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El PSOE y la influencia de Willy Brandt

Antonio Muñoz Sánchez

A mediados de 1975, el PSOE tenía 1.500 activistas en España. Su presupuesto mensual de 125.000 ptas. alcanzaba para pagar a duras penas los salarios de dos liberados, la edición de propaganda y los viajes de sus dirigentes. El partido carecía de locales en propiedad o alquilados, reuniéndose sus afiliados en iglesias, pisos o bufetes de abogados. Por entonces, la inmensa mayoría de españoles nunca habían oído hablar de Felipe González, pero sí de Enrique Tierno Galván (PSP) y de Manuel Cantarero (ARSE, una asociación política con decenas de miles de afiliados). En todo caso, nadie hubiera apostado en aquellos días una sola peseta a que cualquier socialista pudiese hacer sombra a Santiago Carrillo como líder de la izquierda de una España democrática.

A pocos meses de morir Franco, el PSOE era muy consciente de su incapacidad para alcanzar por sí solo los objetivos que se había marcado de cara a la transición: reconstruir su organización, consolidarse como único referente del ámbito socialista, competir de igual a igual con el PCE por la hegemonía de la izquierda y jugar un papel destacado en la construcción de la democracia. Buscó por ello la solidaridad de los compañeros europeos, y encontró un extraordinario eco en el poderoso SPD de Willy Brandt, muy interesado en favorecer una transición pacífica en España.

El apoyo logístico del SPD al PSOE se vehiculó a través de la Fundación Ebert. Su delegado en Madrid, Dieter Koniecki, trabajó codo con codo con Alfonso Guerra en la reconstrucción del PSOE. Ambos dotaron de sedes a los 27 comités provinciales existentes, que se inauguraron en abril de 1976. El alquiler, el material de oficina, los gastos corrientes y el salario del secretario de organización y su ayudante corrían por cuenta de la Ebert. En los meses siguientes, Felipe González participó en cenas políticas en las 25 capitales de provincias donde aún no existía el PSOE y animó a los comensales a refundar el partido. Aunque la nueva federación no tuviese más de un puñado de miembros, inmediatamente contaba con una sede atendida por dos liberados. Fue así, con ayuda de la Ebert, que el PSOE vivió durante 1976 una expansión territorial vertiginosa sin ensanchar apenas su base. Cuando celebró su XXVII Congreso en diciembre de aquel año, el partido tenía 150 afiliados de media por provincia.

En paralelo, la Ebert financió y asesoró al Instituto de Técnicas Electorales, una sociedad anónima dirigida por Alfonso Guerra que concibió la propaganda del PSOE, organizó sus actos públicos y la campaña electoral. Al menos hasta la legalización del partido en febrero de 1977, la Ebert aportó buena parte de los fondos que sostuvieron la infraestructura del PSOE, desde los alquileres de las 52 sedes provinciales, hasta el pago de los 104 salarios de su personal, pasando por los gastos del ITE. En total, unos cinco millones de pesetas mensuales.

Otro de los pilares del trabajo de la Ebert en España fue la formación de cuadros socialistas. Hasta 1982, decenas de miles de responsables nacionales, regionales y locales del PSOE y de la UGT aprendieron técnicas de organización, propaganda, retórica, finanzas, etc. en los 3.000 cursos que la Ebert organizó en cooperación con la Fundación Pablo Iglesias, la Fundación Largo Caballero, y el Centro de Estudios de la Administración, a los que igualmente financió durante años. Además, la Ebert creó en Madrid un think-tank (IESA) dirigido formalmente por Javier Solana y de hecho por el sociólogo alemán Harald Jung, que realizó cientos de informes sobre los temas más variados (desarrollo del estado autonómico, planificación urbana, propuestas para una reforma de la educación, de la sanidad, de la política laboral, etc., etc.) cuyas conclusiones fueron masivamente asumidas por el PSOE. La mayoría de los economistas, sociólogos, urbanistas o ingenieros que redactaron dichos informes se convertirían en asesores de los ministros socialistas a partir de diciembre de 1982.

Por lo que se refiere al apoyo político del SPD al PSOE a partir de la muerte de Franco, este se dirigió a dos objetivos principales: proyectar la imagen pública y el prestigio de Felipe González, y persuadir al gobierno español de la conveniencia de reconocerle como principal interlocutor de la oposición. Gracias a la intermediación de Willy Brandt, el líder del PSOE fue recibido con honores propios de primer ministro por los dirigentes de la mayoría de países de Europa occidental, que le devolvieron la visita en Madrid durante el XXVII Congreso de su partido. Esta relación con la elite europea sirvió para que Felipe González pasara durante 1976 de ser un desconocido a perfilarse a ojos de los futuros votantes como un político de rango internacional. Entretanto, ni el rey don Juan Carlos ni los presidentes del gobierno Carlos Arias Navarro y Adolfo Suarez conseguían ser invitados por los gobiernos europeos, que les advertían de que la normalización de las relaciones bilaterales solo llegaría cuando Madrid diera pasos decisivos hacia la democracia. Para un gobierno y una monarquía que sólo podían legitimarse si era aceptada por la CEE, esta situación significaba una presión gigantesca a la que únicamente podían dar salida renunciando al plan de crear una democracia a la española y procediendo al desmontaje total del entramado franquista en diálogo con la oposición y sobre todo con el PSOE. El trato especial que el gobierno de Adolfo Suarez dispensó finalmente a los socialistas de Felipe González se manifestó de manera muy especial con la resolución de la cuestión sindical, pensada para beneficiar a la UGT.

En pleno 2013, el PSOE no permite el acceso de los investigadores a sus archivos para el período de la transición. Pretende posiblemente con ello preservar su almibarada historia oficial, según la cual el apoyo exterior, y sobre todo de la socialdemocracia alemana, no influyó en absoluto en el espectacular renacimiento del partido tras la muerte de Franco. Este se habría producido de forma lógica y natural, dada la trayectoria centenaria del PSOE y su profundo arraigo en el pueblo español. Mantener este cuento de hadas es un flaco favor que los socialistas se hacen a sí mismos, más aún en la crítica coyuntura actual. Afiliados y simpatizantes del PSOE estarían mucho mejor pertrechados para afrontar la renovación del partido si pudieran sacar lecciones del pasado y entendieran también que ahora no va a haber ninguna mano amiga que les proteja. Para ganar el futuro, el PSOE debería desengancharse del opio de su memoria histórica y asumir su historia real.

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