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El corto verano del flower-negacionismo

Imagen de los asistentes en la Plaza de Colón de Madrid durante una manifestación contra el uso obligatorio de mascarilla ante la COVID-19.

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¿Quién no alberga en su interior una semilla, por pequeña que sea, de rebeldía e inconformismo? Democracias representativas que funcionan por delegación, individualismo salvaje, capitalismo despiadado, patriarcado por doquier, fronteras férreas, muertos en pateras, educación excesivamente tutelada, sanidad desbordada, crianzas sin políticas de conciliación, burocracias laberínticas, medios de comunicación sin vocación de servicio público y, donde quiera que uno mire, injusticias y desigualdades de todo tipo. Demasiado para el cuerpo. El Leviatán parece inconmensurable, imperturbable, rocoso como un antidisturbios atizando a un ingenuo, una ingenua, que tenga la ocurrencia, por ejemplo, de frenar un desahucio. No me digan que no da pereza alzarse contra este estado de cosas.

Dan ganas de quedarse en el sofá y empezar alguna revolución sin salir de casa o, cuando menos, algún movimiento contestatario a golpe de click. Esas ganas crecen sobre todo en verano, y más en uno como el que acabamos de pasar, con la movilidad reducida, los ahorros enflaquecidos, el futuro laboral en el aire y los subsidios sin llegar: un verano tan propenso al aburrimiento.

Para algunos el mayor problema que atraviesa este país es el uso obligatorio de mascarillas. Ahí ven el mayor esfuerzo del Estado neoliberal por domeñar nuestra conciencia, doblegar nuestra voluntad, aniquilar el libre albedrío o, lo que es peor, evitar el abrazo, la composición de los cuerpos para crear un nosotros. En definitiva, la mascarilla es la novedosa vía para constreñirnos, una vez más, en el individualismo. La mascarilla, el coronavirus en sí, tiene todo para que germine nuestra semilla rebelde sin tener que acudir a farragosas asambleas, sin llenar de nuevo las plazas, sin poner esos cuerpos que antes echábamos de menos en los portales amenazados de desahucios, en las manifestaciones contra las sentencias favorables a violadores. La mascarilla es demasiado golosa como para no convertirla en símbolo de una revuelta comodona, sin mayor fundamento teórico que cadenas de WhatsApp. Yo lo entiendo.

Los errores evidentes del Gobierno central, y ahora también de los autonómicos, en la gestión de la desescalada no nos pueden pasar desapercibidos. Lo estamos viendo con la vuelta a las aulas y la carencia de rastreadores. El mismo uso obligatorio de la mascarilla en espacios abiertos no deja de ser un modo de infantilizarnos, algo que no sucede en la mayor parte de los países de nuestro entorno, donde solo es forzoso llevarla en espacios interiores o zonas de aglomeración. La insistencia en que la realización masiva de test no lleva a ningún lado resulta sonrojante, como si tuviéramos que creernos que se trata de un criterio sanitario en lugar de económico. Aquí al lado, en un país rico como Francia, cada día la sanidad pública organiza en las playas más turísticas testeos masivos para todos los bañistas que se pongan a la cola. Pero de ahí a negar la existencia del virus, a convertir en adalides a extravagantes ignorantes o a cantantes de la Movida venidos muy a menos media un infinito: el que separa el sofá de casa y nuestro teléfono móvil del esfuerzo colectivo.

Con un post de Facebook para llamarnos a despertar, a quitarnos la venda-mascarilla y ver de frente el engaño masivo al que nos han sometido los poderes de la noche, satisfago mi narcisismo (solo yo estoy en lo cierto)

Ni 40.000 muertos en todo el país bastan para mitigar ese afán de revoltoso de salón, como no bastan 60.000 desahucios al año para soltar el dedo del WhatsApp y salir a la calle, con mascarilla si hace falta. Con un post de Facebook para llamarnos a despertar, a quitarnos la venda-mascarilla y ver de frente el engaño masivo al que nos han sometido los poderes de la noche, satisfago mi narcisismo (solo yo estoy en lo cierto), mi prurito rebelde (uníos a mi movimiento, si es que tenéis WhatsApp) y mi sed de conocimiento sin los laboriosos pasos habituales (porque en Trece TV han emitido una entrevista con una seudocientífica). Ah, y además, recupero el espíritu del 15M. Ya saben, aquello de no somos de izquierdas ni de derechas. Qué más da que detrás del negacionismo esté la ultraderecha. ¡Ni que la ciencia entendiera de ideologías!

Acaba el verano, vuelve la dura rutina del capitalismo y todos, de nuevo, a ganarnos la vida. Es de esperar que ya no haya tiempo para tanto aburrimiento y que, si a alguien le sobra, lo emplee de verdad en arponear al Leviatán con dardos un poco menos inocuos. Sí, ya sé, qué pereza.

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