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“No vivamos los cambios en solitario, juntémonos con otras personas”

Toni Lodeiro, autor del libro 'Consumir menos, vivir mejor'

Marcos Pérez Pena

El coruñés Toni Lodeiro es redactor de la revista Opcions y autor del libro Consumir menos, vivir mejor. Actualmente colabora con el Ayuntamiento de Barcelona en la elaboración de un Plan de Impulso al Consumo Responsable y recientemente participó en la Xornadas sobre Comercio Local e Consumo Responsable organizadas por el ayuntamiento de A Coruña, y que buscaban dar los primeros pasos para potenciar en la ciudad estas prácticas y procesos. Conversamos con Lodeiro, que nos habla de los muy distintos niveles -desde el puramente personal hasta el institucional o legislativo- en los que tienen lugar los cambios que afectan a nuestra forma de consumir.

La actual cultura del consumo nos vende una promesa de felicidad pero nos provoca el efecto contrario. ¿Hay una vida mejor en una forma diferente de consumir?

Si incluí vivir mejor en el título de mi libro (Consumir menos, vivir mejor) es porque tengo claro que reducir el consumo suena a apelar a la renuncia, al sacrificio, y parece que lleva implícito bajar de calidad de vida. Para mí era importante contrastar esa llamada a consumir menos y relacionarla con algo que nos pueda hacer ilusión a todos, algo que podamos ver como una expectativa de mejora. Creo que el consumo consciente puede ser una herramienta para vivir mejor, porque en la medida en que no cambio de coche si puedo seguir con el que tenía, en la medida en que no tengo que cambiar de televisión o comprar ropa nueva tan frecuentemente, estoy ahorrando, y a lo mejor puedo así reducir mi jornada laboral, coger un año sabático o evitar hacer horas extra. Y ese tiempo puedo dedicarlo a otras actividades que me pueden aportar mayor calidad de vida: la familia, la lectura, un reciclaje profesional o simplemente a dormir ocho horas, que hoy en día es un lujo. La reducción del consumo puede ser una vía de liberación o, simplemente, ayudarnos a ajustar nuestra vida a nuestros valores. En teoría, el consumo tendría que ser un medio para una vida mejor, pero se convirtió en un fin, con efectos contrarios, pues devoró nuestra calidad de vida, la vida fue sacrificada en beneficio del consumismo.

En cualquier caso, en la actualidad el consumo responsable implica muchas veces pagar más por un producto, y fuera de un círculo activista no basta muchas veces con apelar a una serie de valores. ¿Para conseguir grandes cambios en el consumo hay que crear redes y un escenario en el que consumir de forma más sostenible no sea necesariamente más caro?

Por supuesto, no podemos pretender que los cambios en la sociedad, los cambios de largo alcance, lleguen apelando simplemente a la motivación y a la buena voluntad de la gente. Para conseguirlos deben cambiar las estructuras. Hay cambios a tres niveles: los cambios personales, los cambios a nivel comunitario y social, y los cambios generales, de reglas de juego. El objetivo final es cambiar esas reglas de juego, para que la lechuga cultivada cerca de la casa y de una manera sostenible sea más barata que la que viene desde cientos de kilómetros de distancia. Y eso se hace mediante beneficios y penalizaciones fiscales. Estamos condicionados por nuestras estructuras y tenemos que cambiarlas para que la buena acción, la acción procomún, social y ambientalmente positiva, sea más accesible, cómoda y cueste menos. Y para que la acción nociva y contaminante sea la difícil, la cara, a la que la legislación le pone dificultades. Al final no creo que este otro tipo de consumo implique un gasto mayor, sino que más bien se trata muchas veces de hacer una redistribución de nuestros gastos.

¿Para que sirven entonces los cambios personales? Sirven como aprendizaje, sirven para vincularnos a un cambio cultural y a nuevas relaciones personales, sirven para construir tejido comunitario. Los cambios en la vida cotidiana sirven como caldo de cultivo, como activador, pero por sí solos, por agregación, no van a conseguir un gran cambio global. Y, al mismo tiempo, los cambios en la vida cotidiana tienen un papel fundamental: quien descuide el papel de lo cotidiano en la construcción de una hegemonía cultural alternativa está muy equivocado. Poniendo un ejemplo concreto: ¿Para que sirve que yo vaya a la compra con mi bolsa? Sirve para generar debate, sirve para que yo incluso me conciencie más y para concienciar los demás. Eso sí, el cambio social sólo llega cuando la movilización organizada consigue -como sucedió en Irlanda- que la bolsa de plástico de un sólo uso pase a costar obligatoriamente 20 céntimos, por ley. El consumo consciente puede ser el lubricante del cambio, pero no es el motor, o cuando menos no es el único motor. Me gusta en ese sentido el concepto de Nueva Cultura del Consumo, porque hace referencia a algo colectivo, a un objetivo social, porque el concepto de consumo responsable puede parecer que apela a un acto puramente individual.

¿Como se puede animar a la gente a consumir de otra manera?

Lo último que queremos es ofrecer una visión moralista, que exija santidad o perfección a las personas. Proponemos que el proceso de cambio tiene que ser un proceso de liberación, una oportunidad de conocer personas, de aprender, de vivir experiencias nuevas, de tener una vida más auténtica. La coherencia como búsqueda de satisfacción y de sentido para la vida, y no como ese deber de ser perfectos. En las relaciones personales no funciona exigir, ni dar lecciones o sermones a quien nos rodea, sino simplemente de mostrar con nuestro ejemplo. En el plano político y legal, en cambio, sí que hay que exigir, y hay que reivindicar cambios y límites.

Hay que animar la gente a que la ilusión sea el motor del cambio, hay que animarla a probar cosas y la no vivir los cambios en solitario, hay que animarla a compartirlos con otras personas. Ser el bicho raro o la bicha rara de la familia, del trabajo o de la clase desgasta mucho. Pero cuando te juntas con otras personas a través de los espacios o de las redes que tengas a mano, eso te empodera mucho. No vivamos los cambios en solitario, juntémonos con otras personas, porque eso nos ayudará a disfrutar más el proceso, y el placer hará que el cambio sea más profundo, duradero y contagioso. Hay que evitar esa cultura tan moralista, tan tensa y tan exigente de la izquierda clásica.

¿Qué efecto ha tenido la crisis económica en los hábitos y en la cultura de consumo?

Aunque la crisis dificulta tanto algunos cambios personales personales como la asunción de algunas políticas públicas, afectadas por los recortes, la conciencia de la necesidad de llevar a cabo este tipo de cambios no deja de crecer. La banca ética supera ya los 200 mil clientes en el Estado Español, cuando eran unos 60 mil a finales de 2011; cooperativas como Som Energía ya superan los 30 mil contratos de electricidad; los grupos de consumo agroecológico superan ya los 160 sólo en Cataluña; un muy recomendable informe sobre la Economía Social y Solidaria en Barcelona cuantifica en el 7% su aportación al PIB de la ciudad... Creo que este movimiento es como un niño que ya dejó los pañales, sigue siendo pequeño, pero ya camina.

¿En qué consiste el proyecto que estáis realizando desde Opcions para el Ayuntamiento de Barcelona?Opcions

En Opcions recibimos el encargo de realizar un Plan de Impulso del Consumo Responsable, que comienza por analizar que se lleva hecho hasta ahora a nivel municipal y ver cómo mejorarlo, tanto en la propia práctica de la institución como en sus políticas de ciudad, y esta es la fase que estamos cerrando. En todo caso, el Ayuntamiento hace años que tiene en marcha bastantes iniciativas interesantes, y otras están arrancando con el impulso del nuevo gobierno: desde la multiplicación de la red de carriles-bici, más de 600 mil € en nuevas líneas económicas de apoyo a la economía solidaria y al consumo responsable, otros 600 mil para un plan de choque contra la pobreza a través del fomento de iniciativas de economía solidaria, un impulso a la compra y contratación pública responsable... El gasto total de las instituciones públicas en el Estado Español suma el 17% del PIB (15% a Catalunya), por lo tanto las decisiones de gasto que se adopten desde la administración tienen un valor ejemplarizante y motivador, y también funcionan como motor de la actividad económica.

¿Los productores y distribuidores y el comercio local, deben ser cómplices de esta nueva cultura del consumo?

El comercio local a veces ve el consumo consciente como una amenaza. El otro día entrevistamos al presidente de la sectorial de comercio de la patronal de la pequeña y mediana empresa de Catalunya, y comentábamos que el fomento del consumo consciente es la única oportunidad para su sector, un sector arrasado por las multinacionales y por las grandes superficies, con las que no pueden competir en precio. La implicación de la ciudadanía y de las instituciones en la defensa del comercio local y de la pequeña y mediana empresa es la única opción para que el pez grande no se coma al chico. Ese es el relato que debemos contar, el consumo consciente no como amenaza, sino como una oportunidad, quizás la única hoy en día.

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