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Sobre este blog

Desde el año 2005, Juan Mal-herido hace públicas sus opiniones sobre libros, lencería y trastornos de identidad. En este espacio, se centrará en los trastornos de identidad. Creado por Alberto Olmos

Nacho Vegas y los pecados de la plata

Juan

Gijón —

Para celebración y análisis de los discos fundamentales de la música popular española creó Lengua de Trapo su colección Cara B. Tras glosar Omega, de Enrique Morente + Lagartija Nick, y Una semana en el motor de un autobús, de Los Planetas, la nueva entrega de la serie está dedicada a Cajas de música difíciles de parar, de Nacho Vegas.

Se trata de un libro de composición confusa, armazón temblequeante, fotos caseras y letra gorda. Con todo, se puede leer.

Soy fan de Nacho Vegas y me debe muchas explicaciones por algún que otro concierto (Circo Price) soporífero e intrascendente. Al tiempo, yo le debo cualquier cosa por haberme emocionado hasta las lágrimas con canciones como El ángel Simón, Nuevos planes idénticas estrategias, El hombre que conoció a Michi Panero o Me he perdido -por citar sólo cuatro de las ocho canciones realmente buenas que tiene-. Así las cosas, un libro sobre Nacho Vegas será siempre de lectura inevitable tanto para el que esto escribe como para cualquiera de los miles de seguidores de su música.

Cajas de música difíciles de parar o el desencanto de Nacho Vegas

empieza con un piadoso prólogo que trata de brujelear la amalgama de testimonios, discursos políticos, declaraciones del propio hagiografiado y trozos de canciones que se nos viene encima en las páginas siguientes. Los prólogos para aclarar cómo se lee un libro deberían escribirse antes que el propio libro, y luego no ponerlos. Es probable que así el autor redactara obedientemente y no aleatoriamente, como es el caso.

Carlos Prieto arranca su ensayo musical con estas dos frases: “El entrismo es una estrategia trotskista para cambiar las instituciones burguesas desde dentro. La clásica infiltración.”

Después de mirar otra vez la portada del libro, no sea que el frío haya vuelto imprecisa la mano que coge los libros de la estantería -y haya sacado de ella un panfleto de teoría política- seguimos leyendo.

Toda la primera parte del volumen, justo hasta el epígrafe que dice El sexo, se nos ofrece desvirtuada y hasta uno diría que envenenada de política de ocasión. Carlos Prieto, según figura en la solapa de este ensayo, colaboró en aquel compendio de mini-reflexiones llamado CT o la cultura de la transición, y sin sonrojo alguno titula de esa misma forma -“Cultura de la transición”- uno de los capítulos de su biografía musical. ¿La clásica autopromoción?

Cree uno que, si bien todo es política, no todo es militancia, y que si bien Nacho Vegas no elude significarse en rojo cuando toca, su disco aquí a escolio trataba de algo más importante que de política: de heroína. Así, arrimar la figura de Nacho Vegas a un concepto tan barato y perecedero como CT se nos antoja ligeramente oportunista y, sin duda, desacertado.

También impugnable es la tesis del autor en la que afirma que Nacho Vegas fue pionero en el indie al firmar con su propio nombre, en lugar de buscarse un silabario anglosajón para bautizar a su banda. Nacho Vegas, como puede saber cualquiera que tenga conexión a internet, se llama civilmente Ignacio González, y a Ignacio González no lo he visto yo liderar la música indepediente española de los últimos diez años, la verdad.

Después de casi cien páginas minadas de consignas y melopeas conceptuales sobre el indie (la gente hace música: no es tan complicado), llegamos a lo que apetece: heroína, cocaína; hombres.

Nacho Vegas ha codificado con la poética de sus canciones una realidad recreativa que el cantautor precedente (Joaquín Sabina, en un poner) ya no estaba en disposición (ni en condiciones mentales) de representar. La bisexualidad (por resumir) y la droga take away (drogarse en Madrid es sólo un poco más difícil que comprar pizza) merecían sus propias canciones, y la calle, una banda sonora en la que nada rimara con “portal”, “nena” o “qué hace una chica como tú en un sitio como este”, lugares comunes de esa canalla revenida que irradia aún, fantasmalmente, La mandrágora.

Nacho Vegas -bastante inteligente y crudo en todas sus aportaciones directas a este libro- reconoce el punto de frivolidad que hay en tontear con una droga que, apenas una década antes, devastó toda una generación y contribuyó a anclar la miseria de las clases desfavorecidas. En su propia incursión en la turbiedad del consumo, hay siempre una conciencia enorme de venir a divertirse y no a destruirse, por mucho que la destrucción parezca al cabo lo más divertido de todo.

El sexo:

“Evidentemente, cuando entras a un bar donde el cuarto oscuro es más grande que el bar propiamente dicho, los gustos culturales importan bastante menos que si calzas bien.”

Alguien tenía que decirlo.

Quizá la lectura de este libro aclara demasiado las fuentes de inspiración de unas canciones cuyo magnetismo estaba justamente en la polisemia poética y en la sugerencia de la elipsis, en no saber cuánto hay en ellas de pose y cuánto de vivencia, en desconocer quién es la chica de Ocho y medio y cuál “el negro más puro”. Sin embargo, a pesar de Bea y del papel de plata, y a pesar de Ignacio González, Nacho Vegas sigue contando sus pecados como nadie.

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