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¡Que baje el ascensor¡
En La Marea, leo una entrevista del compañero Antonio Maestre a Begoña Villacís, de Ciudadanos Madrid. El periodista le pregunta si, ante el aumento de la desigualdad, no hay lucha de clases. Villacís responde que esa lucha no existe porque no hay confrontación y añade: “No tenemos que abundar en la idea de la brecha. Hay que profundizar en la idea de ascensores”.
Los pobres no aparecen por generación espontánea. Tampoco porque no quieran coger un ascensor. La pobreza, al igual que la riqueza, se genera. Para muestra, titulares:
“España, con tres millones de pobres, es el cuarto país más desigual de la Unión Europea”.
“La OCDE denuncia: España es el país con más desigualdad de ingresos entre ricos y pobres”.
“España redistribuye la riqueza peor que la mayoría de sus socios europeos”.
“El número de españoles pobres y en riesgo de exclusión registra máximos: 13.657.232 personas”.
“Uno de cada tres niños vive en situación de pobreza en España”.
“España es el segundo país con más pobreza infantil en Europa”.
“El número de ricos ha crecido en España un 40% desde 2008”.
¿Esto no es confrontación?
A nivel mundial, un sólo titular que lo dice todo…
“El 1% más rico tendrá más que el resto de la población mundial en 2016”.
Ya lo dijo el multimillonario Warren Buffet: “claro que la lucha de clases sigue existiendo… y de momento la mía va ganando”.
No tenemos que abundar en la idea de la brecha, dice Villacís. ¿Y por qué no? Al menos, que no se desee investigar porque salga toda la basura, porque signifique demostrar que no pagan más quienes más tienen, que se apoyan reformas laborales que empobrecen a los trabajadores, que aumenta el número de ricos a costa de crear más pobres, que las empresas del IBEX 35 aumentaron un 44% su presencia en paraísos fiscales durante la crisis, o que resulta muy rentable negar esta realidad para minar la conciencia de clase hasta olvidar nuestros derechos.
Lo más doloroso es la sensación de que el esfuerzo no tiene reconocimiento. De que frente al ascensor, lo que funciona a las mil maravillas es la “red eléctrica”. Y no me refiero sólo a un esfuerzo vinculado al nivel formativo. Para mí, tan horrible es el investigador al que le recortan o fulminan su proyecto, como el agricultor que malvive vendiendo sus productos a céntimos mientras los intermediarios se enriquecen. Siempre se ha dicho que el mayor acto de rebeldía para el pobre es estudiar, pero… no todos logran coger el ascensor y, en concreto, subir de planta. No es una impresión personal. Varios estudios confirman que la movilidad de clases está estancada en España desde hace mucho… Para algunos investigadores, desde los años 70; para otros, desde los 90.
El tema está en que igual que el ascensor sube, también baja. Y no baja por capricho, sino por ciento de causas. Ya puedes presentar todas tus destrezas o habilidades para que te lleve a las plantas superiores. No valen. Porque tú no tienes ventajas fiscales, porque te recortaron el sueldo, porque aunque trabajes eres pobre si tu empleo se limita a semanas o contratos por horas, porque ni siquiera te da para pagar un autónomo, porque te dejaron sin investigar, porque con tus padres en paro dejaste los estudios y tenías que trabajar, porque te desahuciaron, porque sufriste malos tratos de tu pareja y se frenaron tus planes, porque subieron las tasas de la universidad y no las podías pagar, o porque creciste sin apenas recursos y vivir en territorio hostil no es el mejor campo de cultivo para escapar de esa situación… O bien porque, a pesar de venderte la igualdad de oportunidades, sabes que alrededor de ella te exigen cursos, másteres, estancias en el extranjero, dominio de idiomas… que no todos pueden afrontar.
Tampoco tenemos la ambición de ser los ricos del 1% ni subir a lo alto de un rascacielos. Con un trato digno y respeto de nuestros derechos, nos parecía justo. El tema está en que la historia del ascensor no es tan bonita. Que, por circunstancias, a muchos les dijeron que había que bajarse de ese ascensor. A otros los lanzaron por las escaleras, donde intentan remontar peldaño a peldaño como pueden. Otros, desorientados por el impacto o abandonados a su suerte, permanecen quietos por los rellanos sin saber reaccionar. Y, otros tantos, enviados directamente al sótano. Allí, algunos indignados golpean en la puerta y gritan: “¡Que baje el ascensor!”, esperando algo de justicia. Y otros, cabizbajos y esclavizados, mueven a la fuerza las poleas. Porque sin su deterioro, no habría ascenso de otros. Porque siendo esta situación cada vez más creciente, no sólo queda claro que el ascensor esté averiado, sino que resulta tan rentable que nadie quiere arreglarlo.