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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

El control israelí de los medios de comunicación en Palestina

Xavier Abu Eid

El manejo de la cuestión palestina en los medios de comunicación ha sido objeto de reiteradas discusiones, sobre todo cuando suceden eventos como la última agresión israelí a Gaza. La denuncia hecha hace unas semanas contra de Agencia EFE por remover a su corresponsal jefe en Jerusalén tras supuestas presiones de la embajada israelí en Madrid (el periodista Javier Martín no llegó a estar ni un año en su puesto, un verdadero récord para cualquier jefe de oficina) pone una vez más sobre la mesa este tema tan comentado. Como persona directamente involucrada con los medios de prensa en Palestina, puedo dar fe de ciertos avances logrados por la máquina de propaganda israelí.

Cada corresponsal que quiera cubrir la situación de Palestina sobre el terreno debe obtener primero una credencial de prensa israelí. Dado que las fronteras de Palestina están controladas por Israel, es esa credencial la que permite al corresponsal obtener o no un visado. Esto hace que desde el primer momento el contacto entre el periodista y el gobierno israelí debiera ser automático, algo que no sucede en el caso palestino. Hay casos notables de periodistas de importantes medios que han venido y se han ido sin tan siquiera conocer el edificio del ministerio de información palestino donde se obtiene la credencial de prensa para Palestina. Es ese control impuesto por el gobierno israelí el que le permite llevar a cabo una serie de políticas para limitar la presencia de prensa extranjera, bien a través de cuestiones tributarias bien por medio de conductas más agresivas que hacen prácticamente imposible la acreditación de cámaras extranjeros. Esto último obligó a una serie de importantes medios de comunicación a registrar a sus cámaras como productores en una medida que buscaba, según muchos, que los canales de televisión se vieran forzados a contratar cámaras israelíes.

La inmensa mayoría de los corresponsales vive en zonas israelíes. La comodidad muchas veces vence al instinto que deben tener los corresponsales. Son incontables el número de crónicas que son una mera traducción de la prensa israelí, o que se basan íntegramente en fuentes palestinas obtenidas de otros medios. En estos casos, ¿cuál es el valor agregado de una corresponsalía? Un productor de un corresponsal muy conocido me comentaba que, tras enviar a un cámara a Cisjordania, el corresponsal hacía las entradillas de sus notas desde aldeas palestinas dentro de Israel (con construcciones similares a las de Nablus o Ramallah), dando así la falsa impresión de que había escrito desde el terreno.

Muchas crónicas han sido firmadas desde Gaza o Ramallah cuando en realidad quien escribía se encontraba en otro lugar ¿Cuántos de esos corresponsales tienen más de un contacto en el gobierno palestino? Incluso conocí el caso de una corresponsal que escribía, bajo otro nombre, en un medio de difusión sionista en Latinoamérica. Un simple ejemplo: ¿cuál es la presencia en Belén de los medios españoles vinculados a la Iglesia católica? Nula ¿Otro? En los reportajes desde Israel los palestinos con ciudadanía israelí son prácticamente inexistentes, dando así cabida a la idea de un “Estado judío” y olvidando que más del 20% de sus ciudadanos son palestinos. ¿Quién conoce la existencia de cincuenta leyes aprobadas por la Knesset (el parlamento israelí) que discriminan a este segmento de la población? Generalmente esos corresponsales no son víctimas de las campañas de deslegitimación lideradas por la Hasbara (propaganda) israelí.

También existen quienes simplemente se dejan seducir por el glamour que ofrece Israel y que es más difícil de encontrar en Palestina. Este ha sido uno de los principales éxitos de la campaña de propaganda israelí con la prensa internacional; campaña que se resume en el eslogan “Descubre el otro Israel”. La idea es clara: un país que ofrece tamaña oferta cultural no puede ser “tan malo”. Ocupar a otro pueblo se convierte en “un elemento de la situación”, pero ya no es “el” elemento central del conflicto. Con independencia de que reputadas empresas de relaciones públicas europeas rechazaron millonarios contratos para llevar a cabo esa campaña (“A la gente no le importa que Israel haya inventado los tomates cherry mientras siga ocupando a los palestinos”, dijo un alto ejecutivo de una de las empresas contactadas), a ciertos periodistas esa clase de temas les pareció atractivo. Si usted no se lo explica, tan solo hágase una pregunta: ¿cuántos reportajes sobre escritores y realizadores palestinos han visto en la prensa española, comparado con el número de reportajes sobre artistas israelíes? La película “Omar” tuvo que esperar a ser nominada a los Oscars y Samih Al Qasem a morir para que se hiciese algo al respecto. ¿Se puede comparar esto con el espacio que reciben regularmente Noa, David Grossman o eventos tales como el Gay Parade en Tel Aviv?

Por el contrario, existen corresponsales que se desplazan constantemente hacia zonas palestinas e, incluso, un grupo menor que decide vivir en Ramallah, Belén o Jerusalén Este. Son estos últimos precisamente los más atacados por los agentes pagados de la propaganda israelí. Ver la situación sobre el terreno y contar lo que allí se ve es lo que molesta a Israel. Esto, que en el pasado era una característica de la prensa española, se ha visto severamente afectado por la crisis económica (que ha hecho disminuir el número de corresponsables en Jerusalén) o por la permisividad con que ciertos medios de comunicación reciben las agudas críticas de funcionarios israelíes, sean diplomáticos o funcionarios del aparato de propaganda. Preguntar por twitter a un columnista del periódico ABC sobre si Israel le pagó su viaje a Tel Aviv para hablar del ataque a Gaza me valió ser bloqueado por dicho personaje.

Muchos culpan a la propiedad de los medios de comunicación sobre cómo se trata el tema de Palestina. Pero existe una responsabilidad que va más allá de los poderes fácticos. Cuando una diplomática israelí calificó a la corresponsal de TVE como un agente de Hamás, la reacción de repudio provino de todos lados excepto de aquellos a quienes correspondía responder a una flagrante violación de la Convención de Viena, cual fue el uso de un título diplomático para llevar a cabo la propaganda más ruin. ¿Otros casos? Cuando se informa públicamente de que un distinguido corresponsal de medios españoles ha recibido dinero del gobierno israelí para realizar trabajos de propaganda durante la vista del Papa, ¿cuál es la reacción que deben tomar sus editores? Esto no tiene nada que ver con el derecho de dicha persona a escribir o aparecer en pantalla, sino con el derecho del público a saber quién es el que está comunicando. Cuando Israel invita a periodistas en visitas pagadas, ¿no es deber del medio asegurar que el corresponsal vea además la otra parte? Así, hemos visto reportajes, por ejemplo, sobre la tecnología utilizada por el ejército israelí, pero no sobre los resultados que ésta provoca en la población palestina. Ello, junto a un particular uso de la terminología (por ejemplo, Jerusalén Este no se describe como ocupado o el internacionalmente reconocido Estado de Palestina es calificado como “los territorios palestinos”), contribuye a una visión que no refleja todos los elementos de la realidad.

Una parte importante del problema radica que la propia Palestina no ha logrado estructurar un sistema de comunicaciones a la altura de las circunstancias. Pero eso no puede ser excusa para no contar lo que está pasando. Como alguien que ha visto los cambios de corresponsales y políticas editoriales en Palestina durante los últimos ocho años, puedo decir que Israel, en su lógica, ha logrado persuadir a algunos. Pero mientras siga ocupando Palestina, los reportajes de los “tomates cherry” no van a fructificar más allá del público que ya justifica todo lo que haga Israel. En una historia donde la ética, la propiedad de los medios y el profesionalismo de los corresponsales se entremezclan, hasta el caballo blanco de Napoleón puede ser descrito de otro color.

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