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Sobre este blog

Este blog pretende servir de punto de encuentro entre el periodismo y los viajes. Diario de Viajes intenta enriquecer la visión del mundo a través de los periodistas que lo recorren y que trazan un relato vivo de gentes y territorios, alejado de los convencionalismos. El viaje como oportunidad, sensación y experiencia enlaza con la curiosidad y la voluntad de comprender y narrar la realidad innatas al periodismo.

“El turismo es un lugar donde nos unimos los seres humanos, pero también donde nos separamos”

Juan Pablo Meneses, en un retrato cedido por su editorial

Laureano Debat

Barcelona —

Cada vez que Juan Pablo Meneses (Santiago de Chile, 1969) publica un libro de crónicas, marca un antes y un después en su trayectoria. Tiene un olfato especial para elegir enfoques interesantes dentro de universos que parecieran estar agotados. “Equipaje de mano”, “Hotel España”, “La vida de una vaca” y el reciente “Niños futbolistas” ya son clásicos de la crónica literaria en castellano.

En las librerías desde hace unos meses, el flamante “Una vuelta al tercer mundo” (Debate) intenta también meterse en la lista de imprescindibles dentro de este género mutante. A través de un viaje circular por el globo terráqueo, el cronista visita localizaciones puntuales en las que vive situaciones y conoce personajes propios de una transición a escala mundial, de acuerdo a la única cita de referencia que abre el libro y que pertenece a Antonio Gramsci: “El viejo mundo se muere. El nuevo tarda en aparecer. Y en ese claroscuro surgen los monstruos”.

No hay jerarquías en esta vuelta. Las crónicas no tienen título, forman parte de un mismo proyecto global: la lucha libre de cholitas en Bolivia, los restaurantes de lujo en Etiopía, las basura tecnológica en Kuala Lumpur, los souvenires revolucionarios de Chiapas o el disparo de un fusil AK-47 en Vietnam. La mirada de Meneses es la de un médium.

El libro escapa de los lugares comunes tan habituales en las coberturas periodísticas sobre el tercer mundo, ya sea aquellas que escriben desde la idealización de la pobreza o las que reflejan ese horror tan occidental ante la contemplación de la barbarie. En la pluma de este chileno trotamundos, las voces y los escenarios se transcriben transparentes y auténticos. Y, por lo tanto, tan ricos y llenos de contradicciones.

El título del libro se lo da una turista europea que conoce en uno de estos viajes. Y la chica habla de “dar una vuelta al tercer mundo”, como si se tratara de un trámite más que de una travesía.

La idea era jugar un poco con esa fantasía de este género que es dar la vuelta al mundo. Ahora hay lunas de miel de la vuelta al mundo en tres semanas, que te las arman en cinco minutos en una agencia. Las bandas de rock y los equipos de fútbol también dan la vuelta al mundo. Es una cosa que ahora está más al alcance, para bien y para mal.

¿Por qué ninguna crónica tiene título?

Yo lo veo como una cosa global. Son distintos viajes que tienen que ver con una misma mirada. Historias un poco raras en las que siempre está metido el turismo como una puesta en escena.

Desde sus primeros libros de viajes hasta hoy, el turismo ha adquirido un mayor protagonismo a escala global. Ya no se puede hablar de determinadas ciudades sin mencionar el turismo como un actor fundamental. ¿Ha notado esa diferencia con respecto al pasado?

Sí. Y no sólo eso. También ha adquirido una mayor perversión. Por ejemplo, en el caso de los mineros de Chile, cuando yo recorro la mina con uno de ellos. La fantasía actual de los mineros es transformar ese lugar en un parque de diversiones para atraer a chárters de europeos y americanos que quieran ir y pagar fuerte. Y es porque, cuando salieron de la mina, los llevaron a Disney y desfilaron con las orejas del ratón Mickey al lado de los muñecos. También fueron a Hollywood, a Wembley, a las islas griegas. Y ellos vieron que toda esa interpretación hollywoodense pueden ser ingresos. Pero en ningún momento, su historia y su atención mundial fue para decir: “Oye, que estas condiciones no pueden ser”. Muchos de ellos siguen trabajando igual, teniendo tratamientos psiquiátricos inconclusos porque necesitan trabajar.

En todas las crónicas hay situaciones reales que muchas veces parecen de ficción. Por ejemplo, el caso del duelo de aficiones en la frontera entre India y Pakistán.

Esa es una puesta en escena muy rara, que atrae a turistas y que es un espectáculo de la realidad. Y suceden cosas que podrían suceder en cualquier otra parte. Me ha tocado estos días ver en Barcelona y en Madrid la publicidad gigante de jamón cocido donde aparece una cholita luchadora. Y toda esta campaña publicitaria seguramente va a generar que el turista español que vaya a Bolivia crea que debe ir a ver este espectáculo. Y que en el hotel cinco estrellas le vendan el paquete para verlo. En el fondo, todo termina en una distorsión. El turismo es un lugar en donde nos unimos los seres humanos, pero también donde nos separamos, porque todo termina siendo una puesta en escena.

Usted dice en un momento que todas las revoluciones acaban en souvenires turísticos.

Sí. Y hay ejemplos. Desde Marcos, con un bar que se llama “Revolución”. En Vietnam, donde después de la guerra tan feroz, ahora venden balas para que uno le dispare a un muñeco. Y uno termina cayendo en ese juego: yo compré las balas, disparé un arma y me sentí en la guerra. Porque el turismo también te da eso.

En este contexto de la supremacía del turista, ¿cómo se para como cronista? ¿Hasta qué punto, cuando viaja, es usted turista y hasta qué punto cronista? ¿Existe una diferencia?

Es cierto que muchos de los cronistas de viajes, de largas tradiciones, van a la India y se consiguen un traductor que les enseña un lugar donde tienen todo armado para que se encuentre con esa gente. Y el tipo muestra ese encuentro y después se vuelve. A mí, lo que siempre me ha interesado es mostrar cómo te llevan a un lugar que está armado y que, si bien lo voy a disfrutar y lo voy a vivir, también tengo que contar que está armado, que tuve que pagar tanto y todo eso. En el caso de las cholitas, yo he leído otras cosas que han salido sobre el tema, pero nunca había leído que te arman un tour, que te llevan, que te dejan un ticket para el baño, que te dan un souvenir. Y eso me parece que hay que mostrarlo.

El caso emblemático es el de Etiopía, donde recorre restaurantes de lujo en un país hambriento.

Claro. Mostrar como un tipo no te deja entrar a una discoteca porque vas de zapatillas y no con zapatos. Pero ellos que manejan una discoteca en un hotel turístico viven una realidad que no tiene que ver con el país en el que están. Y eso no suele contarse. Y después está el enfrentarse con los personajes. Por ahí, para mí era más fácil poner que el minero es una víctima y no un tipo que sí está sufriendo, pero que en el fondo también tiene su ambición y quiere hacer un negocio y beneficiarse. Yo soy contrario a lo que yo llamé la 'crónica miseria': un cronista latinoamericano que escribe sobre el drama en una villa o en un barrio muy pobre, donde parecería que la pobreza es por generación espontánea, donde no hay componentes políticos ni está metido el sistema. Y de repente nos encontramos con ese tipo en un bar de Manhattan hablando de la pobreza porque se ganó un premio. Me interesa más contar, incluso, la historia de ese tipo que se ganó un premio en Manhattan por haber escrito sobre la miseria.

Hay que tener siempre presentes las contradicciones.

Exacto. Con “Niños futbolistas” me pasó que me llamaron dos tipos con una semana de diferencia. Uno de Madrid, que tenía una escuela de fútbol y al que le había afectado el libro y que quería hacer una ONG y me invitaba a participar. Y el otro, un catalán al que le había gustado mucho el libro y que tenía un modelo de negocio y que quería hacer una página web para reclutar a muchos chicos al mismo tiempo; me decía que nos podíamos hacer millonarios y me preguntaba si quería participar del negocio. ¡Y los dos habían leído el mismo libro! Por eso, a mí me interesa partir de las contradicciones para hablar del mundo actual. Por ejemplo, en “La vida de una vaca”: matar animales es malísimo, pero comérselos es riquísimo. Si no partimos de esa contradicción, no vamos a poder contar nada nuevo, nos vamos a quedar sólo en la denuncia.

En la crónica de Kuala Lumpur habla de que la ciudad está llena de gente esforzándose muchísimo para ser algo que nunca será. ¿Una metáfora de ese sueño tan tercermundista de la clase media que sueña con ser alta burguesía?

Yo vengo de un país que es el ejemplo de esa clase media arribista y aspiracional, donde es común escuchar en la tele y a políticos incluso decir que lo único que le falta a Chile para dejar de ser un país emergente y ser por fin un país desarrollado es cambiar de barrio. Para ellos, el problema está en los países que nos tocaron al lado. Como si tuviéramos que estar entre Alemania y Suiza (risas). Es la actitud que tenía Doña Florinda en “El Chavo”, que siempre despreciaba al resto, pero era súper de ahí y ese barrio era su esencia.

¿Por qué Gramsci como única cita de referencia en el libro? ¿Tiene que ver con su concepto de hegemonía y esa idea del tercer mundo que sueña con ser primer mundo?

Esa frase me encantó porque se puede llevar hacia uno mismo. Yo soy muy contrario a la crónica miseria sobre todo porque ese periodismo deja de lado una de las miserias que a mí más me interesa: la miseria humana. No me gusta ese periodismo en el que todos son víctimas y los culpables no aparecen en ningún lado. Resulta que dentro de esas víctimas también hay miserias humanas. Y yo creo que eso atraviesa todos los personajes que están en el libro. Por eso los personajes son humanos, por eso la cholita cuenta que la putean (insultan), que no tiene marido, que es mala y está sola. Y el minero que dice que conoció un montón de lugares que le encantaron y que ahora quiere ganarse unos pesos con algo parecido.

Martín Caparrós reniega del mote de 'cronista de viajes' porque ese tipo de crónicas suelen quedarse en el qué visitar, qué comer y qué hacer en determinados sitios. Y acaban dando importancia al hecho de haber estado en tal sitio sólo para mostrar que han estado allí y nada más. Usted habla desde hace años del periodismo portátil, pero ¿qué piensa de esta idea de ser o no ser 'cronista de viajes'?

Es como cuando hablan de periodismo digital y de hacer un máster en periodismo digital. ¿De qué estamos hablando? Es periodismo. Interesa si es buen o si es mal periodismo. La crónica de viaje es una crónica. Yo puedo decir 'ésta es una crónica de viaje'. Pero, por ejemplo, de “Niños futbolistas” nadie dijo que era una crónica de viajes, pero yo viajaba todo el rato. O yo podría hacer una crónica de viaje sin viajar nunca. Yo siempre he viajado, pero no soy un cronista de viaje. Escribo crónica, que es lo me interesa.

¿Y qué opina de esa tipología un poco 'selfie' del cronista de viajes?

Tengo una especie de desprecio por el periodista de viajes. Hay muchos que no cuentan la gran puesta en escena, sobre todo las revistas de turismo. Me parece que lo que hace Martín, y me gustaría creer que este libro también, es contar los problemas del tercer mundo por quienes conocen y quienes se mueven ahí. Aún hoy, tú preguntas por los libros de la Patagonia y te dicen Chatwin. O piensas en narcos y aparecen las películas de Hollywood. Lo que trato de hacer yo es contarlo. En una entrevista me preguntaron si yo me consideraba tercermundista y yo dije que sí. Y pusieron ese titular, ¡paf!, como si hubiera dicho 'soy drogadicto' (risas). Además, me gustaba esta idea de 'tercer mundo' como un término medio vintage, que se recupera. Ahora mismo, es un tema en Europa por los refugiados que llegan; en la campaña electoral de Estados Unidos, se discute sobre qué hacer con la inmigración latinoamericana; Coca-Cola saca un anuncio del orgullo de ser latino. Hay un cruce que impide un poco la división entre primer y tercer mundo, algo que supongo que está pasando y que puede ser lo que dice Gramsci.

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