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El Prismático es el blog de opinión de elDiario.es/aragon. 

Las opiniones que aquí se expresan son las de quienes firman los artículos y no responden necesariamente a las de la redacción del diario.

Ama, ama y ensancha el alma

El cantante y compositor Robe Iniesta durante un concierto en Zaragoza en 2022. EFE/Javier Belver

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En plena adolescencia, sus letras –soeces o demasiado benévolas con las drogas a ratos– me causaban rechazo. Me veo a mí misma aseverando con vehemencia que no me gustaba Extremoduro ante un grupo de amigas entregadas a la música que salía del 'cassette' de casa de una de ellas. Probablemente fuera Agila y, seguro, no lo había escuchado con atención. Es un recuerdo nítido a día de hoy. Sé dónde, cómo y con quién. Han pasado décadas, pero la marca de los errores a veces es más profunda que la de los aciertos. Me costó ver que por dentro era de colores.

Casi 30 años más tarde, un 10 de diciembre, el cielo ha amanecido llorando y muchos nos hemos sumado a ese llanto al saber que Robe ya no estaba en este mundo. De manera fulminante –cual rayo– una canción nos ha atravesado el corazón. No necesariamente nuestra favorita, porque no es la mente la que la ha escogido. Esa elección inconsciente define a la perfección la grandeza de la música. Esa canción nos ha trasladado a otro lugar, a otra época, a un momento feliz –tal vez amargo– que no olvidaremos jamás. Cuando el Museo del Prado eligió en 2024 'El poder del arte' para poner banda sonora a algunas de sus obras en un vídeo precioso, Robe dijo: “La pintura no necesita música, ya tiene. Y la música no necesita imágenes, ya tiene.” Uno no elige la banda sonora de su vida, ya tiene.

“Que les gustes a mucha gente no quiere decir nada porque la mayoría de la gente es idiota. Entonces ¿qué sería lo mejor?, ¿la canción del verano?, ¿la música clásica sería una puta mierda?”. Decía esto Robe con más razón que Jesucristo García cuando seguramente no podía imaginar que su música irreverente, sus letras reivindicativas –que hablan de amor y libertad pero también de respeto y justicia social– y su lenguaje –a veces malsonante y siempre meridianamente claro– iban a convertirse en populares gustando por igual a gente de derechas o izquierdas, al pijo o al heavy, al rico y al pobre. A Robe se le ha nombrado hoy en diferentes bancadas del Congreso. Uno piensa en aquel disco del 97 y sonríe.

Robe no componía para gustar, seguramente por eso lo hacía. ¿De qué sirve un filósofo que no hiere los sentimientos de nadie?, preguntaba al público en un concierto en el Teatro de Mérida, en su querida Extremadura. Sus más allegados lo han despedido destacando sus facetas de filósofo, humanista y literato. Para mí se va uno de los poetas contemporáneos. A sus versos llegué a través de los de Manolo Chinato. Todavía guardo ese cedé, rayado de agotamiento, que me grabó mi mejor amigo y que hemos escuchado hasta el infinito. Extrechinato y tú me ancló para siempre a Extremo y a Robe. A la sombra de su sombra ha viajado mi corazón al conocer su muerte.

El rock se ha quedado huérfano. No es un lugar común, en la misma semana se han ido Robe y Jorge Martínez, la voz de Ilegales. Se van cuando el rock no está de moda. Lo ha eclipsado el reguetón. Volverá, como lo está haciendo la electrónica. Volverá porque siempre ha estado ahí, porque cuando suena Extremoduro en un bar, en una verbena, se acaba la conversación, todo el mundo canta, recuerda, sueña… Es justo así como se ensancha el alma.

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