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Todo empezó en Andalucía...

Juan Manuel Moreno, presidente de Andalucía

Lucrecia Hevia

Bienvenidos al mayor espectáculo del mundo. Todo empezó en Andalucía hace seis meses. Hace medio año el Partido Popular, con el peor resultado de su historia, llegó a un acuerdo pirueta con Ciudadanos por un lado y con Vox por otro para lograr el Gobierno andaluz, que para eso funciona nuestra democracia. Hasta ahí, todo correcto.

La cosa se complica cuando nos quieren hacer creer que Vox “es un partido como otro cualquiera”, como explicaban los de Moreno a quien quisiera escucharlos mientras hablaban de populismos. En el resto de España no eran pocos los que se echaban las manos a la cabeza por la irrupción de un partido de extrema derecha en una cámara autonómica en la que no creía. Hasta los liberales europeos advertían a Albert Rivera del peligro de acercarse a la extrema derecha porque en Europa hay algunas cosas que las tienen muy claras. Pero lo nuestro debe ser falta de costumbre (o demasiada costumbre quizás después de 40 años de dictadura) porque las advertencias fueron escuchadas a medias. Y tras seis meses sabemos en Andalucía algunas cosas: que Vox es muy hábil a la hora de marcar la agenda política de los partidos gobernantes, que mide con tino sus fuerzas, que no hay que subestimarlos o que no siempre quiere ganar el debate sino sólo embarrarlo.

Aún no sabemos el alcance real que va a tener en las políticas del Gobierno de coalición en la comunidad autónoma. No sabemos las implicaciones que tendrá el hecho de que el PP necesite, de nuevo, de su apoyo para gobernar capitales y otros feudos; si le servirán a los de Francisco Serrano para apretar el paso y la presión sobre uno presupuestos por venir. Aún no sabemos el precio real del acuerdo, aunque ya hayamos visto algunas de sus principales preocupaciones: eliminar las leyes de memoria histórica y reconstruir el relato equidistante franquista de la Guerra Civil y la posguerra; negar la realidad de las mujeres víctimas de violencia de género y de los que trabajan con ellas, o negar la brecha salarial; poner en duda el trabajo de las ONG humanitarias, acusarlas de hacer de autobuses del Mediterráneo o querer apartar los centros para migrantes porque son “origen de enfermedades” (esto es literal); y por supuesto, que todo sea muy español y mucho español. Y cuando más lejos de Andalucía, mejor. Entrar en la autonomía para destruir la autonomía.

Pero habrá un precio, a pesar de los intentos del Ciudadanos de Juan Marín de resistir sus envites. Como lo habrá en todas las ciudades, pueblos y comunidades autónomas donde el PP necesite de su respaldo para gobernar, que van a ser muchos. Sólo en campaña electoral andaluza (y la de generales), Pablo Casado ya compró más mensajes de la cuenta a la extrema derecha. Qué no puede hacer si son necesarios en su suma para gobernar, qué no estará dispuesto a aceptar. Resulta curiosa la volatilidad de las palabras. Una mañana les ofrecen ministerios, al día siguiente son la extrema derecha de la que huir, y un lunes pos electoral cuentan con ellos sin empacho. Ni una duda. Ni un sólo problema. Una suma “natural”, por lo visto.

Serrano ya ha avisado de que no va a ayudar al “cambio” en los ayuntamientos “ a cambio de nada”, y Abascal ya ha dicho que va a “hacer valer nuestros votos”. Lo justo en democracia si se piensa. ¿Quién ofrece acuerdo y respaldo sin contrapartida? También ha dicho el líder de Vox que no aceptará “cordones sanitarios”. El mensaje es directo a Ciudadanos. Esta vez, por ejemplo, en Madrid, no va a valer la pirueta andaluza solamente. Contigo pero sin ti. Me ayudas pero te ignoro, que es lo que han intentado practicar los naranjas en la comunidad. Vox va a reclamar su parte, va a querer sentarse también con Ciudadanos. Aguado ha asegurado este mismo lunes que solo va a hablar con el PP. ¿Serán el dique de contención?

Mientras nos alegramos de que los partidos europeístas hayan frenado a los euroescépticos en el Parlamento Europeo y hayan resistido frente la amenaza del populismo de extrema derecha que no quiere redecorarnos la casa si no romperla, normalizamos a Vox sin empacho alguno porque es útil para gobernar. Debe ser que como es nuestra extrema derecha, ya le hemos cogido cariño. Pero seguimos sin pedir la cuenta, esa que nos van a dar al final del espectáculo y que, sin duda, va a resultar mucho más cara de lo previsto.

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