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The Guardian en español

¿Por qué los progresistas animan a un Trump belicista?

Trump anuncia reuniones con inteligencia de EE.UU. para evaluar ataques rusos

Owen Jones

Ya sabemos lo que se necesita para que un demagogo fanático y descontrolado se gane los aplausos de los progresistas: saltarse una constitución para disparar unos cuantos misiles. Parecía que había consenso en el ala anti Trump: este hombre era una amenaza para la democracia estadounidense y la paz mundial. Los ecos de los líderes fascistas de los años 30 eran aterradores. “Esta república está en grave peligro”, señaló el escritor conservador Andrew Sullivan en la víspera del triunfo de Trump. Que este megalómano antigua estrella de reality de televisión, antimusulmán y al que le gusta “coger coños” controlase el arsenal militar más letal del mundo era espeluznante. La oposición sería intransigente, un reflejo de la intransigencia republicana a la que se enfrentó Barack Obama desde el primer día.

Se han necesitado menos de tres meses para acabar con esas ilusiones. Un hombre calificado ampliamente de protofascista solo ha necesitado soltar unas cuantas bombas sin respetar el debido proceso.

Observemos lo que se dice ahora de Trump, que ha conseguido meterse a la prensa en el bolsillo. La misma prensa a la que denunció de mentirosa y “enemiga del pueblo”. “Creo que Trump se ha convertido en presidente de Estados Unidos”, afirmó con admiración el analista de la CNN Fareed Zakaria. Trump “reaccionó instintivamente a las imágenes de la muerte de menores inocentes en Siria”, señaló Mark Landler en the New York Times. El título original del artículo —¿mejorado después?— era: 'En el ataque a Siria, el corazón de Trump fue lo primero'.

Así que el hombre que una vez presumió ante un público desafiante que les diría a la cara a los refugiados sirios de cinco años que EEUU no les ofrecería seguridad, ahora le mueve su corazón. Verdaderamente emocionante. Las “dimensiones morales del liderazgo” han entrado en el Despacho Oval de Trump, declaró David Ignatius, de the Washington Post. El periodista de MSNBC Brian Williams utilizó tres veces en un espacio de 30 segundos la palabra “precioso” para describir el ataque con misiles.

En Reino Unido, tanto los columnistas progresistas como conservadores y los políticos tories, liberal demócratas y laboristas aplaudieron el ataque. Ahora parece que Trump está demostrando liderazgo. El liderazgo lo demuestra un hombre ampliamente temido –por ser a) inestable, b) demagogo y c) autoritario– lanzando bombas en contra del proceso democrático de su país. Por otro lado, Jeremy Corbyn, del Partido Laborista, está siendo criticado por preguntarse si una aventura militar liderada por Trump tendrá éxito cuando todas las otras aventuras militares en Oriente Medio han fracasado.

Aquellos que critican el ataque unilateral en Siria son tildados de insensibles ante el ataque químico a niños pequeños, exactamente igual que los que se oponían a la guerra en Irak y Libia eran demonizados por quedar indiferentes ante los asesinados, torturados y perseguidos por Sadam Husein y Muamar Gadafi. Seamos claros. La muerte indescriptible de esos niños gaseados es un crimen despreciable. El presidente Asad es un tirano empapado de sangre que ha masacrado a miles de sirios con sus bombas de barril y se merece pasar sus últimos días pudriéndose en una celda. Vladimir Putin también está cubierto de sangre tanto de niños sirios como de chechenos. Si realmente pensase que Donald Trump es el salvador de los niños sirios, entonces reconsideraría mi posición.

La historia de las intervenciones militares de Occidente en el mundo árabe es un fracaso sangriento. ¿Te acuerdas de Libia y cómo aquella vez las cosas iban a ser diferentes antes de que el país cayese en una espiral de violencia a manos de milicias islamistas? Aquellos que aplauden esta última intervención afirman, implícitamente o no, que esta vez también será diferente. ¿Y quién parece que romperá la tendencia de las sangrientas y fracasadas intervenciones militares de Estados Unidos en el mundo árabe? Trump.

Estos son dos posibles resultados del ataque de Trump. Uno, fue algo puramente simbólico. Esto, actualmente, parece lo más probable. Su administración avisó a los rusos, que a su vez avisaron a las fuerzas de Asad. Las bajas militares sirias fueron mínimas y los bombardeos aéreos desde la base atacada ya se han reanudado. En este caso fue un tirón de orejas insignificante diseñado principalmente para una audiencia doméstica estadounidense en un momento en el que el presidente tiene una desastrosa popularidad en las encuestas. La otra opción es que este ataque señale el comienzo de una mayor escalada en la participación estadounidense en la incurable guerra civil siria. Esto significaría confiar en Trump para liderar una mayor participación militar en una guerra que ya ha dejado cientos de miles de vidas. ¿Qué opción es mejor?

Trump lo ha hecho bien pero no tiene estrategia, afirman algunos analistas progresistas. En Siria, eso es verdad; no tiene estrategia. Pero no pensemos que un hombre capaz de vencer tanto a la maquinaria del Partido Republicano como la del Demócrata carece de estrategia. Ha demostrado ser un experto en ganar poder y ahora lo amasará con la ayuda de su aplaudida excursión militar.

Ahora Trump está envalentonado. Los expertos le aplauden, sus críticos le han elogiado y es prácticamente seguro que su pésimo índice de popularidad suba. A esta ofensiva probablemente le seguirán nuevas acciones militares —de un hombre que ha presumido en varias ocasiones de no respetar las leyes de la guerra—. En esta ocasión se ha saltado la constitución y será elogiado por ello, ¿por qué no hacerlo también la próxima vez? Y si llega la guerra contra Corea del Norte, ¿qué harán los expertos progresistas? Algunos le volverán a animar. “¿Dónde está tu compasión por el sufrimiento de Corea del Norte?”, dirán para acallar a la oposición, igual que pasó en Irak y Libia. Tuvimos los demócratas de Ronald Reagan y ahora emergen los Trump-progresistas. Otros dirán, no, apoyamos el bombardeo de Siria, pero esta nueva guerra es diferente, esto es demasiado.

Demasiado tarde. Habrán legitimado una intervención militar extraconstitucional. Su subsiguiente oposición será tan patética como hipócrita. Un hombre que defiende la tortura y que reprocha a sus predecesores por no robar el petróleo de Siria e Irak está en proceso de legitimación por los expertos progresistas como un hombre de compasión y fuerza con la resolución que aparentemente le faltaba a Obama.

Puede que entonces nazca una presidencia militar en tiempo de guerra aclamada por algunos progresistas que en su momento condenaron a Trump como un posible Mussolini estadounidense. Vale, bien: fue la Italia progresista la que, al fin y al cabo, le entregó las llaves a Mussolini. La historia demuestra que la guerra presenta la oportunidad ideal a los autoritarios para amasar, consolidar y concentrar poder. En un momento de crisis nacional, la oposición puede ser más fácilmente tachada de traición; el chovinismo barre el país, disparando la popularidad del gobernante; los críticos ceden; y las normas constitucionales pueden ignorarse.

Lo que ha pasado en Siria no se puede separar de lo que está pasando en Irak y Yemen. En Mosul, al menos 150 civiles murieron en un bombardeo de Trump —uno de los ataques más mortíferos de EEUU en el país desde la calamitosa invasión de 2003—. Esos son más muertos que en el ataque con gas en Jan Shijún, a pesar de que las armas estadounidenses que los masacraron fuesen legales.

Un ataque aéreo estadounidense mató a decenas de personas en una escuela el mes pasado en Siria. Los nuevos apologistas de Trump no lloraron a las víctimas, tampoco a los 30 civiles muertos en la fracasada operación de enero en Yemen, con niños entre ellos. También hay menores en Yemen, saben, y están siendo masacrados por los aviones saudíes apoyados por EEUU y Reino Unido. Los apologistas progresistas de Trump no llorarán por ellos y ni siquiera reconocerán su existencia: aparentemente son personas invisibles y no niños abrazando ositos de peluche mientras les llueven las bombas de Occidente.

Qué inocentes éramos algunos. Pensamos: sí, algunos de esos progresistas animaban a George W Bush cuando lanzaba una invasión sobre Irak que sumió al país —y a la región— en sangre y caos. Pero aprendieron la lección, ¿verdad? Quiero decir, en comparación, Trump casi hace que un Bush con las manos manchadas de sangre parezca modelo de decencia. Seguro que no legitimarán su maquinaria de guerra demasiado y encima le alabarán.

Una de las principales críticas a Trump era que es inestable, impulsivo, con instintos autoritarios y que ignoraría las normas constitucionales. Esto ha demostrado ser cierto y encima sus antiguos detractores le han aplaudido por ello, animándole a ir más allá. Sin embargo, “No soy fan de Trump, pero...” se convertirá en el grito de batalla de sus antiguos detractores. Aun así, los niños en Siria seguirán muriendo, igual que lo harán en Yemen, Irak y en otros lugares. La historia preguntará: ¿Cómo se convirtió este señor en presidente? ¿Y cómo mantuvo el poder cuando lo hizo? No busques más, la respuesta está en la frágil, débil y patética 'oposición' progresista. Estados Unidos se merece algo mejor, y también el mundo.

Traducido por Javier Biosca Azcoiti

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