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Opinión - El pueblo es quien más ordena todavía. Por Rosa María Artal

¿Qué fue antes, el tuit o la violencia real?

Una herramienta para identificar las broncas en Twitter / EFE

Rosa María Artal

“Que los padres hubieran venido antes a por su hijo y no por su cadáver”. Daniel Velilla, PP, Consejero de Bienestar Social de Melilla, hizo estas declaraciones en rueda de prensa, en vivo y en directo. Se refería a uno de los dos adolescentes marroquíes muertos mientras estaban bajo su tutela en un centro asistencial. Antonio Nogales, IU, alcalde de Pedrera, Sevilla, declara fuera de sí ante graves incidentes raciales en su municipio: “A mí me gustaría ver a gente fusilada”. Delante de un micrófono y una cámara. El País titula a cuatro columnas en portada: Puigdemont exige violar otra vez la ley para ser investido. En papel físico, del que se puede tocar. Es la vida real.

Todo esto y mucho más sucedía cuando salió una sentencia de cárcel para una mujer por desear en un tuit que Inés Arrimadas fuera víctima de una violación en grupo. Ocurrió el 3 de Septiembre, la líder de Ciudadanos en Cataluña la denunció y ya está resuelto el caso. No he dejado de darle vueltas en mi cabeza: una condena a prisión por “desear” un mal y hacerlo público. Fue un tuit horrible, nadie lo discute, su autora lo ha pagado con una dureza extrema. La despidieron ipso facto del trabajo, su nombre ha quedado grabado para su futuro laboral, tiene que hacer un curso para aceptar a quienes tienen ideas distintas y cuidarse de la mínima infracción para no ir al calabozo. Leí algo de ella, sus problemas venían de antes.

En tuits, acompañados de ilustración gráfica impactante en ocasiones, han proferido gravísimas amenazas –incluso de muerte- a periodistas como Cristina Fallarás o Ana Pastor o juristas como Victoria Rosell. La lista es tan larga que no cabe en un artículo. De los tuits seriamente ofensivos pueden dar cuenta, podemos dar cuenta, un gran número de periodistas y no periodistas. No ha ocurrido nada, ni investigaciones, ni condenas, dudo que siquiera se les haya cerrado la cuenta de Twitter.

Las graves intimidaciones a la entonces diputada de la CUP, Anna Gabriel, no fueron ni virtuales. Aparecieron numerosas pintadas en el mismo recinto donde iba a dar una conferencia por la tarde. La Facultad de Historia de la Universidad de Valencia. Aludían a un tiro para ella. Por cierto, Inés Arrimadas, preguntada en Al Rojo Vivo de La Sexta, dijo condenar las amenazas aunque añadió un fatídico “¿Qué esperaba?”, al parecer era lógico esperar algo así tras las actividades de un grupo juvenil de su formación, ni siquiera de ella. Ese día se definió, al menos para mí. Y el retrato se atragantaba.

Hay que dejar constancia de la abismal diferencia de trato a las agredidas, a los agredidos. Mediático y judicial. Hasta agresiones a botellazos a cargos públicos entran en el limbo si son a personas incómodas al sistema. O si los autores pertenecen al grupo del mucho españoles con bandera. Pero no debemos quedarnos solo en esa flagrante diferencia que lastra nuestra maltrecha democracia, hay que ir al quid de la cuestión: el alucinante cerco al tuit como la gran amenaza de nuestros días, convertido en enemigo público.

La caza del tuit como prioridad

Las redacciones añorantes de la máquina de escribir viven bajo el síndrome de los ejércitos de tuiteros que dañan la que fuera su preciada estabilidad al margen de la crítica. Personajes públicos se despiden de la red con altavoces y banda de música por lo mismo. Otros se van hartos de ultrajes sin dar un ruido. Y, lo que es mucho peor, poderes del Estado con capacidad inculpatoria y sancionadora enfocan la persecución del tuit como asunto prioritario para la Seguridad.

Los tenemos a todos. A Cospedal, desde Defensa, fijando las supuestas noticias falsas en la Red en los protocolos. A Zoido, el inefable ministro de Interior, advirtiendo que el simple RT de un tuit puede ser un delito de terrorismo. En el saco legal que se mercaron PP, PSOE y Ciudadanos en el que cabe más que el terrorismo. Cabe la represión y la censura, cabe el castigo a la disidencia política. No busquen la raíz del odio en Twitter porque está en la vida real. Es pura desfachatez circunscribir a las Redes sociales las noticias falsas y los insultos desde poderes especializados en mentir, en diferido y en directo, o en declaraciones incendiarias, o en acciones que dañan. Repasen lo que han soltado por sus bocas desde Rafael Hernando a Pablo Casado, pasando por una extensa lista, y encontrarán odio y siembra de odio sin freno.

La prensa convencional que abomina de la falta de rigor de las redes sociales se presenta a diario como lo ha hecho este viernes sin ir más lejos: “La apostasía de Forn, los Jordis y Forcadell aísla a Puigdemont en la vía unilateral”, titula El Español, a modo de Gaceta de la Inquisición. Y en sintonía con las portadas de la prensa de papel editada en Madrid que parecen sentirse vencedores de la Cruzada contra el infiel catalán: Se retractan, reniegan, desbandada...

Lo penado es el tuit. La policía nacional ha informado en Twitter, precisamente, de la detención de un hombre por injurias y calumnias contra la Corona y el fallecido Fiscal José Manuel Maza en Internet. Afirman, según ABC, que el arrestado utilizaba las redes sociales para publicar graves amenazas a responsables de las Instituciones del Estado e incitar al odio y acosar a agentes de la Policía Nacional.

La violencia y el odio están en la vida real

Cuesta creer que se pene con cárcel en la España de hoy hasta el deseo, por muy salvaje que este sea, cuando hay tanta violencia real que atajar. Y no solo, no solo, por procedimientos coercitivos. La violencia, el odio, el malestar, los más bajos instintos, están en la sociedad. Y en período de crecimiento, se palpa su ascenso. Habría que preguntarse por qué. Y cuánto los condiciona la injusticia, la desigualdad, el abandono, y las incitaciones desde las instancias provocadoras oficiales.

Twitter, es cierto, nos ha mostrado que existen seres bípedos que parecen de la especie humana aunque con unas carencias cognitivas muy graves. Incapaces de entender incluso lo que leen o de relacionar hechos con consecuencias. Desparraman sus insultos en la Red, como autónomos o por cuenta ajena. Tenemos constancia –por investigaciones judiciales- de campañas de desprestigio pagadas incluso con dinero público por el PP de Madrid o por la que fuera alcaldesa de Alicante, Sonia Castedo, PP también.

En Twitter todo está bajo sospecha; en los medios de derechas, nada.

Aquí y ahora, depende de quién agrede y de quien es la víctima y del medio que se utilice. En Twitter todo está bajo sospecha; en los medios de derechas, nada. La impunidad es total si un comunicador ultra amenaza a alguien de izquierda. Va para dos años que Federico Jiménez Losantos confesó por las ondas que miembros de Podemos “le suscitaban odio”. Es verlos y le “sale el agro” y “si lleva la lupara, dispara”. Lupara, una escopeta siciliana. Nada hizo la Administración de justicia y nunca oirán a sus colegas políticos y mediáticos mencionarlo siquiera.

Hay varios más de similar corte. Operan desde publicaciones que rebasan la prensa amarilla para entrar en un subgénero dedicado a divulgar falsedades con intencionalidad política y de lucro personal. Hay medios, televisiones de la TDT y en particular 13TV propiedad de la Conferencia Episcopal, que son fábricas de odio netas, destinadas a despedazar al que ven como contrincante sin pararse ante nada. Han provocado protestas de curas católicos. El círculo de tertulianos especializados en estas prácticas rotan en sus medios, televisión, prensa, radio, prodigando su veneno.

Tengo experiencia personal como víctima de estas campañas. En algún momento fueron miles y miles de tuits insultantes, manipulados, troceados, recompuestos, inventados. En sintonía con lo que emitía la caverna mediática como tal. Los amigos llegan a preocuparse de cómo puede una periodista responsable sufrir semejante trasmutación en un ser delirante de la noche a la mañana. La imagen se resiente. Basta saber la escoria de la que emana, sin asomo de credibilidad, pero todavía hay gente que cree en lo que ve escrito o sale en la tele.

El auténtico daño lo hace ese clima. Deberían existir colegios profesionales o asociaciones de la prensa con altas miras para evidenciar la falta de deontología profesional de quien miente y difama, y por interés. A los periodistas que compran indicios sin buscar la verdad yo les sitúo en el apartado de cantamañanas nefastos a obviar. A los tuiteros se les silencia o bloquea, mejor sería cerrarles la cuenta, pero Twitter es muy selectiva con esta medida. Pensar en cárcel son palabras mayores. Hay que ser muy cuidadoso con lo que es delito y no lo es. El delito de odio se pensó para proteger a las minorías, no como instrumento indiscriminado del poder. Para proteger a una pareja de homosexuales a los que agredieron al grito de “maricones” sin que, mira por dónde, la jueza haya visto delito de odio.

Vivimos tiempos tenebrosos. Al cesado vicepresidente de la Generalitat, Oriol Junqueras, le mantienen en prisión preventiva como culpable –sin juicio siquiera- de la violencia policial en la manifestación del 1-O, de la reacción que provocó en las fuerzas de seguridad la convocatoria del referéndum. Lo relataba aquí el catedrático Pérez Royo sin que haya movido ninguna reacción. Este viernes el magistrado del Supremo le ha negado -y también a Sánchez y Forn- asistir a los plenos. Si hemos llegado a esto ¿qué más nos queda por ver? La libertad de expresión ya se ha visto reducida por las leyes vigentes y avanzan a extremos de establecer una policía del pensamiento, si no existe ya.

Da la sensación de que -con un tropel de ladrones, corruptos y delincuentes de variada etiología- el gobierno detrae recursos para vigilar a los tuiteros que escriben cosas molestas. Si no fuera tan grave, podría parecer un chiste. Da la sensación de que según en que lado ideológico te sitúe tu conciencia, tienes las de perder o las de ganar en carroza alada. Un indignación sorda se va extendiendo. Hay gente muy harta de ver a delincuentes convictos “de rositas”, rigores extremos por mucho menos motivo, y una sensación de libertad vigilada en el ambiente.

Preocúpense por quienes realmente siembran odio y daño a la convivencia. Por quienes amordazan y se aprovechan cuando se ven dueños de los instrumentos del Estado de Derecho y para el Estado de Derecho. La violencia está en la vida real, Twitter es un pálido reflejo. Preocúpense de lo que siembran.

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