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Can Vies o la crisis del modelo Barcelona

Protestes pel desallotjament per part dels Mossos del centre social Can Vies al barri de Sants / Enric Català

Josep Carles Rius

El alcalde Xavier Trias cometió, posiblemente, el mayor error de su mandato el pasado lunes cuando ordenó el desalojo de Can Vies. Y, con toda probabilidad, es ya muy consciente de la equivocación. La suya como máximo responsable de Barcelona y la de su equipo de Gobierno, de CiU, por tomar una decisión que rompe los complejos equilibrios sociales de la ciudad. Can Vies no era un edificio municipal okupado, era un símbolo de los llamados movimientos alternativos, un laboratorio de ideas, utopías y también de proyectos con voluntad de transformar la realidad. Un centro que llevaba diecisiete años en el corazón de Sants, uno de los barrios de Barcelona con mayor tejido asociativo y referencia del potente cooperativismo de Catalunya. Un centro que había sido escuela de participación ciudadana de varias generaciones.

Can Vies, en definitiva, no era un problema para Sants, ni para Barcelona. Era todo lo contrario. Una alternativa a la frustración que anida en numerosos barrios de Barcelona por sentirse excluidos de un modelo de ciudad que, perciben, injusto. Un modelo que, a ojos de crecientes sectores de la sociedad, prima la desigualdad frente a la cohesión social. No es nuevo en la historia de Barcelona, sometida históricamente a múltiples tensiones sociales. Tensiones que hasta ahora la democracia había gestionado con inteligencia. Cuando Barcelona logró la designación olímpica en 1986, la obsesión de los gobiernos municipales de la época fue transformar Ciutat Vella, Nou Barris… la ciudad más vulnerable. Era la gran excusa para recoser las costuras de Barcelona, para reducir las inmensas distancias en calidad de vida que había entre los barrios de Barcelona.

El modelo de la Barcelona del 92 fue inclusivo. Pero ya es historia. Y el riesgo ahora es que el nuevo modelo sea dual. Que exista una Barcelona próspera, impulsada por el excelente atractivo turístico de la ciudad, y unos barrios empobrecidos, con la sensación de sentirse expulsados del progreso que vive su propia ciudad. Y Can Vies era, precisamente, una válvula para que esta presión social se transformara en rebeldía y creatividad, y no en desaliento. Era, sin saberlo el Ayuntamiento, una de las múltiples piezas que mantienen el engranaje de la convivencia, del pacto, que hacen de Barcelona una ciudad tan plural y diversa y, a la vez, con tanta conciencia de pertenencia por parte de sus habitantes. Es la ciudad que no puede ser gobernada desde los prejuicios ideológicos o la fuerza de los Mossos, si no desde el acuerdo constante entre la política y la ciudadanía.

Can Vies no es una anécdota. Es la categoría porque revela una falta de modelo de ciudad. O lo que sería peor, la existencia de un modelo basado en la incriminación de las personas y las ideas que no responden al patrón que rige hoy el gobierno municipal. Y, de la misma forma, nunca la razón de la protesta puede convertirse en la sinrazón de la violencia. Porque ni una sola idea justifica las tres noches de furia que han protagonizado una minoría de violentos. El edificio a medio derruir de Can Vies, en el corazón de Sants, es hoy el símbolo de un inmenso error y de la pérdida del modelo de sociedad cohesionada que Barcelona debe recuperar.

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