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La huella profunda del románico

El segundo arrancamiento de Santa Maria de Taüll fue traspasado a tela e incorporado a una estructura que reproduce su emplazamiento original. En la imagen, en los almacenes del MNAC, junto a unas tallas. /CARMEN SECANELLA

J. J. Caballero / Carmen Secanella (fotos)

El mundialmente famoso fresco románico de Virgen con Niño que presidía el ábside de la iglesia de Santa Maria de Taüll fue retirado de su emplazamiento original entre 1918 y 1923 ante el riesgo evidente de que podía ser vendido. Andaban por allí y por toda España compradores estadounidenses con mucho dinero y la tentación era enorme. Una tentación en la que muchos cayeron y que propició el éxodo de obras de gran valor.

Pero antes de que eso ocurriera, una comisión de expertos había aconsejado en 1909 que la mayoría de los frescos románicos de las iglesias de la Vall de Boí (Alta Ribagorça) fueran arrancados y depositados en un espacio que garantizara su conservación: el Museu Nacional d’Art de Catalunya. Por eso hoy el MNAC es el más importante museo del mundo de arte románico. La operación se realizó con éxito y desde entonces obras como el Pantocrátor de Sant Climent de Taüll y la Virgen de Santa Maria se exhiben en lugar preferente en el museo del Palau Nacional de Montjuïc. Ocurrió en la mayoría de iglesias, aunque en otros casos se descartó el arrancamiento, como en Sant Climent de Taüll. Un lugar donde, por cierto, los últimos trabajos de restauración han permitido recuperar buena parte de la capa profunda del ábside principal.

Retirada de la iglesia a principios de los setenta

Tras el arrancamiento de los frescos de Santa Maria de Taüll quedó un rastro. Una leve traza de la composición, los contornos y los colores en la capa más profunda de cal y arena sobre la que se realizaban las pinturas. Como si alguien depositara una taza de café con la base manchada sobre un periódico. La primera página recogería fielmente el círculo, pero a medida que se fueran pasando páginas, el contorno se iría difuminando aunque sin perder del todo la forma de la taza.

Esa leve traza, esa huella profunda, es la que quedó en la iglesia románica de la Vall de Boí tras el primer arrancamiento. Hasta que en los años sesenta y setenta fue también retirada y trasladada al MNAC. Hoy está depositada sobre un enorme bastidor que reproduce su emplazamiento original y que soporta una tela de grandes dimensiones. Porque una vez desprovista de la curvatura que proporciona el ábside, la pintura mide más de seis metros de ancho y casi cuatro de alto. Y aunque fue exhibida desde 1973 hasta los años ochenta, ahora se conserva en la sala de reserva de pinturas de grandes formatos.

Párrocos sin escrúpulos

La parte menos visible del Palau Nacional constituye un auténtico tesoro del románico. En estas instalaciones modernas, impolutas, fruto de la reforma que llevó a cabo la arquitecta italiana Gae Aulenti en los años noventa, se guardan celosamente unas 600 piezas (a las que hay que añadir las 150 que están expuestas). Y muchas más habría si durante años algunos párrocos sin escrúpulos no hubieran vendido (o más bien malvendido), tallas, frisos, frescos, estatuas, pinturas, claustros y hasta iglesias enteras, como es fácil comprobar en los Cloisters de Nueva York o en la Universidad de Harvard, que posee un fresco que representa una figura de María.

Muchas otras obras fueron vendidas a coleccionistas privados y de ellas nunca más se ha sabido, aunque otras han acabado en el MNAC a través de donaciones y cesiones en depósito, fruto posiblemente de un arranque de sensibilidad en sus últimos momentos de algunos donantes.

Nuevos descubrimientos

La cuestión es que aún se siguen encontrando piezas de gran valor. El MNAC acaba de “descubrir” recientemente tres obras: unas pinturas murales del siglo XIII de la catedral de la Seu d’Urgell, una cabeza de león relacionada con una base del baldaquino de Ripoll y la identificación del origen de un crucifijo que estaba en el museo.

Porque además de exhibir y conservar, el museo restaura e investiga. El segundo arrancamiento de Santa Maria de Taüll sirve para conocer cómo trabajaban los artistas y artesanos medievales. Se sabe, por ejemplo, que a pesar de la aparente similitud con el pantocrátor de Sant Climent de Taüll, los artistas fueron distintos. Lo que no se ha determinado es si se trataba de artistas locales o eran especialistas que viajaban por toda Catalunya.

“Esa es la gran pregunta –explica Jordi Camps Soria, conservador jefe del área de medieval del MNAC-. No se sabe con certeza, aunque hay lugares donde había una tradición propia de talleres: Ripoll, la Seu d’Urgell, Vic y, más tarde, Barcelona. Producían objetos para toda su área de influencia y lo hacían adaptando las obras a las características del lugar, lo que significaba que visitaban las iglesias”.

Los misterios de una viga de madera

La viga de Cardet, que aparece en los almacenes depositada en el suelo, sobre unos soportes, es un buen ejemplo de esa adaptación. Estuvo colocada en la embocadura del ábside de la iglesia que le da nombre, también en la Vall de Boí. La viga llegó al museo en los años sesenta a través de un anticuario y poco se sabe de cuándo fue retirada y en qué circunstancias. Pero sí se sabe que es del siglo XIII, de la última fase del románico, y sin embargo estaba colocada en una iglesia construida en el siglo XII. Eso significa que fue añadida con posterioridad.

La viga, de un tipo de madera que no se ha podido determinar, mide casi cuatro metros de longitud y un palmo de grosor. Estuvo expuesta al público hasta que los nuevos criterios museísticos implantados a partir del 2010 aconsejaron retirar algunas piezas para no sobrecargar los espacios expositivos. Así que los 800.000 visitantes que tiene cada año el MNAC deberán esperar a mejor ocasión para ver la viga policromada de Cardet y el segundo arrancamiento de Santa Maria de Taüll.

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