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Al eurogrupo le repatean los referéndums

Rosa Paz

Hay que ver que poco les gusta a los líderes europeos que se consulte a los ciudadanos sobre las decisiones que afectan directamente a sus sueldos, sus impuestos y sus pensiones. Al menos, lo poco que les gusta que se les pregunte a los ciudadanos griegos. Se ponen como locos cada vez que a un primer ministro de ese país se le ocurre la idea de convocar un referéndum para decidir sobre el empecinamiento de los acreedores en hacer recaer sobre los más débiles el peso de una deuda que generaron otros.

No hay más que ver como están ahora de irritados con Alexis Tsipras y recordar lo que le ocurrió en 2011 al entonces primer ministro, Yorgos Papandreu, al que no solo no le dejaron hacer la consulta sino que le forzaron a dimitir —pese a que su partido, el Pasok, tenía mayoría absoluta— para poner al frente del gobierno al tecnócrata Lukas Papadimos. Fue en esos meses en que la moda en Berlin, Bruselas y Francfort era colocar amiguetes tecnócratas al frente de algunos países del sur —Mario Monti en Italia— que tampoco arreglaron nada. Después de aquella experiencia, el Pasok ha acabado por ser residual en la política griega, y el Movimiento 5 Estrellas tuvo un gran resultado en Italia, por citar dos ejemplos.

Entonces desde la troika, ahora conocida como “las instituciones”, es decir, el Fondo Monetario Internacional, la Comisión Europea y el Banco Central Europeo, más el gobierno alemán, claro, se argumentó que si en Grecia se sometía a referéndum el austericidio a lo mejor los griegos decidían marcharse de un club tan inclemente. Ese Grexit con el que la extroika amenaza ahora. Y pensaron que esa idea podía ser contagiosa. La de convocar referéndums, no la de irse. Francisco Fernández Ordóñez, el que fuera ministro de Asuntos Exteriores de Felipe González, solía decir que “fuera de la Unión Europea hace mucho frío”. Y aunque ahora el invierno social se cuela sigiloso en la zona euro a través del ardiente sur, no parece que haya una mayoría de ciudadanos que prefieran abandonar.

Ahora es el eurogrupo el que habla de un plan B, de un escenario en el que Grecia saldría de la unión monetaria si el primer ministro griego, Alexis Tsipras, mantiene su intención de convocar el referéndum para que sus conciudadanos expresen su opinión sobre las nuevas imposiciones, que no son más una vuelta de tuerca de las de siempre, recortar pensiones o eliminar en 2 años el complemento de solidaridad que reciben los pensionistas más pobres. Y eso que hace un par de años los economistas del FMI entonaron una suerte de mea culpa al admitir que sus recetas habían causado un sufrimiento extremo en la población helena. Se ve que no hubo arrepentimiento.

También ahora se habla del riesgo de contagio. Esta vez dicen que si se suavizan las exigencias del pago de la deuda a Grecia, Portugal, Italia y España se pondrían a la cola de los pedigüeños de la flexibilización. Así que a la extroika le parece mejor la rigidez inquebrantable y prefiere agitar la amenaza de expulsión, aunque hay una cierta coincidencia entre los expertos en que no sería bueno para el euro que Grecia se fuera. Y los acreedores se quedarían igualmente sin cobrar la deuda. Da la sensación, sin embargo, de que prefieren correr ese riesgo antes que dejar que los ciudadanos decidan.

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