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Que el último en irse apague la luz

David Lizoain

Pronto volveremos a hablar de las dos Españas. Ya no será una cuestión de antiguos rencores entre dos bandos que se atrincheran, retando a la suerte de la alternancia. Pasaremos a tener una España que se queda, y que se envejece, y otra joven que se va.

Mirando la creación y destrucción de puestos de trabajo por franjas de edad, resulta algo chocante ver que entre los mayores de 55 se han ido creando puestos de trabajo. Difícilmente se puede encontrar una muestra tan clara sobre las consecuencias de la dualidad laboral en nuestro país y sus efectos generacionales.

No estamos ante una recesión normal, sino que estamos ante una depresión laboral que va a batir todos los records negativos, ganando victorias horribles como Lance Armstrong.

En su libro “This Time is Different”, Carmen Reinhardt y Kenneth Rogoff describen las características de las más importantes crisis financieras de los últimos siglos. Hacen mención a las “Big Five” crisis financieras, las más impactantes en las economías avanzadas desde la segunda guerra mundial. A partir de los datos de la OCDE, se puede ver la destrucción de empleo (que en algunos casos se inició antes de que estallaran la burbujas) generada por estas crisis. Pues bien, esta última crisis en España está a punto de convertirse en la peor, desde el punto de vista de destrucción del mercado laboral que cualquiera de las “Big Five” de Reinhardt y Rogoff.

La línea negra que vemos en el gráfico 2 es una proyección según el pronóstico macroeconómico de la Comisión Europea. Pronto se podrá decir que España está sufriendo la peor crisis de una economía avanzada desde la posguerra en términos de destrucción de puestos de trabajo. De hecho, es de tal la magnitud que España empieza a padecer problemas propios de un país en vías de desarrollo.

Según las previsiones más optimistas, como los presupuestos generales del estado de 2013, el paro ya debería iniciar su recuperación. Las ya mencionadas previsiones de la Comisión Europea, tachadas de “sobreoptimistas y negadoras de la realidad”, son más prudentes. Cada otoño la Comisión hace una estimación de la tasa de paro para ese mismo año y para los dos años siguientes. En el gráfico siguiente se puede comprobar cómo ha previsto que la tasa de paro se mejoraría en un plazo de dos años en los otoños de 2010, 2011, y 2012. Según estas previsiones, siempre estamos a un año y medio de la recuperación económica.

¿Qué pasará si siguen siendo equivocadas las proyecciones? ¿Qué pasará si, como constata el FMI, el multiplicador fiscal es más grande de lo que se está estimando, y por lo tanto los recortes lastran más de lo esperado el crecimiento y el empleo? ¿Hasta cuándo se puede aguantar? La mezcla de un sector privado sobreapalancado y un sector público aplicando recortes es letal para la economía; es un camino con un final de trayecto conocido, Grecia.

La estrategia de esperar a ver qué pasa ya ha provocado que no haya manera de diferenciar entre lo que es prudencia y lo que simplemente es impasividad ante el calvario colectivo de todo un país. Ante esta situación, los que temporizan con la esperanza de que la situación mejore pueden acabar en el olvido si eso no acaba ocurriendo. Como dijo Keynes, “el largo plazo es una guía engañosa de la actualidad.” La ciudadanía no puede soportar ni austeridad ni “austeridad con un rostro humano”. Algunas tazas de azúcar no sirven para ocultar el sabor amargo de la medicina que están siendo obligados a tragar los ciudadanos y ciudadanas de nuestro país (y de la periferia de Europa). Especialmente si la cura sólo empeora al enfermo.

Queda claro que hay que hacer algo, pero no está claro qué hay que hacer. La alternativa superficialmente más tentadora –dejar que caiga la banca, declarar un impago de la deuda, y salir del euro– no se explica sin un corralito y un aumento brutal de la pobreza y la desigualdad en el país. Pero estos efectos ya se están produciendo, provocando la sensación de que cada vez habría menos que perder con una ruptura radical con Europa.

Mientras tanto, la decadencia del antiguo régimen se hace palpable. Igual que en la década de los setenta, la magnitud de la crisis clama a una profunda renovación institucional y un nuevo pacto económico, político y constitucional. Es fundamental que el orgullo de los que lideraron la primera transición no se convierta en un obstáculo para la segunda. Porque el conflicto real no es entre los viejos y los jóvenes de España, si no la vieja España y la España que está por venir.

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