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Periodistas muertos

30 de abril de 2024, Gaza, Palestina: Colegas del periodista mártir Salem Abu Tayour lo llevan en medio del patio del Hospital de los Mártires de Al-Aqsa en Deir al-Balah
15 de noviembre de 2025 22:25 h

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Lo que más me impresionó cuando visité el Museo del Holocausto en Jerusalén fue la Sala de los Nombres, que despide al visitante antes de abandonar ese templo de la memoria, construido dentro del monte del Recuerdo desde el que se divisa la Ciudad Santa. Te adentras en un espacio bajo las entrañas de la tierra donde una cúpula exhibe las fotos y nombres de las víctimas que perecieron en la Shoah, al tiempo que retumba en el espacio una voz grabada que cita a cada uno de ellos y ellas. Y así, cada hora y cada minuto, sin parar, en un bucle interminable. “… Oto Yosef Halpert, Zili Heinrich, Boris Shukhman, Batia Patt, Sebilla Bella Gazan…”, suena el conmovedor recuerdo como una cadena de golpes. “Para que lo sepan las generaciones venideras”, reza uno de los libros que acompaña a documentos, fotos y hojas de testimonios que han servido de base para los historiadores. Como corresponde a las tecnologías modernas, existe un impresionante archivo digital en el que las imágenes lo dicen todo, seguramente, en su mayoría fueron captadas por fotorreporteros que, como el francés Eric Schwab, aportaron instantáneas espeluznantes y ya icónicas, testimonios de la tremebunda realidad de los hechos sucedidos en los campos de exterminio, concentración tránsito y muerte.

Será difícil que otro pueblo pueda alcanzar siquiera una mínima parte de la fuerza y el impacto efectivo que ha conseguido el hebreo en su justa reivindicación de la memoria del atroz holocausto nazi. Su experiencia en el reconocimiento a las víctimas es incuestionable y se ha convertido en una referencia para otros casos desgraciados en todo el mundo que trata de consolar a quienes han padecido el horror y difundir su dolor para que el mundo los conozca y no vuelva a repetirse.

Con la misma intención, el pasado 11 de noviembre, pudimos contemplar en Madrid un recuento pavoroso de víctimas del periodismo en Palestina representadas con sus nombres y apellidos. “…Assem Kamal Moussa, Ayat Khadoura, Bilal Jadallah, Duaa Jabbour…”. Así se sucedían en la gran pantalla del auditorio de Caixaforum en Madrid las señas de identidad de los cientos de periodistas asesinados en Gaza. Era una retahíla, en lúgubre procesión que parecía interminable y, a cada frame que avanzaba, nos encogía el corazón a quienes ocupábamos los sillones de la sala. Reporteros Sin Fronteras España, que celebró así su XXX aniversario, no podía olvidar a los cientos de periodistas víctimas del genocidio en Gaza que se cebó con nuestra profesión. Calculados en alrededor de 260 los asesinados desde el año 23 a la actualidad, el número representa un hito desgraciado que no tiene precedentes en la historia moderna. Mamen Mendizábal presentó la ceremonia y aseguró que, en estos dos años, fueron abatidos tantos periodistas como en la suma de los que murieron en las dos guerras mundiales, Vietnam, Corea, Balcanes y Afganistán. La organización les rindió homenaje con la entrega de sus primeros premios a dos de los que han podido salvarse y huir de la franja: Motaz Azaiza, jovencísimo fotoperiodista que perdió a 15 miembros de su familia en los bombardeos, y Ola Zanoun, corresponsal en Palestina de RSF, que resultó herida y pudo huir con su esposo.  

Quienes cayeron en esta guerra arriesgaron y perdieron su vida para contar lo que estaba ocurriendo en la franja y que el gobierno de Israel no quería que se supiera. El ejército israelí prohibió la entrada de periodistas al territorio que estaba arrasando y por eso casi la totalidad de las víctimas de los medios de comunicación son palestinas.

Si los y las periodistas gazatíes no hubieran cumplido con su obligación como hicieron, a sabiendas de que se convertían en objetivo cierto de las tropas de Israel, el resto del mundo no se habría enterado, de manera fehaciente, de lo que estaba perpetrando Netanyahu con el pueblo gazatí. 

Nos habríamos quedado con las espeluznantes imágenes de la abominable masacre de Hamás el 7 de octubre de 2023, que los sanguinarios milicianos se encargaron de grabar y difundir en sus Redes Sociales para que el mundo contemplara su ataque en tiempo real, con intención de propagar el pavor como una parte de su extrema crueldad. Mientras los terroristas mataban a 1200 personas y secuestraban a otras 1250 en el kibutz de Beri, el festival Noa y la base militar cercana, el fotoperiodista israelí Ziv Koren llegaba al sur de Tel Aviv e inmortalizaba con su cámara los resultados de la masacre. Las instantáneas han pasado a formar parte de las colecciones de memoria hebrea y son exhibidas por su autor en todo el mundo.

Por el contrario, el ataque israelí a Gaza se convirtió en un telón de acero infranqueable para la información, sólo traspasado a costa de la sangre de reporteros al pie de la batalla. La campana de silencio que Israel quería imponer para ocultar sus masacres continuadas, asesinatos de niños por disparos de francotiradores, traslados forzosos de la población, la guerra del hambre y la sed de civiles, vulnerando la legalidad internacional, fue documentada por trabajadores de la comunicación con imágenes y datos que nos permitieron conocer los desastres que han menguado la población palestina con 68.000 muertos.  

Son los reporteros y reporteras de guerra (cada vez más mujeres se arriesgan en este valeroso oficio) quienes redimen a esta profesión tan menospreciada en tiempos de la devaluación de la verdad y el auge del imperio de la desinformación. Lejos de mí caer en el cínico corporativismo y la falsa idealización del periodismo cuando soy muy consciente que existe una realidad lamentable de quienes pervierten la profesión y nos condenan a comulgar con piedras de molino, juegan a ser poder en lugar de vigilarlo o buscan el lucro por encima de la honestidad que nos es obligada. Siempre he defendido que el mayor daño al periodismo es autoinfligido y por eso creo que han de ser las organizaciones profesionales y la autorregulación lo que nos salve.

Mientras tal solución no se encuentre, tenemos que apechugar con lo que hay. Es muy lamentable que estos días hayamos podido comprobar el escandaloso desprecio de algunos personajes por nuestro trabajo y el nulo reconocimiento a la autoridad moral que significa la palabra de un periodista. Así lo hemos visto en el proceso penal contra el Fiscal General del Estado, empezando por el juez instructor, que ignoró por completo los testimonios exculpatorios de nuestros compañeros de diversos medios, para procesar a Álvaro García Ortiz y ordenar la apertura del juicio oral. Pero el colmo corrió a cargo del abogado de la acusación particular, el letrado de Álvaro González Amador, que en el más puro desprecio por el papel que la Constitución otorga a los periodistas, llegó a tratarlos como si fueran los acusados y llegó a exigirles que demostraran la veracidad de sus testimonios.

Eso nos pasa por la pérdida de credibilidad que nos aqueja, por desgracia, cuando lo único que vale un periodista es su palabra. No debimos dejar pasar la banalización de este valiosísimo trabajo y permitir el olvido de la misión que define nuestro lugar en un sistema democrático. Frente al trabajo honesto y riguroso de excelentes profesionales que contrastan las informaciones, preservan a sus fuentes y cumplen con su obligación; dolorosa realidad de tantas muertes de colegas, no podemos permanecer impasibles. Es inadmisible que brillen más las baratijas que fomentan la confusión entre espectáculo e información, la permisividad que alimenta el intrusismo o la complicidad con los poderosos que nos corrompe a todos y todas. Tengo fe en que esto cambiará porque la sociedad entera necesita a periodistas valientes. Cada vez más. 

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