Por qué cada vez más partidos socialistas de Europa abrazan las tesis de la extrema derecha
Son días difíciles para la socialdemocracia en la Unión Europea. Solo tres de los 27 países del bloque están liderados por un primer ministro o presidente socialista (España, Dinamarca y Malta) y en otros pocos forman parte de —pero no lideran— una coalición más amplia (como en el caso de Alemania, Rumanía y Eslovenia). Podemos sumar a Reino Unido en el pack que, aunque no es miembro de la UE, es una de las excepciones continentales con gobierno laborista.
En medio de esta crisis existencial, muchos de estos partidos socialdemócratas tratan de reacomodarse y buscar su identidad, aunque ello suponga dar un giro ultra alejado de los valores tradicionalmente asociados a su ideología. El resultado es un extraño fenómeno: una suerte de socialistas ultraconservadores de Europa.
Dinamarca fue el primer gran ejemplo. “El 18 de junio de 2015, la fuerza ultraderechista Dansk Folkeparti (Partido Popular Danés, DF) daba un golpe al obtener el 21% de los votos. El pánico llevó al resto de los partidos a realizar una lectura errónea de la situación en la que se concluía que la única forma de combatir a esa potente ultraderecha era asumir que tenía razón y que el problema de Dinamarca era la inmigración”, escribía hace unas semanas el experto Franco Delle Donne en elDiario.es.
Están llevando al electorado hacia la defensa de unos valores que la extrema derecha o partidos conservadores tradicionales cada vez más radicalizados defienden mucho mejor que un partido socialdemócrata. Ya no son deslices, es un suicidio político que asfalta una autopista a la extrema derecha
La nueva líder del Partido Socialista, Mette Frederiksen, apoyó desde la oposición medidas extremadamente duras como la infame ‘ley de las joyas’, que permitía a las autoridades requisar los bienes de los solicitantes de asilo, incluidas sus joyas —salvo alianzas— para financiar su estancia (oh, sorpresa, el gobierno de Frederiksen posteriormente introdujo una excepción para no aplicar esta ley a los ucranianos que huían de la guerra).
Comentando estos días la situación con Steven Forti, historiador experto en el movimiento ultra y autor del libro 'Democracias en extinción: el espectro de las autocracias electorales', me decía lo siguiente: “Antes parecía que los socialdemócratas daneses eran una excepción, pero ahora cada vez hay más ejemplos. Ese tipo de discursos y prácticas se difunden por los partidos de esta misma familia política a lo largo y ancho de toda Europa”.
Frederiksen hizo campaña constante con un discurso ultra y tras las elecciones de 2019 se convirtió en la primera ministra del país. Victoria que repitió en 2022. El socialismo danés sigue por el mismo camino adoptado hace una década. “Hay un precio a pagar cuando demasiada gente entra en tu sociedad. Quienes pagan el precio más alto por esto son la clase trabajadora o las clases bajas”, dijo la primera ministra a principios de año agitando el miedo al extranjero. “La inmigración masiva ha destruido partes de nuestra vida cotidiana”, declaró hace unos meses en otra entrevista.
En opinión de Delle Donne, “más que representar una estrategia contra la ultraderecha, [el modelo de Frederiksen] se manifiesta como un experimento peligroso que normaliza el discurso ultraderechista y sus propuestas, a la vez que profundiza la polarización en una sociedad”. En 2022 el porcentaje de voto de las fuerzas de extrema derecha aumentó respecto a 2019 a pesar de la retórica ultra de los socialistas.
Esta semana se celebraron elecciones municipales en Dinamarca y tras 122 años en la alcaldía de la capital, el partido socialdemócrata ha perdido Copenhague en favor de la formación de izquierdas Lista Roja-Verde. En segundo lugar ha quedado el Partido de Izquierda Verde. Los analistas han leído esto como un voto de desafección por parte de los ciudadanos de las grandes ciudades frente al giro conservador que en los últimos años ha tomado el partido socialdemócrata.
Agarren sus bicis eléctricas
Pero Dinamarca ya no es una excepción. Pese a su mayoría absolutísima en la Cámara de los Comunes, el Partido Laborista de Reino Unido está en apuros. Su líder y primer ministro, Keir Starmer, es más impopular que el ultra Nigel Farage y está en los mismos niveles que el conservador Boris Johnson en el momento de su dimisión. Justo esta semana su Gobierno ha presentado otro polémico plan migratorio a imagen y semejanza del danés.
Un plan en el que el gobierno también prevé requisar los bienes de los solicitantes de asilo para costear “sus gastos de alojamiento y manutención”. Esto incluye desde joyas hasta bicicletas eléctricas, pero no alianzas matrimoniales, porque tampoco son tan malvados. El plan también contempla limitar las circunstancias para dar asilo, devolver a los refugiados a su país de origen si considera que es seguro y hacerles esperar 20 años antes de otorgarles el derecho de residencia permanente (en la actualidad son cinco años). En la mente de una ministra de Interior laborista que cree que la migración irregular está “haciendo pedazos” el país, puede ser un plan perfecto.
“Están llevando al electorado hacia la defensa de unos valores que la extrema derecha o partidos conservadores tradicionales cada vez más radicalizados defienden mucho mejor que un partido socialdemócrata”, dice Forti. “Ya no son deslices, es un suicidio político que asfalta una autopista a la extrema derecha”.
Como escribía la semana pasada María Ramírez, Reino Unido recibe menos refugiados que Francia, España, Italia y otros vecinos: en 2024, fue el país número 17 de Europa en cifra de solicitudes de asilo en relación con su población. La extrema derecha lo sabe y Nigel Farage se ha jactado públicamente de imponer su agenda xenófoba sobre inmigración en el debate público nacional.
El pasado mes de agosto, en una rueda de prensa sobre su plan migratorio, Farage analizó muy bien el panorama: “Creo que una de las cosas más interesantes de esta rueda de prensa son las preguntas que se están planteando sobre los aspectos prácticos de las medidas ¿Qué me llama la atención? Que hay muy poca resistencia por parte de los medios a la idea de que, en realidad, este país está en apuros serios… Y creo que la aceptación general de la visión de conjunto que estamos planteando demuestra, una vez más, que Reform está marcando el debate nacional”. Tanto es así, que Starmer le está siguiendo. El partido ultraderechista de Farage es, de hecho, el que tiene mayor intención de voto en las encuestas, 10 puntos por delante de los laboristas.
“Están completamente descolocados con el miedo de perder votos hacia la extrema derecha y acaban comprando su discurso pensando que pueden frenar la sangría”, dice Forti. “El caso más grave es el de Starmer en Reino Unido, donde sus políticas de migración son prácticamente las mismas que podría defender Farage, pero lo de Eslovenia y Rumanía vienen a reforzar todo este fenómeno”.
Partido socialista no progresista
Con el apoyo del Partido Socialista, el Parlamento de Eslovenia ha aprobado hace unos días una nueva ley propuesta por su Gobierno ‘progresista’ que da nuevos y extensos poderes a la policía en las zonas etiquetadas de “alto riesgo”. Según los expertos, esta legislación “trata a la minoría gitana como una amenaza para la seguridad”, al ir dirigida principalmente contra barrios con alto porcentaje de población gitana. El partido de La Izquierda, que también forma parte de la coalición gobernante, no votó a favor de la polémica ley.
“Aunque no están dirigidas explícitamente a la población romaní, la retórica virulenta utilizada por el Gobierno para justificar estas medidas suscita serios temores de que se apliquen de forma arbitraria y discriminatoria contra la población gitana. Junto con las medidas de seguridad, las restricciones punitivas de las prestaciones sociales podrían penalizar aún más a las familias más marginadas”, denuncia Amnistía Internacional.
Hace dos semanas, el Partido Socialdemócrata de Rumanía celebró su congreso, pero al margen de elegir a su nuevo líder, hubo algo mucho más importante. El partido eliminó la palabra “progresista” de sus estatutos; cambiándolo por “un partido nacional, moderno, equilibrado, de centroizquierda que promueve la igualdad social, la solidaridad y el respeto por los valores democráticos, religiosos, tradicionales y culturales del pueblo rumano”.
“No fue el progresismo lo que provocó la desconexión del partido con la sociedad, sino el abandono de la lucha económica y social en favor de la comodidad administrativa”, escribía Claudin Craciun, profesor de política europea en la Universidad Nacional de Estudios Políticos y Administración Pública de Bucarest. “Eliminar la palabra ”progresista“ de los estatutos del partido es una concesión innecesaria a la extrema derecha, a los conservadores y a los nacionalistas. Afirmar los ”valores tradicionales“ no detendrá el declive del PSD, porque eso no es lo que alimenta a [la formación ultraderechista] AUR, que es una combinación de descontento socioeconómico, desconfianza en el Estado y enfado por la injusticia social”.
El partido sigue siendo la primera fuerza de Rumanía, pero ha pasado de un 45,6% de los votos en 2016 a un 21,9% en 2024. Con la extrema derecha en los talones, una vez más, el diagnóstico de ese descalabro no es el correcto. El auge de la extrema derecha “es un síntoma de la revuelta contra el clientelismo, no una reacción cultural”, dice Craciun.
Mención aparte merece el partido Dirección-Socialdemocracia (SMER), del líder populista Robert Fico, primer ministro de Eslovaquia. El mes pasado, la formación fue finalmente expulsada del Partido de los Socialistas Europeos. “En los últimos años, Smer ha ido adoptando una postura política que contradice grave y profundamente los valores y principios que defiende nuestra familia”, señaló su secretario general, Giacomo Fillibeck. Las razones principales de esta expulsión son sus posturas prorrusas, su alianza con la extrema derecha, el debilitamiento del Estado de derecho y sus posicionamientos sobre cuestiones sociales, como la oposición a los derechos LGTB.
“Se está cediendo sobre valores que deberían ser el pilar de los partidos progresistas, socialistas y de las izquierdas”, concluye Forti.
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