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Rouco Varela se muda a un ático de la Iglesia mientras su sucesor vive de prestado en un piso

El cardenal Rouco Varela en primer plano y su sucesor, Carlos Osorio, en una foto de archivo. /EFE

Jesús Bastante

Las comparaciones siempre son odiosas. En el caso de la Iglesia, mucho más. Y, aunque no hay nada más parecido a un obispo que otro obispo, las diferencias que a simple vista se observan entre el cardenal Rouco y su sucesor en Madrid, Carlos Osoro, resultan evidentes hasta para un niño.

Pese a que ya no es arzobispo en ejercicio, el cardenal Antonio María Rouco Varela continúa residiendo en el Palacio Arzobispal, sito en la calle San Justo. Mientras tanto, el nuevo arzobispo de la capital, Carlos Osoro, vive en un pequeño apartamento cedido por unas religiosas en el barrio de Chamberí. La situación es tan hilarante que hasta el propio papa Francisco –el mismo que lo ha elegido para cambiar el rostro de la Iglesia española– se refirió a ella hace dos semanas, cuando recibió en Casa Santa Marta a Osoro: “¿Qué, ya tiene un lugar donde vivir?”.

Bromas aparte, lo cierto es que, tras muchas presiones –e ideas peregrinas, como denominar al palacio “Casa de los Obispos” y recluir a su sucesor en la planta baja del edificio–, Rouco Varela tiene decidido abandonar el palacio. Todavía no hay fecha para ello, pero sí lugar de destino... que no es otro que un lujoso apartamento, de más de 400 metros cuadrados, situado en la esquina de la calle Bailén con la cuesta de la Almudena.

La casa, con vistas a la sierra y a El Prado, dispone de siete dormitorios y es propiedad del Arzobispado. Sus moradores hasta la fecha son cuatro sacerdotes pertenecientes a Comunión y Liberación –el mismo grupo al que pertenece el polémico arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez–, que se están mudando a un piso de la calle Barquillo.

Un obispo en la calle

Hasta hace un mes y medio, resultaba prácticamente imposible ver al cardenal Rouco en la calle. Apenas saliendo o entrando de su coche para ir a actos oficiales, a la sede de la Conferencia Episcopal o a la catedral de La Almudena. Sin embargo, Carlos Osoro, acostumbrado desde sus años en Valencia a caminar por la calle, continúa haciéndolo en Madrid. Y dejándose ver: ha reabierto su despacho en la sede del Obispado, y todos los días a las doce del mediodía celebra el Angelus, abierto a todos.

A finales de noviembre, y en mitad del aguacero, el prelado hizo una visita, de más de dos horas y media, al poblado chabolista de El Gallinero. Sin cámaras ni corte, embarrándose y atendiendo a las necesidades de sus habitantes. En 20 años, Rouco sólo acudió una vez a este rincón perdido a 12 kilómetros de la capital, y fue a dar una misa. Osoro fue a escuchar.

Un gobierno participativo

A lo largo de dos décadas, Rouco Varela construyó una jerarquía dentro del Arzobispado de Madrid, un grupo de notables que obedecían casi al dictado sus deseos. Algo parecido sucedía en la sede de la Conferencia Episcopal. Una de las primeras actividades de Osoro a su llegada a Madrid ha sido visitar a todos los sacerdotes, por vicarías, y anunciarles su intención de dar voz a todas las sensibilidades. Así, ha proclamado su voluntad de formar un consejo arciprestal, con capacidad de toma de decisiones, y una consulta constante a los sacerdotes, religiosos y grupos de fieles.

Un detalle ilustra la realidad: este miércoles Osoro acudió por sorpresa a la sede del Foro de Curas de Madrid, un grupo que aglutina a casi dos centenares de sacerdotes abiertamente críticos con algunas posturas de la institución. Lo hizo para pedirles que participaran en los debates de la Iglesia madrileña.

No a la misa de las familias

Fue el gran proyecto de Rouco Varela, consistente en demostrar al Gobierno socialista (y los que lo sucedieron) la potencia de la Iglesia en la calle. Tras una macroconcentración en 2007, y gracias al apoyo de los kikos, el cardenal de Madrid decidió convocar todos los últimos domingos de año una gran Eucaristía en la plaza de Colón (algún año tuvo lugar en la plaza de Lima, por obras), con la aquiescencia del Papa Benedicto XVI, para denunciar el aborto, el matrimonio gay y cualquier otro modelo de familia distinto al estrictamente bendecido por el sector más conservador del catolicismo.

Una de las primeras decisiones de Carlos Osoro ha sido, precisamente, la de anular esta concentración. A partir de ahora, cada obispo celebrará en su diócesis la Jornada de la Sagrada Familia. Y en Madrid este año se hará en la catedral, con una jornada de 24 horas de puertas abiertas y con el llamamiento público a los fieles a que acudan con donativos y alimentos que serán destinados a las familias pobres, católicas o no, de todo Madrid.

Las diferencias entre Rouco y Osoro son abrumadoras. No sólo en lo puntual también en lo ideológico, y en la gestión de crisis. Así, mientras el Arzobispado de Madrid fue condenado en 2006 como responsable civil subsidiario en un caso de abusos a menores (encubrió al sacerdote condenado, trasladándolo y tratando de convencer a la familia para que no denunciara), su actual responsable fue el primer obispo –en Valencia– en denunciar ante la Justicia un posible caso de abusos.

Mientras Rouco Varela fue el hombre de Juan Pablo II –y Benedicto XVI– en España, hoy nadie duda de que Carlos Osoro –quien podría ser uno de los 15 nuevos cardenales que el Papa nombrará en febrero– es la persona elegida por Francisco para poner los relojes de la Iglesia de nuestro país en hora. Del siglo XXI.

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