como: “No matarás”. El diccionario Hebreo-Inglés del Dr. Reuben Alcalá dice que la palabra tirtzach, utilizada especialmente en el hebreo clásico, se refiere a “cualquier clase de matanza” y no necesariamente al asesinato de un ser humano.

Muchos conocen al Papa Pío V, que en 1567 promulgó la bula ‘De salute gregis dominici’, decreto contra los encierros y corridas de toros‘De salute gregis dominici’, en el que se excomulga y se niega sepultura cristiana a los toreros y aficionados por considerar estos espectáculos más propios de demonios que de personas. Pero pocos taurinos, de tantos que se llaman católicos, saben que la bula sigue vigente. Así lo recordó en 1920 el Secretario de Estado del Vaticano, cardenal Gasparri: “La Iglesia continúa condenando en voz alta, como lo hizo la Santidad de Pío V, estos sangrientos y bochornosos espectáculos”. En 1989, el antes mencionado monseñor Canciani, entonces consultor de la Congregación para el Clero de la Santa Sede, declaró públicamente la validez de la bula.

Si la Iglesia los hizo santos y los elevó a los altares, en gran parte por su amor, defensa y entrega a los animales, ¿no deberíamos los católicos seguir su ejemplo para estar más cerca del camino recto y de Dios? ¿Qué debemos pensar cuando un rey católico, como Juan Carlos, taurófilo, se ha dedicado durante toda su vida a matar animales? (ah, qué necesario hubiera sido un san Petroc en nuestros días que se hubiera interpuesto entre el Borbón y sus cientos de inocentes víctimas cuando iba a asesinarlas). ¿Y qué pensar de la hipocresía de personas como María Dolores de Cospedal, a quien no se le cae la mantilla de la cabeza para asistir a procesiones, misas y todo tipo de actos religiosos, y ha creado esa ley de caza inmisericorde con los animales, que permite acosarlos, acorralarlos, asesinarlos sin piedad de la forma más brutal? Y tantos políticos catolicones que son taurinos, cazadores, la lista sería demasiado larga.

Debemos decir alto y claro a toda esa gente que, por mucho que se confiesen católicos, con estos actos de crueldad hacia los animales, están viviendo de espaldas a la religión que dicen profesar. Que maltratando y aniquilando sin piedad a sus prójimos no pueden ir a comulgar, ya que están pecando contra los más importantes mandamientos de la ley de Dios: “Amarás al prójimo como a ti mismo”, “No matarás”.

Es hora de llevar una reflexión profunda a las más altas esferas de la Iglesia católica sobre nuestra relación con los animales, y pedirle que condene, tajantemente, todo tipo de abuso y maltrato cometido contra ellos.

El Papa Francisco parece un hombre razonable, valiente, que se ha atrevido a hablar claramente de temas muy incómodos y delicados. No le ha temblado la voz a la hora de acusar a los curas pedófilos, a la hora de pedir perdón por el silencio culpable y cómplice de la Iglesia. Se atreve ahora a hacer una revisión de los pecados capitales: 4. Consentir cualquier tipo de violencia: “Turbar la paz o consentir cualquier tipo de violencia, especialmente sobre los más débiles e indefensos, es un grave pecado contra Dios...”

Ahora es el momento de dar otro gran paso y de que la Iglesia católica acoja en su seno y proteja, sin reservas, a todos los animales, nuestros hermanos que, al igual que a los humanos, tenemos la obligación de amar y respetar, y que destierre, por indeseables, a todos sus maltratadores y asesinos, y a quienes los amparan.

Termino con la frase de un santo favorito de los niños, san Martín de Porres. ¿Quién no conoce al famoso Fray Escoba que, aparte de enfermero de personas, lo era también de animales, y tenía habilitada en casa de su hermana una enfermería donde acogía y curaba perros sarnosos y animales enfermos? Martín solía decir: “El mismo tiempo malgastó en mí Dios que en hacer un ratón, a lo más dos”.

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