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El nuevo Medialab: más metros cuadrados, menos presupuesto

Una de las estaciones de trabajo, dedicada al hardware creativo, en la antigua Serrería Belga. Foto: Medialab-Prado.

Elena Cabrera

“El mundo ha cambiado y con él la forma de contarlo” es el título de una conferencia que un compañero periodista, Adriano Morán, impartió hace pocos días en Medialab-Prado sobre nuevas narrativas periodísticas. Lo curioso es que ese mismo titular nos valdría para el espacio que lo acogía, el Medialab, porque el mundo está cambiando y necesitamos nuevas maneras de explicárnoslo.

Medialab es un espacio que depende del Área de las Artes del Ayuntamiento de Madrid, gestionado, como otras actividades culturales municipales, por la empresa MACSA (Madrid Arte y Cultura S.A.). Es un laboratorio ciudadano de la cultura digital. Laboratorio porque es un lugar de investigación y producción. Ciudadano porque uno no va ahí a que unos profesores le enseñen, sino a enseñar y aprender entre todos. La esencia de los labs es la horizontalidad. Este flujo no se gestiona solo, sino que se canaliza con el trabajo de los mediadores.

Hace algo más de un año el equipo de Medialab ya sabía que tendría que trasladarse a un edificio más grande, justo encima de los bajos que han venido ocupando desde el año 2007, un lugar, la antigua Serrería Belga, que la alcaldesa de Madrid ha inaugurado este viernes. Un mayor espacio requería de un mayor equipo de mediadores, esas “personas que introducen a los visitantes en lo que está pasando”, por lo que en aquel entonces realizaron un taller no sólo para formar nuevos mediadores sino para repensar su función. Para ese replanteamiento pidieron la colaboración de Amador Savater: “hay una forma de hacer las cosas, lo que podemos llamar el modelo televisión, que está en crisis. Aquel era un modelo unidireccional de emisor-receptor que ha funcionado tanto en el periodismo como en la política o en el saber. Y surge otro que es un modelo más en red, donde hay más nodos, donde más gente puede hablar, donde las conexiones son más horizontales. Y en ese modelo la red no está dada, hay que hacerla para que esos enlaces se comuniquen y se entiendan unos con otros. Para que se cree un mundo. La mediación lo que hace es que al pasar del modelo televisión al modelo en red, la red pueda funcionar bien”, explicaba Savater en noviembre de 2011.

Para uno de estos mediadores, Marcos García, ganar estos nuevos 4.000 metros cuadrados supone “sobre todo la posibilidad de que los distintos proyectos y grupos que forman parte de Medialab-Prado puedan coincidir en el espacio e interactuar entre sí, la sede anterior era demasiado pequeña para que pudieran organizarse varias actividades de manera simultánea”. Pasar de ocupar un bajo a desarrollarse en todo el edificio supone también una mayor visibilidad, por lo que piensan que atraerán a un público más amplio y diverso. “Pero también aparecen nuevos retos y dificultades”, señala. “Ahora el presupuesto es menor y el equipo es el mismo” por lo que tendrán que buscar la manera de hacerlo sostenible, de crecer sin desbordamiento. “Hay que destacar el esfuerzo del equipo de Medialab-Prado que ha hecho el traslado y la mudanza en un tiempo récord sin suspender el programa de actividades” recalca Marcos, pues temporalmente Medialab ha desarrollado sus actividades en Matadero, acogidos en Intermediae durante casi un año, aunque no pensaron en un principio que fueran a estar allí más de dos o tres meses. A pesar de la hospitalidad, de la que no tienen queja, han aprendido en este tiempo que por su perfil de “incubadora de comunidades” es necesario un lugar que esas comunidades puedan sentir como propio, adecuarlo y hacerlo crecer, como el cuarto de una adolescente.

Dependencia o autogestión

Estos laboratorios suelen depender de dinero público, lo que en estos tiempos de recortes supone vivir bajo amenaza de asfixia presupuestaria. También existen otros planteamientos autogestionarios, como son los hacklabs o hackspaces que por su carácter contestatario rehusan el apoyo de instituciones. “Hay muy pocos ejemplos a la altura de Medialab-Prado en España o el Eyebeam en Nueva York” explica Susana Serrano, investigadora cultural que trabaja con frecuencia en espacios como estos. “Durante unos años parecía que cada ciudad llegaría a tener un lugar de creación de estas características pero no está siendo así. De hecho, algunos que despertaron grandes expectativas se han venido abajo. Los hacklabs, como el de la Casa Invisible, y muchos otros espacios autogestionados siguen más o menos en la misma línea, ya que siempre se han adaptado a las circunstancias. Como casi siempre ocurre, si te respalda una institución tienes dinero pero muchas cortapisas para hacer cualquier cosa, si prefieres la autogestión tienes independencia pero pocos recursos y cierta inestabilidad para llevar a cabo los proyectos”.

“Por lo que muchas estamos peleando — avanza Susana- es para que se entienda la manera de trabajar en este ámbito y se tome en serio la necesidad de apoyar estos espacios tipo laboratorio; que la entiendan tanto aquellas personas que tienen en sus manos la decisión de apoyarlos como el público en general para que se involucren y disfruten de los procesos sociales y creativos que en ellos se pongan en marcha. Pienso que tanto centros de arte, como universidades y empresas ya deberían albergar medialabs como parte de sus instalaciones, pero respetando las diferencias en los ritmos, objetivos, perfiles profesionales, equipos técnicos, etc”.

El Citilab Cornellà -existe como concepto desde 1997 y funciona en su actual sede en Cornellà de Llobregat (Barcelona) desde 2007- tiene como objetivo poner al ciudadano en el centro de los procesos en los que Internet es su motor innovador; explota y difunde el impacto digital en el pensamiento creativo que surge de la cultura digital. Como el Medialab Prado, el Citilab Cornellà está impulsado por su ayuntamiento, aunque en este caso otras administraciones locales como la Diputació de Barcelona o la Generalitat de Catalunya, además de otras empresa privadas como Siemens u Orange, participan de su gestión mediante el modelo de fundación. Los laboratorios no son burbujas y forma parte de su planteamiento cierta permeabilidad al lugar en el que están ubicados. Y así, el Citilab mantiene un diálogo con Cornellà y el Medialab Prado ha buscado salir de sus propias paredes trasladando a la fachada del edificio, cercana al Paseo del Prado, su razón de ser en forma de intervenciones creadas para ese lugar.

Cuidar la red

“Medialab-Prado es especialmente interesante por la preocupación que siempre ha mantenido hacia el contexto político y social de la cultura digital” explica Serrano. “Su programación no se ha restringido a la experimentación tecnológica y ha sido capaz de crear una comunidad a su alrededor que es su verdadera riqueza. No lo podría comparar con otros espacios, sino más bien decir que es el referente para muchos países, especialmente de Latinoamérica. Los Centros Culturales de España en diferentes países latinoamericanos ya estaban trabajando en este sentido, incorporando contenidos y metodologías similares, pero esto tristemente ha cambiado tras el cambio de Gobierno y los recortes en cultura”.

Los espacios más afines al Medialab Prado no están en España. Son PiNG de Nantes (Francia) y Constant de Bruselas (Bélgica). Ambas forman parte de una red en la que también está situado el espacio madrileño. Podríamos hablar de una red de redes, en realidad. Esta se llama labtolab, pero no es la única. LabSurLab en una serie de encuentros de medialabs, “una red que constantemente reflexiona sobre temas relacionados con este contexto” explica Susana Serrano, estrechamente vinculada a esta red. “Lo que en mi experiencia tengo bastante claro es que las redes -las personas- son las que hacen que la cosa funcione, por eso hay que cuidarlas. No es tan importante el espacio en sí o el tiempo que cada proyecto dure. Ante este panorama cada vez lo tendríamos que ver más así. Un ejemplo muy claro de esto lo vemos en LABoral, que tras tomar una serie de decisiones, equivocadas en mi opinión, se han alejado de la comunidad que se estaba generando a su alrededor. Y otro caso muy interesante de red sería la de los summerlabs que parte de ahí, la cual surgió tras ser dinamitado el encuentro original, dando como resultado una especie de polinización del mismo en diferentes lugares”.

El LABoral Centro de Arte y Creación Industrial (CACI) de Gijón se inauguró en 2007 dirigido por la exdirectora de ARCO Rosina Gómez-Baeza, 17.000 metros cuadrados y un presupuesto anual de 3,8 millones de euros. Cuatro años después, con la llegada de Foro Asturias a la alcaldía de Gijón, se dio un giro al proyecto dejando fuera a Gómez-Baeza y con 2,7 millones de euros menos de lo asignado originalmente. Su primera directora pretendía que el proyecto asumiera la tarea de mediadores entre los creadores, la función educativa y la sociedad. Un centro de arte con especial atención a los procesos, que aunque novedoso no deja de ser conservador, muy lejano al innovador planteamiento colectivo y horizontal de Medialab Prado. Podría haber sido, pero no fue y, además, se convirtió en víctima política, uno de los principales peligros, si no el mayor, de la cultura subvencionada.

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