El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon.
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Se murió el papa sin iglesia. Se fue sin sucesor. Esta vez no habrá cónclaves ni fumatas porque para convertirse en el líder espiritual que fue no valen los votos y mucho menos los de una élite reducida. A esa posición de superioridad moral, que ostentó pero de la que nunca hizo ostentación, solo podía alzarlo el pueblo al que él defendió entregándole su vida.
Se murió el político modélico. El maestro de la coherencia. El que defendió que la política se hace pisando la calle y no desde los despachos. El que criticó la pompa y el boato del que se rodean los líderes elegidos en las urnas emulando a monarcas y dictadores. El hombre tranquilo y dialogante que escuchó hasta las hormigas; el que demostró que se hace política desde la guerrilla pero también cavando el huerto. El hombre que vivía como pensaba y no al revés.
Se murió el penúltimo referente de la izquierda. El que enseñó sin regañar. Al que ni la edad ni los cargos le enturbiaron las ideas. El defensor hasta el último aliento de su vida del sanctasanctórum de esta corriente política: lograr que todos vivamos como iguales. Lo hizo dando ejemplo, sin abandonar hasta el final de sus días esa humilde chacra a las afueras de Montevideo. Allí, como a todo lo que merece la pena en la vida, ha tenido que ir -manchándose los pies de barro, como él decía- quien quería verlo.
Se murió el firme defensor de la humanidad. El que defendió que “el hombre es el problema, pero también la esperanza”. El que aprobó la ley del aborto porque prohibirlo y mandar a las mujeres a ejercerlo en la clandestinidad costaba vidas; el que legalizó el matrimonio igualitario porque era “algo más viejo que el mundo” y “no legalizarlo sería torturar a las personas inútilmente”. Una persona pensando en las personas. Qué lógico suena y qué utópico se antoja en este siglo XXI.
Se murió el infatigable azote del capitalismo. El que nos recordaba que pasamos la vida trabajando para ganar un dinero que gastamos en cosas que no necesitamos. El que explicaba que al pagar no entregamos dinero sino el tiempo que hemos invertido en ganarlo. Ideas sencillas y revolucionarias. Trabajar para vivir, no vivir para trabajar. Hacerse rico necesitando poco. Saberse rico sintiéndose bien acompañado, como un aimara.
Se murió el hombre que construía para el futuro, que huía de la nostalgia, que pensaba en los jóvenes y en este mundo que veía tan falto hoy de utopías para ellos. Se fue otra de las grandes referencias intelectuales de esa Latinoamérica que tanto ha aportado a la cultura y al pensamiento crítico.
Se murió el hombre pero no las ideas. Se fue Facundo, Emiliano, el Pepe, Mujica. Pero lo importante no es que quede el nombre, decía el que tuvo tantos, sino las ideas; “sin saber ni preguntarse de dónde vienen, que se las tomen como propias”.
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