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“Si la mujer accediera a la tierra, habría 300 millones menos de hambrientos”

Alfons Rogríguez fotografiado mientras captaba una imagen que expone en Vitoria.

Natalia González de Uriarte

Vitoria-Gasteiz —

Sulema Kumari murió en los brazos de su madre instantes después de ser fotografiada por Alfons Rodríguez. Tenía 9 meses y tan solo pesaba dos kilos y medio. Con 3,5 kilos suelen nacer las niñas en Europa pero Sulema tuvo la maldita suerte de llegar al mundo en algún remoto lugar de África. Hasta ese rincón y otros de nueve países de tres continentes distintos llegó el fotoperiodista barcelonés con su cámara para retratar distintas realidades sobre el hambre en el mundo. Historias sobrecogedoras como la del bebé africano que languidece por inanición se repiten a diario. 10.000 niños mueren de hambre en el planeta cada día, uno cada seis segundos. La cifra da escalofríos. Verla estampada en imagen, más. Toparse de narices con el cuerpo raquítico de Sulema, abrazado por su madre gracias a la foto captada por Rodríguez y que cuelga en su exposición de Vitoria, remueve las entrañas del espectador más impasible.

Esta reacción es precisamente la que persigue el fotoperiodista: despertar del letargo a la sociedad para que se implique en la lucha contra el hambre. Alfons Rodríguez, después de un viaje de más de dos años con las ONG de acción humanitaria Oxfam Intermón, Acción Contra el Hambre y Médicos sin Fronteras por nueve países de tres continentes distintos, sigue siendo un firme defensor de una causa que muchos creen perdida: la erradicación del hambre en el mundo. Poco confía en los gobiernos y mucho en la presión que la población de los países modernos puede ejercer para contribuir a la repartición de los alimentos y para facilitar el acceso a la comida en lugares donde el hambre es endémica. Este fotógrafo hace un llamamiento a los ciudadanos para que también colaboren con la organizaciones de ayuda al desarrollo, porque en “África no tienen la puerta del vecino a la que picar para que te saquen un plato de arroz. Allí solo ayudan las ONG de fuera”. La situación, que a su juicio, se puede invertir, mejoraría en gran medida si las mujeres tendrían acceso a las tierra que se les niega en ciertos países.

La muestra de Alfons Rodríguez, titulada El Tercer Jinete, se puede ver en el claustro de la Escuela de Artes y Oficios de la capital alavesa.

Pregunta. Después de estar frente a frente con los damnificados y conocer su situación, ¿se reafirma en la idea de que son los que más sufren son las mujeres y los niños?

Respuesta. Sin duda. Son el sector más debilitado de esas sociedades y en el caso de las mujeres por culpa de los hombres que las marginan. Por eso hago un especial hincapié en ellas en este proyecto. En África, por ejemplo, se mezcla todo, las hambrunas, los conflictos enquistados desde hace años y la impunidad. En sitios como el Congo se viola de forma sistemática para utilizarlo como un arma más. Recurren a la violación como recurren al [fusil]‘Kalashnikov’ . Si la mujer tuviera acceso a la tierra, tuviera variedad de oportunidad es, este problema se reduciría probablemente en unos 300 millones de personas que dejarían de pasar hambre. Pero a través de culturas ancestrales, de creencias que están obsoletas y fuera de lugar se mantiene a la mujer aparcada. Esto provoca que, como es en muchos casos la que tiene que proporcionar la comida a sus hijos, no lo pueda hacer.

P. ¿Cómo reaccionan estas personas cuando le ven allí con su cámara?

R. Pues según la situación reaccionan con mucha perplejidad. Cuando vas a pequeñas aldeas perdidas en el desierto, en las que no acostumbran a ver periodistas y menos herramientas como una cámara de fotos o de vídeo, piensan “este señor, aquí en medio, ¿qué hace?”.

P. ¿Culpan a las sociedades occidentales de su situación?

R. No. Nunca me han transmitido ese sentimiento. No porque no sean conscientes de que hay otras realidades, muchos tienen acceso a la televisión y ven como se vive en los países del norte. Pero no va en su forma de ser. Y es algo que hay que destacar. La gente tiene una dignidad y un temple asombroso para soportar estas situaciones. Es verdad que durante generaciones no conocen otra vida, siempre han estado muy martirizados pero no sé si nosotros reaccionaríamos parecido si nuestros hijos murieran de hambre. Seguramente de forma más violenta y agresiva. Pero también si alguna ayuda les llega, les llega de estas sociedades. Si llega una tienda de campaña a los campos de refugiados, llega de aquí. Yo creo que tiene ese sentimiento doble. Dirán “mira allí como viven pero por otro lado son los que me ayudan”.

P. Y usted, ¿cómo se siente al caminar entre ellos?

R. Yo siento auténtica vergüenza, me siento muy avergonzado. ¡Me siento fatal! Yo estoy por allí de puntillas, yo voy a salir de allí en una hora o unas semanas. Pero ellos no.

P. Usted confiesa que ha perdido la confianza en los gobiernos y hace un llamamiento a los ciudadanos. Pero ahora también muchos aquí atraviesan situaciones muy complicadas.

R. Sí. Soy consciente de que esto genera preguntas como por qué retrato el hambre de allí y no la de aquí cuando vemos que también hay niños desnutridos. Porque realmente donde es un mal endémico es allí. Aquí es fácilmente superable. Basta para que piques a una puerta, a la del vecino, a la de un comedor social para que te suministre un plato de arroz. En esos países no hay puertas a las que llamar, no hay nadie que te vaya a dar alimento. A esas aldeas solo llegan, y si acaso, las organizaciones de ayuda humanitaria.Los ciudadanos debemos movilizarnos ante esto ya que los gobiernos poco aportan.

P. ¿Dónde está su límite a la hora de retratar el sufrimiento? ¿Y cuándo tapa el objetivo de la cámara?

R. Esta profesión tiene una premisa básica sobre la que se sustenta que es el respeto por las personas que fotografías. Sí hay que bajar la cámara y hay que hacerlo muchas veces. De hecho en las situaciones más crudas ni levanto la cámara, quizás antes o después pero he vivido muchas situaciones que ni me planteo ni puedo captarlas.

P. ¿En esos momentos se viene abajo?

R. Se sufre mucho pero tienes que sacarlo adelante. Probablemente si fuera como viajero sufriría mucho más. Una vez que vas hasta allí, no te puede vencer el pánico. Tienes un objetivo que cumplir, eres un profesional. Al fin y al cabo el fotoperiodismo es una especie de activismo, de militarismo. ¡Cómo no vas a estar al lado del más débil! Yo no le puedo dar todo mi apoyo a un campesino al que fotografío y luego entrevistar al presidente de Bangladesh y también darle todo mi apoyo, por ponerte un ejemplo. Sé como vive ese señor y debe hacer algo más por su país. Otro ejemplo. Haití ha recibido 5 billones de dólares en ayudas desde el terremoto y la gente se sigue muriendo de hambre y siguen viviendo en tiendas de campaña. Y hay una élite en Haití impresionante que se está aprovechando de todo esto.

P. ¿Siempre se ha decantado por trabajar como ‘freelance’?

R. Sí, los consejos de administración de los medios te limitan. La libertad que te permite a la hora de escoger un tema y moverte es enorme. Además hace unos años es cierto que trabajar en una redacción te podía proporcionar cierta estabilidad pero ya no. Hoy estás dentro y mañana estás fuera. En los últimos tres o cuatro años hay 9.000 periodistas menos en los medios de comunicación de nuestro país. La gente ante esto se pregunta quién saca delante las informaciones. Muchos becarios, mucha gente trabajando desde sus casas de manera muy precaria. No voy a cuestionar esta tendencia porque no soy editor pero tengo serias dudas de que esa sea la manera idónea de hacer periodismo.

P. Al hilo de esta reflexión, ¿qué opinión tiene sobre el llamado periodismo ciudadano?

P. Quizás esté a favor de que si alguien, casualmente, pasa por un sitio y coincide que pasa algo y no hay medios de comunicación allí en ese preciso instante, esa persona pueda aportar lo que ha visto o grabado. Eso no es negativo. Pero eso no debe sustituir al periodismo porque no lo es. Y es lo que está pasando. Muchas agencias de noticias de las grandes, Reuters y otras, le están dando a los lugareños ‘smart phones’ para que ellos cubran ciertos sucesos y al momento envíen las fotos por internet o a través de aplicaciones móviles.

P. ¿Cómo se puede combatir esta práctica?

R. Convenciendo a los lectores de que nuestra labor, no sé si es imprescindible pero sí es muy necesaria. Debemos luchar para que permanezca. Cualquiera con un móvil no hace información. Además si quieres que el mensaje perdure y haga su efecto, tiene que reunir una serie de características. En el caso de las fotos, quizás una mezcla entre el arte y el documento. Yo no me considero artista, pero una buena historia y además, bien explicada, es la clave de la fotografía.

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