El lápiz rojo de la censura, sobre la obra del Nobel: prohibida 'La colmena' por ser “pornográfica e irreverente” en 28 páginas
Está tachado en rojo cuando a Doña Rosa, “que va y viene por entre las mesas del Café, tropezando con los clientes con su enorme trasero”, se le ocurre decir: “¡Ya os daría yo para el pelo, ya, si algún día me cabreara¿ ¡Habrase visto!”. El verbo “cabrear” no pasó la censura del régimen ya en la segunda página de lo que pudo ser y nunca fue La colmena en 1946, tal y como la concibió Camilo José Cela la primera vez, el texto inédito que ha aparecido 80 años después en el Archivo de la Administración de Alcalá.
El segundo borrón está en el tercer folio, cuando Doña Rosa riñe al camarero Gabriel por usar dos onzas en lugar de onza y media: “¡Así no hay quien pueda! Y después, que si bases de trabajo y que si la virgen!”. La censura del padre Andrés Lucas continúa implacable: la mención a la virgen no pasa.
El lápiz rojo apenas descansó a lo largo de 100 páginas, que en realidad fueron 98 porque en el folio 83 Cela apunta en el margen superior derecho que corresponde a la página 83, y también a la 84 y 85 que no aparecen en el documento. El censor que examinó la novela acabó tachando muchas más, pero pone 28 como ejemplo de una obra que considera “francamente inmoral y a veces resulta pornográfica y en ocasiones irreverente”. Elimina más de la cuarta parte del texto original que sirvió como base a la obra cumbre de Camilo José Cela, quien 44 años después de semejante diagnóstico de la censura, recibiría el Nobel de Literatura. El franquismo tardó solo 11 días, los que transcurren entre el 7 de enero de 1946, en que recibió el texto, y el 18 en que emitió su resolución contraria, en prohibir la novela que Cela pretendía publicar en la editorial Zodiaco con una tirada de 5.000 copias.
Todo ese material ve ahora la luz ochenta años más tarde gracias al hallazgo de un investigador, Álex Alonso, que ni siquiera la estaba buscando, pero que la descubrió dentro de una caja equivocada en el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares. Cuenta este profesor de Literatura Contemporánea afincado en Nueva York que “la censura tiene solo una virtud: guarda copias. Por eso la memoria del franquismo parte de material del propio franquismo, que era muy administrativista”. Alonso estaba tomando muestras en el archivo de la censura practicada en los 50 para compararla con la que sufrió el autor que estudia, Ignacio Aldecoa.
El texto que ha descubierto permite acercarse más a la obra clave del Nobel tal y como Cela pretendió publicarla en 1946, un fresco del Madrid decadente de cafés, pensiones y personajes derrotados en los años de la posguerra. De la novela original, que luego el autor iría ampliando tras las sucesivas prohibiciones hasta su edición en Buenos Aires en 1951, la censura intentó tumbar toda referencia a los encuentros sexuales, pero también vanas referencias a los vestidos de las mujeres y cualquier mínima crítica a la iglesia.
El Cela censor, que aportó en su solicitud referencias laudatorias sobre obras suyas de autores coetáneos como Pío Baroja, Dámaso Alonso o Torrente Ballester, no logró pasar la criba del régimen. El investigador que halló el mecanoscrito asegura en una entrevista en elDiario.es que la clave estuvo en que La colmena cayó en 1946 en manos del sector católico reaccionario: “Nunca les gustó lo que hacía Cela en términos literarios y sobre todo por cuestiones (vamos a decirlo así) de moral sexual, de tono... todo lo que tiene que ver también con costumbres de vida popular o de vida social. En general, eso a los censores católicos… La censura religiosa a veces no coincidía con la censura política. En este texto la censura no se mete en cuestiones políticas porque en La colmena tampoco las hay estrictamente. Es más una censura de tipo moral”.
Ese inagotable lápiz rojo interviene a partir de la página 31 y va haciéndose más presente en los párrafos. El primer encuentro entre Ventura y Julita, nada del otro mundo, debe desaparecer del texto, según el censor. La comparación sobre las parejas de aquella época y “los amantes del antiguo testamento”, también está tachada.
En el ecuador de la novela, folio 50, el censor ya se desbarata. La referencia al vestido de Laurita, una muchacha que habla con su novio Pablo, tachada. Cuando Cela describe “la combinación blanca bordada con florecitas rojas” que viste, se tacha. “Cuando la pareja se besa de pie”, tachón. La referencia al sostén, subrayada en rojo. Cuando Pablo le besa la espalda, más borrones.
La descripción, más adelante, de “las chicas de tres duros que no son muy guapas, pero sí muy buenas y cariñosas” tampoco pasa el listón. Ni la referencia a “las criadas de veinte años que siguen ganando doce duros”.
Todo en la segunda mitad del texto se vuelve peligroso para el censor. Lo escribe el padre Andrés Lucas en su informe, también olvidado en esa caja del archivo de Alcalá durante décadas: “El estilo, muy realista, a base de conversaciones chabacanas y salpicado de frases groseras no tiene mérito literario alguno. La obra es francamente inmoral y a veces resulta pornográfica y en ocasiones irreverente. Véanse las páginas 31, 38, 39, 50, 51, 53, 54, 63, 66, 67, 69, 76, 77, 83 a 98, etc, etc”.
El expediente admite que la obra “no ataca a las instituciones del Régimen” pero todos esos etcéteras aluden a párrafos de la novela que no dejan bien parada a la Iglesia. En la página 31, por ejemplo, hay una gran X roja a partir de la mitad sobre el relato que hace un personaje acerca una revista de la época que habla del “cura bilbaíno de los milagros”. En realidad, lo que no deja pasar el censor es el contenido de las facturas que el supuesto párroco cobraba a las familias por sus presuntos milagros.
“Rosario Quesada (Jaén) la curación de una hermana suya de una fuerte colitis, 5 pesetas”.
“Ramón Hermida (Lugo) por varios favores obtenidos en sus actividades comerciales, 10 pesetas”.
“María Luis del Valle (Madrid), la desaparición de un bultito que tenía en un ojo sin necesidad de acudir al oculista, 5 pesetas”.
“Guadalupe Gutiérrez (Ciudad Real) la curación de un niño de diez y nueve [sic] meses de una herida producida al caerse del balcón de un entresuelo, 25 pesetas”.
“Marina López Ortega(Madrid) el que se amanse un animal doméstico, 5 pesetas”.
“Una viuda gran devota (Bilbao), el haber hallado un pliego de valores que había perdido un empleado de casa, 25 pesetas.”
Don Roque se queda preocupado.
-A mí que no me digan, esto no es serio.
A la conclusión de Don Roque podrían haber llegado también otros lectores de Cela, debió temerse el padre Andrés Lucas, que con su lápiz rojo, pide hacer desaparecer todos esos párrafos.
Una vez completada la lectura, el censor llega a decir que la obra “no tiene mérito literario alguno”, tampoco “el estilo, muy realista a base de conversaciones chabacanas y frases muy groseras”. “Francamente inmoral”, la condena.
Semejante informe no solo sirvió para prohibir la obra recién creada en 1946, sino que fue tomado como referencia en los años posteriores para mantener la negativa a imprimir una edición de lujo meses más tarde, e incluso para rechazar la importación de la versión ampliada que Cela sí logró publicar en Buenos Aires, tras pasar, allí sí, el examen de la censura argentina. El 8 de agosto de 1951 el régimen responde negativamente y en 1953 mantiene su rechazo. Esos papeles también están en Alcalá.
El investigador que ha protagonizado el hallazgo de la obra original de Cela sostiene que la censura de aquellos años tenía mucho que ver con el azar y dependía mucho del sector del régimen que asumiese el lápiz rojo. Si en lugar del Padre Lucas, hubiese caído en manos de otro prócer del franquismo menos interesado en proteger la moral católica, se hubiera publicado tal cual se concibió. Lo explica Alex Alonso en una entrevista en elDiario.es: “A pesar de que fue un autor muy próximo a instituciones del régimen, especialmente en los años 40, siempre fue visto con cierta ojeriza por los sectores más católicos del franquismo. Hay que explicar que la censura no fue una máquina monolítica que arrasó todo por igual. Hubo una censura religiosa que a veces no coincidía con la censura política. Hay textos que se pasan a censura, pero que después, por diferentes razones, son retirados, como le pasó a Torrente Ballester y a otros autores. Esta censura, en concreto, no se mete en cuestiones políticas, que en La colmena tampoco las hay estrictamente. Es más una censura de tipo moral”.
Sobre cómo finalmente se permite su publicación oficial en España en 1963 circulan en el mundo académico teorías diversas. Está la de las relaciones personales que también durante el franquismo sirvieron para derribar algunos muros. Cela no fue un personaje ajeno para un sector del régimen y en 1962 es su paisano Manuel Fraga quien asume el Ministerio de Información y Turismo. Tal vez se abrió la mano simplemente porque cayó en otras manos menos preocupadas por el dogma católico. De momento, continúa el misterio de cómo se fraguaron las ediciones de 1955 y 1957, las primeras versiones de La colmena que se pudieron leer en la dictadura y cuyos pies de publicación señalaban Barcelona-México. A partir de ahora, también podrá revisarse la novela original, tal y como se le presentó al expeditivo padre Andrés Lucas.
[Los documentos que se reproducen en las imágenes son propiedad del Ministerio de Cultura y figuran en el Archivo General de la Administración de Alcalá de Henares, caja 21/07931].
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