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Bendito Peláez

Marcos García

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El mundo del periodismo está lleno de insensatos. Todos los que en un momento u otro nos hemos dedicado a ello tenemos una vena temeraria que nos lleva a una profesión incomprendida que es absorbente –y gratificante– como pocas. A algunos, con la edad, las canas y las hipotecas nos entra el conocimiento o, cuanto menos, la necesidad de sentar la cabeza y las posaderas en una ocupación más convencional. Pero no perdemos las ganas de reivindicar la profesión a la primera de cambio. Pese a la que está cayendo. O precisamente por ello.

Sin periodistas no hay democracia. Porque la democracia, desde el siglo XVII, está ligada irremediablemente a los periódicos y al ejercicio de la libertad de información. Por eso, para que esta exista, es necesario informar debidamente, con profundidad y juicio.

Sin embargo todos sabemos que en los últimos años el periodismo ha dejado de ejercerse de esta manera. Al menos desde los grandes medios. El hecho de que el ejercicio del periodismo sea, hoy por hoy, una de las profesiones más desprestigiadas de este ya de por sí desprestigiado país no ayuda a reivindicar el papel del periodista en nuestra sociedad.

Aunque en realidad en España jamás hemos conseguido nunca disfrutar de una prensa profesional y cuidadosa, como la que tienen nuestros primos anglosajones, la situación actual ha llevado la profesión a una situación límite. Sin medios, con redacciones noveles, sin contexto y con apenas tiempo ni espacio para las cosas que importan, todos echamos de menos una prensa capaz de poner en un brete a los políticos de turno que se ufanan a menudo del comportamiento borreguil de los medios.

Precisamente por este motivo sigue siendo necesario reivindicar la profesión, pese a lo denostada que está. Aunque es preciso hacerlo con sentido crítico y, por qué no, también con humor. Porque los periodistas también se equivocan. Y sufren. Y lloran. Y sobre todo tienen jefes mezquinos que obedecen a intereses todavía más mezquinos.

Por eso es maravilloso encontrarse con gente que ha hecho suyas esas reivindicaciones y les ha puesto un nombre tan entrañable como Peláez. Gente intrépida y algo temeraria que para reivindicar la profesión no ha tenido otra ocurrencia que editar un libro. En papel. Y del bueno. Un libro protagonizado por un pobre plumilla, de apellido Peláez, que dignificadesde el humor las miserias y las realidades de cualquiera que haya tenido que ejercer el periodismo en este país en los últimos años.

Peláez. Historias de un periodista de provincias es un diálogo cargado de sarcasmo, humor negro, acidez y romanticismo periodístico escrito por David Barreiro y ordenado en torno a hitos de actualidad como el estallido de la burbuja inmobiliaria, la reforma laboral, el caso Gürtel, los éxitos del deporte español o al difícil situación de la cultura.

Seguramente publicar un libro en España ralla la insensatez. Y hacerlo desde una editorial recién nacida para rendir este tipo de homenajes a un oficio hoy más que nunca en entredichoes ya cosa de insania. Pero qué quieren que les diga. Tal y como están las cosas y la profesión, es una bendita y necesaria locura.

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