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Chilcot, Irak, Franco y la calidad de la democracia

Víctor Práxedes Saavedra

Departamento Jurídico. Fundación Internacional Baltasar Garzón —

Todavía está caliente el informe del Iraq Inquiry, conocido también como “Informe Chilcot”, en el que, tras siete años de extensa investigación, se detalla y valora la participación del Reino Unido en la preparación, ejecución y gestión de los efectos de la guerra “de Iraq” de 2003. Operación capitaneada por los líderes de los ejecutivos de dicho país, Estados Unidos y España. Las conclusiones ya las conocíamos: las acciones militares no estaban justificadas, las razones dadas resultaron falsas, la gestión previa, incluidos los debates entre los artífices, más que cuestionable, la comunidad internacional fue ignorada y sus instituciones despreciadas. La situación para los iraquíes (que sobrevivieron) no mejoró, la inestabilidad de la región se incrementó y miles de vidas humanas se perdieron por el camino.

No quiero entrar aquí en más profundidad en el contenido del informe. En cuanto a la necesidad de una acción similar en nuestro país, sí entiendo que es necesario aclarar en qué términos participó España en el diseño, ejecución y postguerra. Pero la cuestión de fondo es que dicha ausencia no es sino otra manifestación de algo más importante. Es síntoma de una enfermedad más profunda. Lo que subyace a esto es mala calidad de nuestra democracia.

La pregunta resulta fácil. ¿Es España una buena democracia y los españoles consistentes con ello? Este último punto responde a la intención de centrar la pregunta en nosotros, ciudadanos, no en políticos, ni partidos y organizaciones. Escapemos de la alienación de nuestra responsabilidad a través de la demonización de aquellos. ¿Pero no lo hacen mal? Eso sólo les hace “co-rresponsables”.

Evidentemente no voy a convalidar la soberbia, el mesianismo o paternalismo que se pueden encontrar tras un “yo actuaba por el interés de España”… Aunque fuera en contra del deseo manifiesto de sus ciudadanos, añadiría yo. Hay políticos que mienten, los hay que aprovechan su posición para interés propio, otros traicionan su programa o su agrupación, como en cualquier grupo social. Si bien con el agravante de que un político se dice y debería trabajar por el interés de todo el país.

Me interesa la calidad de la democracia y si nos importa a los ciudadanos, si invertimos en ella la misma energía que en otras cuestiones comunes como el deporte o “la unidad de España”. La democracia no debe ser exclusivamente acudir a votar, al igual que tocar el piano no es presionar unas teclas. ¿Qué indicadores muestran una buena calidad democrática? Me voy a centrar en tres de los muchos existentes.

1) Querido lector, cuando votaste hace menos de un mes ¿qué votaste? Qué políticas, cómo afectan a tu vida, a la de tu prójimo. Ese es el primer indicador, la información. Pero no la que se nos niega desde la política profesional, acostumbrada ya al paternalismo y a los cálculos de mercadotecnia electoral. Es su obligación proveernos de datos comprensibles; los medios de comunicación, coadyuvar de modo honesto. Pero es la nuestra hacer todo lo posible por cubrir sus omisiones y negligencias. La tecnología ayuda.

2) Y ante una irregularidad o incumplimiento ¿qué haces? La responsabilidad es un segundo indicador. Una vez más, en términos ideales, sería el propio actor político el que habría de separarse de su función y dimitir. Si no se asume voluntariamente, es a la ciudadanía a la que corresponde conocer y utilizar los mecanismos de exigencia de responsabilidad política.

3) El último indicador al que me refiero es la solidaridad entre los miembros de la comunidad política. La exigencia de igualdad y la utilización responsable de los recursos públicos son sus manifestaciones más importantes. No podemos escapar de la autocrítica en esta cuestión: impunidad de la corrupción, ensalzamiento de la picaresca… ¿Quién no ha escuchado aquel “hay que controlar las prestaciones por desempleo porque yo conozco a uno que no quiere trabajar…?”

La existencia del Iraq Inquiry o la promoción de una comisión de la verdad en Túnez me producen desazón ante la falta de información del papel de España en Irak o la ausencia de reconocimiento y verdad de nuestro Franquismo, ante el olvido al que enviamos a las victimas de uno y otro caso. Querido lector, la calidad de nuestra democracia es muy mejorable. Y frágil. Deudora de un proceso de transformación marcado por la necesidad de estabilidad. Marcada por la muerte en la cama del dictador y la mutación en forma de algunas de las élites del régimen. No en vano, 40 años después todavía hay voces que claman la insuficiencia de la Transición y piden una segunda.

Con todo, quiero proponer tres actitudes, tres medidas que podemos todos tomar para mejorar nuestra democracia: valentía, no dejándose atemorizar ante las manifestaciones que intentan infundir miedo desde los ambientes políticos y de algunos medios; posición activa, utilizando los mecanismos de responsabilidad que nos brinda la democracia; autocrítica, aceptando la adultez política, las responsabilidades personales que conllevan.

Pasar por los procesos políticos señalando a otro como culpable, olvidando que es cosa de todos y esperando en el sillón a que nos den la comida masticada es pueril. La diferencia entre la niñez y la etapa adulta se aplica también a esta materia ¿Qué tipo de democracia quieres y qué haces por conseguirla? La democracia es un deporte de equipo.

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