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¿En Madrid se enteran?

El presidente de la Generalitat, Artur Mas(C), acompañado de los líderes de ERC Oriol Junqueras(2ºd) Joan Herrera (d) de ICV; la vicepresidenta y el portavoz del Govern, Joana Ortega (2ºiz) y Francesc Homs (i), respectivamente; en el Palau de la Generalitat. / Europa Press

Francesc De Carreras

Desde el pasado 11 de septiembre la política catalana está centrada únicamente en la posibilidad de una futura independencia. La Generalitat está en quiebra técnica y sin los presupuestos aprobados, el Govern no tiene mayoría parlamentaria suficiente para llevar a cabo sus políticas, el partido que gobierna tiene la sede embargada por un caso de corrupción y el secretario general está de facto inactivo por estar imputado en otro caso del mismo género: todo esto no parece tener importancia porque sólo interesa un tema, el monotema, la independencia de Cataluña.

En un principio, esta obsesión parecía ser una mera cuestión de las elites políticas: partidos, medios de comunicación, asociaciones nacionalistas. La calle, la gente común, parecía estar preocupada por otros problemas, los que más le afectaban, el paro y la crisis. Pero la hiperactividad del mundo independentista, el apoyo que recibe de los poderes catalanes, tanto políticos como mediáticos, está reforzando la ola independentista mes a mes, día a día. Cualquier tertulia de radio o televisión, a la hora que sea, sólo habla del monotema y, por supuesto, siempre en la misma dirección. El bombardeo mediático, a la media y a la larga, siempre acaba calando en la opinión pública.

¿Se enteran de todo esto en Madrid? No parece. Tengo la impresión de que en Madrid, es decir, en las elites políticas españolas, no se interpretó bien el resultado de las pasadas elecciones catalanas. Con el fracaso de Artur Mas se quedaron confiados: la independencia ha perdido fuerza. CiU volverá al redil de siempre, se conformará con alguna competencia más —ya quedan pocas— y alcanzaremos un pacto financiero aceptable. No entendieron que las elecciones habían cambiado el escenario político de Cataluña.

El pujolismo duró desde 1980 a 2003 y se le tenía tomada la medida: nacionalismo en Cataluña y partido bisagra en España. En Madrid creían que todo estaba controlado. No se daban cuenta de que ambos factores tenían una meta: ir construyendo poco a poco, pieza a pieza, la realidad actual. Por esto nunca quiso Jordi Pujol tener un ministro en el gobierno de Madrid: había que preservar la virginidad política ante el futuro. Pujol no ha sido nunca un Cambó (Roca, y ahora Duran, sí lo son), ni tampoco un Macià o un Companys. Su estrategia es algo nuevo y distinto a la de estos líderes históricos.

La estrategia no confesada de Pujol consistió en moldear pacientemente la sociedad (fer país) y, a la vez, con la autonomía como instrumento, ir construyendo sigilosamente un Estado (catalán) dentro del Estado (español) para dar un salto cualitativo cuando fuera posible. Ahora ha llegado el momento. España está económicamente débil, con un malestar social palpable y un desprestigio institucional generalizado. Del «España nos roba» hemos pasado al «España no nos sirve». Además, el 300 aniversario de la caída de Barcelona en la guerra de Sucesión, añade la épica histórica necesaria. Consecuencia: no hay que dejar pasar la ocasión, es el momento adecuado, quizás no habrá otro en muchos años. Emocionalmente, el nacionalismo catalán, hoy mayoritariamente independentista, está ganando la partida.

Ciertamente, CiU no controla la presente situación, con lo cual se agrava el problema. Convergència está dividida entre independentistas y no independentistas, Unió también. Sólo ERC parece sólida y da un mensaje claro.

Pujol era el líder de todo el nacionalismo, Mas está siendo arrastrado por la corriente. Y cada vez son más importantes las entidades sociales (Òmnium, Assemblea Nacional Catalana) que gozan de relativa autonomía. El concierto a favor de la independencia que tuvo lugar en el estadio del Barça no sólo fue un acto de propaganda sino, especialmente, una advertencia a Artur Mas: te comprometiste a celebrar un referéndum en 2014, dentro o fuera de la legalidad, y esperemos que no nos traiciones.

Madrid ya no tiene interlocutor único en Cataluña porque son varios los focos de poder que se miran de reojo para acusar al otro de deslealtad si se desvía un poco del camino trazado. CiU, prisionera de ERC, no tiene posible marcha atrás. Éste es otro dato importante de la nueva situación.

A todas estas, ¿qué hace Madrid? El Gobierno del PP se limita a interponer recursos judiciales y al wait and see, «esperar y ver». Confía en que esto se arregle por las contradicciones internas de los catalanes y piensa que entrometerse es peor. Por eso no hace nada. El PSOE propone una reforma del Estado de las autonomías para convencer a los independentistas que desistan de sus propósitos. Pura ingenuidad. En resumen: Madrid no se entera.

La ola independentista avanza. Sentimentalmente está ganando, racionalmente perdería. Pero ya se sabe que cuando llegas a convencer a mucha gente que todo el mundo piensa lo mismo, estás creando un ambiente de falsa unanimidad que incluso arrastra a los no convencidos. Antes de llegar ahí, ¿qué se puede hacer? Contrarrestar lo emocional con lo racional, que las ideas ganen a las creencias y, una vez conseguido, preguntar a los catalanes.

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