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El Emperador, fantasma en el Alcázar
El César de 2016 se habría asomado a la madrugada sevillana desde su balcón sobre los jardines del Alcázar y, conquistado por la extrañeza del vergel mezcla de épocas y, sobre todo, por la soledad, habría bajado, ¿descalzo incluso? a pasear.
Sí, sé que Obama iba a alojarse en el Hotel Colón. Pero hay cambios de última hora. Ya se ha visto. Igual que al final no ha pisado la ciudad, podría haber ocurrido que Felipe VI insistiera, “ahórrate el hotel, quédate en casa, con confianza”. Entonces esos pies de alto mandatario habrían bajado los peldaños hasta el patio de las Doncellas, el Salón de Embajadores donde otros ejercieron el poder en el medioevo.
Habría salido, todo un Presidente de los EEUU, a perderse en los jardines, donde cantan pavos reales y fuentes. En una casi total oscuridad. La luna creciente brillando con la exacta forma e impotencia de la hoz sobre el martillo en las banderas.
Es lógico que Obama cancelara la parte lúdica de su estancia en España. La brutalidad policial en su país, los asesinatos de ciudadanos negros por serlo son tan graves que resultaría injustificable que, mientras su nación arde, él se dedique al turismo. Lo que invita a plantearse si, en adelante, no sería bueno que aspiráramos a que la agenda en nuestra tierra tuviera un contenido no sólo festivo, sino político. En la periferia también disponemos de despachos con sillones de cuero.
La visita imperial tenía, como es lógico, partidarios y detractores. Ya se habían celebrado protestas y estaba convocada una manifestación para la misma mañana del paseo entre el Alcázar y la Catedral-Giralda. Tiene mérito, dado el calor, y porque hay que tener mucha convicción para gritarle a Obama que se vaya sabiendo que su sustituto en el despacho Oval será elegido entre Hillary Clinton ¡o Donald Trump!
Hasta para gritarle a alguien “¡No dejaremos que nos impongáis vuestro TTIP! ¡No queremos vuestras bases! ¡No somos esclavos, sino ciudadanos!” hay que tenerlo delante. Si a una periodista le tocara la lotería de entrevistar a Obama, no la rechazaría. Hablo de una entrevista, no de un email que se envía a la Casa Blanca, y dios sabe quién contesta, algo inaceptable como se sabe desde primero de carrera. ¡Cuánto me gustaría preguntarle si se plantea visitar, antes de que su mandato acabe, los campamentos de refugiados en Grecia, Turquía, Jordania, Líbano para ver en los hombres, mujeres y niños destruidos las consecuencias de las políticas que perpetra!
No soy tan ingenua como para fantasear con que hubiera cambiado el rictus. Si alguien como Pablo Iglesias, al frente de un partido con dos años de historia, que ha emergido como esperanza frente al status quo del bipartidismo en España, ya se corrige a sí mismo en aras del pragmatismo, ¡cómo no será de políticamente correcto el líder de los Demócratas estadounidenses, Presidente de USA y del mundo, por ende!
Decepciones
Obama no es sólo Obama. A día de hoy es el poder encarnado. De ahí que, aunque regrese de paisano cuando se haya jubilado, la ocasión se haya perdido para siempre. El hombre puede ser culto, atractivo, afable. Pero el mandatario ha decepcionado. Igual que Lula en Brasil, Hollande en Francia, Zapatero aquí y antes ese Tony Blair que de laborista a socialista dijo: “Ya cambiarás, José Luis”. Y, en efecto, tras años distanciados, porque ZP trajo las tropas de Irak, se reconciliaron cuando cambió el art. 135 de la Constitución para garantizar que los bancos cobraran por mal fuera a los ciudadanos.
¿Por qué se degradarán tanto? ¿Cómo pasará quien llegó al poder prometiendo cerrar Guantánamo a seguir en directo por TV la ejecución extrajudicial de Osama Bin Laden sin vomitar?
Una novela me ha atravesado con el deslumbrante rayo de su poderosa hipótesis. Sí, una novela, ¿recordáis? No esos ladrillos tan llenos de palabras como vacíos que se venden, en grandes superficies, a consumidores de evasión compulsivos. Sino las que rebosan ideas y se encuentran en librerías Delicatessen, como exquisitas perlas de lucidez. Yo descubrí esta en la gaditana La Clandestina. Su autora, la feminista y comunista noruega Toeborg Nedreaas, la publicó en 1947, con el título Nada crece a la luz de la luna. Alusivo a reflexiones como esta:
“Porque ya es demasiado tarde. ¿No es extraño que la mayoría de la gente esté de acuerdo en que hay algo que va tremendamente mal pero, a la hora de la verdad, no quieren que se produzca cambio alguno? (...) Tenemos demasiado miedo a que nos dé directamente la ardiente luz del sol. Anhelamos el sol, pero nos sentimos más seguros bajo la luz de la luna”.
(Ed.Errata naturae, Madrid, mayo 2016. Pp. 68-69,).
Bajo esa luz de luna, entre las plantas centenarias del Alcázar, pasea y da vueltas a dilemas de inútiles novelas el emperador fantasma. Quizá, tras una lluvia de estrellas, resucitemos un alba.