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Habrá que tirar de la cadena

El juez Pablo Ruz. / Efe

Maruja Torres

Resulta difícil imaginar, y eso que tenemos una amplia panoplia en donde elegir, un corto período de tiempo más repugnante que el que nos ha tocado vivir  en las últimas jornadas, desde el puente de la Purísima Constitución hasta el Día Mundial de los Derechos Humanos permanentemente violados, que celebramos este miércoles. Apesta la España oficial, y apesta hacia abajo, y sobre todo nos asquea la sospecha de que el hedor puede recrudecerse y convertirse en algo mucho más retorcido que un pestazo o que una epidemia. Sospechamos que puede llegar, esta sarna moral, a formar parte de nuestro cuerpo, como una descomposición de la carne que nunca cicatrizara, o un sarpullido vergonzante en la piel que no dejara de reproducirse, o un servil tullimiento de la columna que nos vertebra, o un insistente anublado del trigémino que confundiría algunas de nuestras percepciones para siempre.

Da asco y da miedo saber que en este país hemos tolerado entre todos que una infanta se halle tan indefensa, con su apartamento en Suiza pagado por La Caixa y su despacho-escaparate-falso empleo puesto por una fundación que debería abandonar el meninazgo para dedicarse sólo a la restauración de obras de arte islámico, que es lo suyo. Tan indefensa ella, decía, que han tenido que salir un fiscal y lo que cuelga para que la pobre víctima del amor es ciego pueda ser rescatada de situación tan penosa.

Lo más estremecedor, pese a que pertenece a la misma cepa –la de la inmunidad de los unos, muñida por los otros para escarnio de los casi todos–, es el descabello del juez Ruz, por estoque perpetrado por las manos, adornadas con puñetas, que mecen el cadalso que el Gobierno aplica a sus necesidades. Lo más reaccionario y obsecuente del Poder Judicial, y en esto incluyo a la vocal del PSOE, que sus razones tendrá –a saber de la inquina, de las envidias, de las viejas historias y de las frustraciones que amaga su decisión–, como en su día las tuvo la muy progresista Margarita Robles, del mismo partido, o lo que de él quede, para cristalizar sus rencores en una patada a Garzón que recibimos directamente los españoles. La defenestración del juez estrella se debió también a una interpretación literal de la ley. Por las escuchas en prisión, ¿os acordáis? Produce especial escándalo pensar en ello hoy, cuando el Ministerio del Interior ha aprobado escuchar a quien le salga de las narices, sin control legal y sin que el muy probo Consejo General del Poder Judicial haya movido una ceja.

No desplazan ni un pelo los magistrados que han decidido sacar a concurso la plaza de Ruz, ni lo hacen ante el tremendo despilfarro que supone anular de un plumazo las horas, el trabajo, las investigaciones llevadas a cabo por el juez, ni el dinero que ese esfuerzo nos ha costado al erario público. Alegría, alegría, empezar de nuevo, esto es Navidad, compartamos, como en el anuncio de lotería, paguemos entre todos la afrenta.

Pero compartir la vergüenza no mengua el bochorno, y haber predicho que esto iba a pasar tampoco nos despoja de esta sensación de repugnancia, de esta iniquidad que nos persigue durante el día como una pegajosa sombra y que se acuesta en la alfombrilla, dispuesta a carcajearse, en cuanto despertemos, de nuestra capacidad para aguantar los golpes.

Y entre tanto, durante el puente, el otro en guayabera –espectáculo dantesco donde los haya–, mancillando el color blanco y feliz, un golfo oficuial satisfecho entre los otros impunes de las tierras latinoamericanas, y vamos a contar mentiras que esto es Jauja, damas y caballeros, tralará.

Ganas de echarlos, hasta cuando me siento en el wáter. Sobre todo, en el wáter. Darle al tapón del depósito, y agua va. Tirar de la cadena, que decíamos en años antiguos.

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