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The Guardian en español

Las tres duras lecciones que deja el atentado de Las Ramblas

El uso de vehículos para atentar contra personas debería considerarse ya estándar dentro del arsenal terrorista.

Jason Burke

El ataque terrorista ocurrido en Barcelona pone de manifiesto tres duras lecciones aprendidas por las fuerzas de seguridad y por los ciudadanos en general en los últimos meses y años.

La primera, que el uso de vehículos como armas ya es una táctica consolidada para los extremistas, una de las tantas utilizadas en las últimas dos décadas, y que debería considerarse ya estándar en el arsenal terrorista. En los últimos 13 meses hubo ataques similares en Francia, Alemania, Suecia y Reino Unido.

La semana pasada, una mujer fue asesinada por un coche que manejaba un extremista de derecha a toda velocidad en Estados Unidos en circunstancias un tanto diferentes.

La identidad y motivación de los atacantes de Barcelona se sabrán en las próximas horas. El Estado Islámico (EI) ha reivindicado el atentado a través de su agencia de noticias Amaq, aunque en los últimos meses este tipo de afirmaciones se ha vuelto muy poco fiable.

Los usuarios activos de redes sociales cercanos al EI han celebrado el ataque, pero eso no implica necesariamente una conexión directa entre el atacante (o los atacantes) y el grupo terrorista.

Las tácticas se difunden entre los terroristas una vez que se demuestra su funcionamiento. No se necesita ninguna habilidad para manejar un vehículo contra una muchedumbre y tampoco hay ninguna dificultad en conseguir uno. Esto convierte a un coche, una furgoneta o un camión en un arma ideal para los terroristas de hoy, que a menudo se inspiran en algún otro grupo del que no forman parte y que, por lo general, carecen del entrenamiento y los medios para ataques más complejos.

La segunda lección es que ahora no discriminan demasiado cuando eligen su objetivo. Esto significa que también los turistas están en la línea de fuego. Hace algo más de diez años, los grupos yihadistas enviaban mensajes específicos con sus actos violentos. Los ataques al azar contra civiles desarmados eran considerados ineficaces y hasta contraproducentes para conseguir el apoyo de la opinión pública en el mundo musulmán. Para Al-Qaeda, los objetivos del ataque del 11 de septiembre eran símbolos del poderío económico, político y militar de EEUU.    

En 2004 España fue blanco del ataque yihadista más sangriento ocurrido en territorio europeo, cuando simpatizantes de Al Qaeda detonaron bombas en los trenes de pasajeros en Madrid. Uno de los objetivos era debilitar el apoyo de España a la intervención militar de Irak y ejercer una influencia sobre las elecciones. España era un objetivo particular también por la repercusión histórica que el reino islámico de Al Andalus, derrotado por el cristianismo hace 900 años, tenía para los terroristas.

Las cosas ya no son así. El EI ha liderado un cambio hacia un tipo de ataques en el que el objetivo puede ser cualquier persona en cualquier sitio y de cualquier forma. En los lugares públicos, vulnerables por naturaleza, ahora la gente está más en riesgo que nunca: los aficionados a la música de Manchester, la gente de fiesta en Niza, los clientes de un pub londinense y, por supuesto, los turistas sacando fotos en el puente Westminster, descansando en una playa de Túnez o regresando a casa en un avión de Egipto a Rusia. 

Hace tiempo que los veraneantes occidentales en el extranjero son objetivos terroristas. Ya en 1997, yihadistas egipcios protagonizaron el sangriento atentado de Luxor. Pero los turistas nunca fueron el principal destino de la violencia. En la actualidad, parece que sí. Quien conducía la furgoneta sobre la acera de La Rambla, una de las zonas turísticas más concurridas del mundo, estaba tratando de matar a turistas extranjeros.   

Las autoridades españolas eran conscientes de las amenazas y trataron de reforzar la seguridad en los lugares públicos en Navidad. Un plan para conducir un camión contra peatones fue desmantelado en noviembre. Se evaluó colocar bolardos, bloques de cemento y otros tipos de defensas. Los servicios de inteligencia aumentaron la recogida de información.

Pero poco se puede hacer contra un ataque de este tipo en una ciudad portuaria y mediterránea tan concurrida. La tercera lección es esa: una buena vigilancia policial puede mantener segura a la gente solo por un tiempo. 

En parte gracias a su experiencia combatiendo a los yihadistas en los noventa, los servicios de inteligencia franceses estuvieron muy por delante de sus homólogos británicos y estadounidenses durante unos diez años. Pero con pocos recursos y debilitados por el escaso intercambio de información a nivel nacional y europeo, los espías franceses tuvieron muchos problemas para contener la amenaza ya desde 2012. Estaban muy mal preparados cuando el EI lanzó en 2014 la ofensiva contra Francia desde sus enclaves recién ganados en Siria y en Irak. 

Lo mismo puede decirse de los servicios españoles, con una gran reputación por su profesionalidad en el mundo antiterrorista. Tras los ataques de 2004, España invirtió grandes cantidades en agencias de inteligencia y desarrolló una capacidad formidable para reunir información y actuar a partir de ella. Esto ha mantenido al país a salvo del terrorismo islamista durante 13 años. En 2008 se lograron frustrar tramas importantes. El año pasado, España desbarató al menos 10 planes diferentes. Este año han sido descubiertas dos redes más, de las cuales al menos una tiene vínculos con atacantes dirigidos por el EI en otras partes de Europa.

Como descubrieron este año los británicos, el hecho de que no haya ataques exitosos no implica que no haya radicalismo islamista. La dura lección final es que en algún momento algo, o alguien, conseguirá lo que quiere.

Traducción de Francisco de Zárate

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