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Sobre este blog

Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.

Autores:

Aina Gallego - @ainagallego

Alberto Penadés - @AlbertoPenades

Ferran Martínez i Coma - @fmartinezicoma

Ignacio Jurado - @ignaciojurado

José Fernández-Albertos - @jfalbertos

Leire Salazar - @leire_salazar

Lluís Orriols - @lluisorriols

Marta Romero - @romercruzm

Pablo Fernández-Vázquez - @pfernandezvz

Sebastián Lavezzolo - @SB_Lavezzolo

Víctor Lapuente Giné - @VictorLapuente

Luis Miller - @luismmiller

Lídia Brun - @Lilypurple311

Sandra León Alfonso - @sandraleon_

Héctor Cebolla - @hcebolla

El optimismo de los inmigrantes

Héctor Cebolla Boado

La incorporación de los inmigrantes en sus sociedades de acogida es uno de esos espacios de debate en los que se ven exuberantes prejuicios y lugares comunes basados en pensamientos apriorísticos que van del ‘buenismo’ al alarmismo sin apenas contacto con la realidad.

Uno de estos prejuicios es que los inmigrantes y sus hijos padecen contagiosos patrones de desventaja educativa, lo que azuza la fobia contra los centros escolares en los que se concentran. Con el fin de desmontar en lo posible parte de este mito, hablaré de lo que los sociólogos han llamado la “paradoja del optimismo inmigrante”.

La paradoja describe el hecho de que los estudiantes de origen inmigrante aspiren a carreras educativas más ambiciosas que las que esperan seguir los hijos de los autóctonos de su mismo origen socioeconómico y con un rendimiento escolar comparable. Esta regularidad se ha confirmado en la mayor parte de los países de inmigración (Bélgica, Estados Unidos, Francia, Reino Unido, Suecia…), donde los hijos de los inmigrantes aspiran a carreras educativas más largas y más prestigiosas (la vía académica más que la profesionalizante cuando existe tracking), que las de los hijos de autóctonos con quienes son comparables. España no es una excepción. Podemos utilizar datos representativos de nuestros estudiantes de secundaria para describir su aspiración de graduarse en la universidad. La Figura 1 compara las de los hijos de inmigrantes y autóctonos en función de su éxito escolar (medido, por ejemplo, a través de las puntuaciones en matemáticas).

Gráfico 1. Probabilidad de esperar tener estudios universitarios entre hijos de autóctonos e inmigrantes en función de su rendimiento

Como se puede ver, los estudiantes con origen en la migración declaran mayores expectativas de llegar a la universidad que las de los hijos de los autóctonos en casi todos los niveles de rendimiento. En media, la probabilidad de que el hijo de un hogar inmigrante espere ser un graduado universitario es cinco puntos superior a la de un hijo de autóctonos. El efecto ‘optimismo inmigrante’ se nota más entre los estudiantes más bien “regulares” (ni los más brillantes ni los que los son menos), para quienes la incertidumbre sobre el futuro es mayor. En resumen, los hijos de nuestros inmigrantes también son más optimistas.

Pero ¿por qué son más optimistas?

Hay varias explicaciones para este fenómeno. Se ha señalado que las familias con origen en la migración tienen peor información sobre cómo funciona el sistema educativo, sobre todo en lo tocante a su naturaleza selectiva. Con datos del Reino Unido M. Fernández-Reino también ha atribuido este fenómeno a la necesidad de invertir más en educación para neutralizar la discriminación que podrían experimentar en el mercado laboral (aquí).

La explicación más comúnmente aceptada es que existe una selección positiva de las personas que emigran. Quienes se van de los países de emigración parecen no ser representativos de quienes permanecen. Los emigrantes son frecuentemente descritos como una población positivamente seleccionada por su inclinación al progreso, por su ambición o por sus capacidades. Esto explicaría no sólo su aparente ventaja en expectativas educativas, si no también la que tienen en otros aspectos, como la salud, algo sobre lo que Leire y yo hablaremos en algún post próximamente.

De ser cierto que la población emigrante está positivamente seleccionada, crecer en un hogar migrante podría no ser una desventaja siempre y en todas las circunstancias. Según parece, estos hogares podrían ser un entorno estimulante para apostar por objetivos más ambiciosos, incluso aunque los resultados educativos de largo plazo de los hijos de los inmigrantes se vean finalmente determinados por otros muchos factores (ver aquí).

Y más allá de la anécdota, ¿qué?

El optimismo es importante por tres razones.

En primer lugar, la evidencia indica que en países como Francia (aquí), donde las trayectorias de los estudiantes se deciden en un diálogo entre el sistema educativo y la familia, los hijos de inmigrantes optan más por los caminos que les acercan a la universidad más directamente que sus equivalentes autóctonos. Es decir, aunque sean muchos los obstáculos que impiden a las familias inmigrantes materializar sus expectativas, el optimismo tiene un efecto igualador.

En segundo lugar, el conocimiento mutuo es positivo para todos los actores. Las escuelas pueden beneficiarse de involucrar en su funcionamiento a estas familias con altas expectativas. Ello no sólo desestigmatizaría el papel que la inmigración desempeña en el sistema educativo, sino que también podría impactar de forma positiva en la orientación de otros estudiantes.

Finalmente, ya he explicado en este blog que la razón por la que las escuelas con más inmigrantes tienen peor rendimiento medio está más relacionada con la acumulación de desventaja socioeconómica que con la presencia de inmigrantes (aquí). Dar a conocer fenómenos tan consistentes como el optimismo inmigrante neutraliza una parte de los miedos que fundamentan el recelo hacia los espacios de concentración media. Si relacionarse con estudiantes de origen inmigrante tiene algún efecto en la creación de aspiraciones educativas en el resto del alumnado, sólo puede ser positivo.

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